Llevamos unos días de saturación informativa, lógicamente, dedicada a lo que fue el monstruo del pop, Michael Jackson, fallecido a la temprana edad de 50 años y, con mayor sorpresa aún, después de ser el hombre espectáculo que arrasó los escenarios desde los 5: innato, fuera de serie. El cómo se alcanza, lo que logra, las masas que arrastra y, algo que a mí me asombra, cómo puede hacerlo sin poner los pies en el suelo. Sin ser un amante de su completo espectáculo, no por eso dejé de verle en algunas oportunidades, llegando a tararear alguna de sus canciones. Digno de elogio.

Lo más reciente pasado en su vida, en estos pocos años, creo que provocó cierto rechazo por su otro... ¿también espectáculo?, donde los niños parecían ser su pasión -digámoslo así por suavidad-; sufrió una fuerte depresión, los tribunales exigieron la justicia que algunos padres, quizá no esos niños hijos de tales, llegaron a pedir desorbitadas cantidades de dinero. Así, hoy nos aparece en la prensa un endeudamiento que yo considero anormal, ya que con los derechos que él sólo percibía por el cobro de todo lo que suena y es de los «Beatles», quiero entender que la cifra que anualmente se ingresa ya es desorbitada. Sin embargo, sus costes, gastos, el mantenimiento constante que arrastra todo lo que se mueve a su alrededor, probablemente pueda ser insuficiente, repito, para soportar su raro modo de vida. Ahora mismo, y con el fin de salir de ese endeudamiento, estaban programados, quise entender, nada menos que cincuenta conciertos en Inglaterra, por cierto, dinero adelantado por sus incondicionales fans y que tendrá que devolver la organización.

No quiero cerrar mi recuerdo hacia aquella persona que, siendo de color, tuvo gran empeño en pasar a ser blanca su piel y que sólo él, probablemente, obtuvo ese logro hasta parecerse a Blanca Nieves por esa tonalidad tan pálida, quizá por los polvos de talco o similares que abusaba, según decían algunos de los que estuvieron cerca de él sin pasarse de los 50 centímetros.

Sin embargo, la historia es muy otra. Recordaba cómo unos padres al pasar por una farmacia vieron la propaganda de unas pastillas que convertían el color negro en blanco. Entusiasmados, las compraron y felices se fueron para casa. Al llegar su chico de la escuela, no reconoce a sus progenitores. Le dicen entonces quiénes son y le cuentan «la buena nueva» para su futuro: el poder estudiar en una universidad de blancos y trabajar sin prejuicios junto a los de su nuevo color. El niño se niega, es terco y discuten acaloradamente. Es entonces cuando se produce la genial frase del padre: «Llevamos dos horas de blanco y ya estamos discutiendo con un jodido negro». ¡Cosas que suceden!