En el reportaje aparecido en LA NUEVA ESPAÑA titulado «IU, una crisis permanente», se hace una enjundiosa pregunta: ¿Quién desenredará los problemas que tiene IU de Langreo? Cuestión ésta que se extiende a otros lugares de España. La respuesta, al hilo de los acontecimientos, me temo que «está en el viento».

Este periódico ha publicado antes y durante la semana cultural dedicada a La Pasionaria el pasado mes de abril, artículos y declaraciones de sesudos comunistas del PCE -contribuyendo, así, al debate abierto sobre la izquierda- que, a mi entender, posicionan con bastante claridad «el enredo».

De lo publicado, uno se lleva la palma, el que dice: «El nuestro es un partido de gente obrera (el PCE) y nunca podrá llegar a la clase pequeño-burguesa como Izquierda Unida» (11 de abril de 2008). Si no fuese por lo patético de la afirmación y la carga de falacia que lleva, resultaría hasta gracioso. Dejémoslo, pues, como gracia.

Dos aspectos, entre otros, me parece, deberían tenerse en cuenta para afrontar la crisis de IU, que no es nueva, ni culpa sólo de Gaspar Llamazares, aunque postulándose para entrar en el futuro Gobierno socialista hizo un flaco servicio a la causa de su organización. El primero, la solución de los problemas no debe estar en manos de los mismos que los han provocado y, en segundo lugar, no empeorar lo que, me parece, está muy deteriorado.

En cuanto a la primera apreciación (puede que me equivoque), el resucitado PCE, en clara competencia con la creencia católica de la resurrección de los muertos, no debería -es una reflexión muy subjetiva- apadrinar la alternativa hacia «otra izquierda». Sería, a mi juicio, un error. Al menos, sólo por ser el mentor ideológico de IU y ocupar sus ideólogos casi todos los cargos de responsabilidad tanto en el partido como en IU tal vez le haga merecedor de asumir alguna responsabilidad en la actual situación. Y se huele, en lo publicado, sin excepción, que el PCE quiere, si es que alguna vez lo dejó, liderar el futuro parto de una izquierda alternativa, anticapitalista, republicana, etcétera.

Lo anterior no pone en tela de juicio a los y las comunistas que -hay que decirlo- no todos y todas están en el PCE. Y, por mi parte, ni filias, ni fobias. Las gentes de IU y de otras organizaciones sociales y políticas, además de las personas que consideren estar cerca del proyecto, dirán, con sus reflexiones y documentos, lo que será la tan llorada izquierda alternativa, pero sin tutelas de luminarias y burócratas que en algunos casos resultan periclitadas. No obstante, mucho me temo que eso no ocurra. Es la eterna historia de los «pecés», algo camaleónica: en función del análisis «objetivo» de la realidad, su realidad, siempre la subjetivizan, y claro, así, a veces, las cosas no resultan tal y como se quisiera o ¿tal vez sí resultan como se quieren?

Con respecto al empeoramiento del actual deterioro, una condición imprescindible es no trasladar el debate a responsabilidades personales, con toda la pérdida de respeto individual que conlleva y la falta de credibilidad que origina hacia la posible «transformación social». Soy de los que piensan que en una organización política, de ideas, la responsabilidad es más colectiva que individual.

El debate debe ser sin prejuicios ni ataduras, tiene que ser, si no definitivo, ya que desde una perspectiva dialéctica eso no es posible, sí al menos una herramienta que sirva para llevar a buen puerto el pensamiento de una izquierda que responda, con nuevos moldes, a los desafíos de los nuevos conflictos emergentes. No puede ser un debate parcelado, mecanicista, disyuntivo, reduccionista, que vea los problemas compartimentalizados. Esto daría, por enésima vez, una izquierda miope y daltónica, abortando toda posibilidad de comprensión y reflexión de perspectiva a largo plazo.

La representación de la realidad social tiene que nutrirse de la indiscutible pluralidad discursiva, de la necesaria complejidad y de la construcción dialéctica de nuestras prácticas sociales. Lo demás son ganas de marear la perdiz.

Y así, esta izquierda que por enésima vez se quiere refundar, parece condenada a reinventarse permanentemente, estando siempre en el espacio, nada optimista, de la resistencia. Como si ese «otro mundo mejor», concepto tan metafísico como el «alcanzarás la vida eterna», la llevase al puerto de «nunca jamás». Para que esto no suceda, a mi juicio, Juan Ramón Capella atina y señala el norte cuando comenta: «(É) No se trata de conseguir una enésima refundación de Izquierda Unida o de buscar una refundación del PCE. Se trata de suscitar la voluntad política de crear un partido nuevo, abierto a la militancia de masas y no sólo parlamentario, definido no ideológica sino programáticamente, esto es, un partido laico, en el que puedan coincidir personas de diversas ideologías, conformes con un programa democráticamente concebido y estipulado...».

Entre tanto, que no ocurra lo de la «Fabulilla» de Kafka: «¡Ay! -decía el ratón-. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan vasto que me daba miedo, seguí corriendo y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se acercaban tan velozmente los unos a los otros que ya estoy en el último cuarto, y allí, en el rincón, está la trampa en la que voy a caer. Sólo tienes que cambiar la dirección de tu marcha -dijo el gato-, y se lo comió». En fin...