Estos días, los colegios de La Salle de Langreo celebramos las fiestas patronales en honor de San Juan Bautista de La Salle. Permítanme que con estas líneas rinda mi personal homenaje al fundador del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a los hermanos que han sabido mantener vivo su legado.

El 7 de abril de 1719 moría Juan Bautista de La Salle a los 67 años de edad. A lo largo de su vida, La Salle funda las Escuelas Cristianas y el Instituto de los Hermanos. Los hijos de los artesanos y de los pobres no tenían nadie que les educara. Sus padres bastante tenían con «ganar su sustento» y no podían atender a sus hijos. Los pobres no tenían dinero para pagar una escuela o un profesor. Viendo esta situación, Juan B. de La Salle se deja interpelar por Dios ante esta «grandísima necesidad» y pone en marcha escuelas gratuitas para «dar cristiana educación a los niños», «enseñándoles a vivir bien, instruyéndolos en los misterios de nuestra santa religión, inspirándoles las máximas cristianas para darles así la educación que les conviene».

Aquí en Langreo, las Escuelas de La Salle llevan más de cien años educando a generaciones y generaciones de niños y jóvenes según el carisma de su fundador. Muchos hermanos, a lo largo de esta historia, han dedicado su vida a la tarea de educar cristianamente a los niños que les fueron encomendados. Cuántas privaciones, cuántos sufrimientos y cuántos esfuerzos nos han regalado tantos y tantos hermanos que han pasado por estas tierras. Recordemos, por ejemplo, las persecuciones religiosas que sufrieron el siglo pasado y la sangre vertida por los mártires de Turón por mantenerse fieles a Dios y a la Iglesia. Aquellos Hermanos supieron permanecer fieles a las recomendaciones que su fundador les dejó escritas en su testamento, redactado ante notario el 3 de abril de 1719, cuatro días antes de su fallecimiento:

«Les recomiendo, ante todo, que tengan siempre absoluta sumisión a la Iglesia, máxime en estos calamitosos tiempos, y que, en testimonio de esta sumisión, no se separen lo más mínimo de la Iglesia romana [É]. Les recomiendo también que profesen mucha devoción a Nuestro Señor, que amen mucho la sagrada comunión y el ejercicio de la oración mental, y que tengan devoción especial a la Santísima Virgen y a San José, patrono y protector de su sociedad».

Ese testamento de Juan Bautista de La Salle y sus recomendaciones resultan aún hoy de plena actualidad. El pasado 30 de abril, el arzobispo de Valencia, cardenal Agustín García-Gasco, recordaba, en la clausura de un congreso sobre educación católica, que para hacer tangible la fe en las escuelas católicas se debe cultivar la amistad con Dios; y que «la animación pastoral en plena comunión con el Santo Padre y el obispo de la diócesis» es «imprescindible para que las universidades y escuelas católicas lo sean con autenticidad». El cardenal recomendaba «la unidad sin complejos» y la «fidelidad a la Iglesia» para que «no nos dejemos llevar por los proyectos ideológicos que pretenden dividir a la escuela católica y manipular la educación», en clara referencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Por su parte, Benedicto XVI no deja de alertarnos ante la «gran emergencia educativa» que vivimos hoy en día. Y en su reciente visita a los Estados Unidos, el Santo Padre les dirigía un discurso a los responsables de las universidades y escuelas católicas en el que señalaba que nuestros centros educativos tienen el deber de «asegurar que los estudiantes reciban una instrucción en la doctrina y en la praxis católica. Esto requiere que el testimonio público de Cristo, tal y como se encuentra en el Evangelio y es enseñado por el magisterio de la Iglesia, modele cualquier aspecto de la vida institucional, tanto dentro como fuera de las aulas escolares. Distanciarse de esta visión debilita la identidad católica y, lejos de hacer avanzar la libertad, lleva inevitablemente a la confusión tanto moral como intelectual y espiritual».

En ese mismo discurso, el Papa Benedicto lanzaba una serie de preguntas que nos interpelan seriamente a cuantos trabajamos hoy en la escuela católica: «En nuestras universidades y escuelas, ¿es "tangible" la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios?».

¡Qué falta nos hace hoy mantener vivo el carisma de La Salle! Lealtad a la Iglesia, a su doctrina y al Papa; devoción a Jesucristo y práctica sacramental; vida de oración y amor a la Virgen: recomendaciones igual de válidas para el siglo XVIII que para hoy. Todo un programa de actuación para renovar la escuela católica. Máxime en estos tiempos calamitosos que nos ha tocado vivir. En estos tiempos donde el relativismo moral, la ideología de género y el adoctrinamiento ideológico amenazan el futuro de nuestros hijos, tan necesitados hoy como ayer de la esperanza de salvación que nos proporciona la fe en Cristo Jesús.