El niño vestido con la camiseta del Real Madrid, que ojea una revista de fútbol, le comenta a su amiguete que el fichaje de Villa está muy complicado «aunque pongamos 45 millones». Como niños, seguramente aún no eran conscientes de la magnitud económica de la que estaban hablando, de la cantidad de cosas útiles que se pueden hacer con 45 millones de euros.

Y es que no logro asimilar que en un país en crisis, en el que hay millones de seres humanos pasándolas canutas, se pueda hablar tan alegremente de los 94 millones de Cristiano Ronaldo y demás cifras desmadradas que ocupan las cabeceras de los diarios deportivos. Habiendo gente que pasa hambre, que no sabe cómo se las va a componer para pagar el recibo de la luz (que lo han vuelto a subir un 2%), que se acaba de quedar en el paro con cincuenta y pico años, que no tiene un techo que le cobije ni posibilidad de costear el tratamiento contra la enfermedad que se lo quiere llevar de arreo, se me revuelven las tripas cuando oigo la barbaridad de dinero que se paga para que un fulano corretee en paños menores dándole pataditas a una pelota, por muy fútbol que se llame y mucho negocio que genere.

Vivimos en una sociedad tan estúpida que no pone reparos a la hora de hacer inmensamente ricos a unos cuanto tipos para que nos entretengan -llámense futbolistas, cantantes, actores, personajes del mundo rosa...-, pero a la que le resbala que los científicos que buscan el remedio a las enfermedades que nos matan dispongan de medios suficientes.

Ni Messi ni Ronaldo ni Villa ni Torres son cracks. Un crack es el oncólogo que consigue que tu expectativa de vida sea mayor; un crack es el abogado de oficio que se quemó las pestañas estudiando la forma de arreglar tu problema y que no cejó en el empeño hasta que dio con la solución; un crack es el maestro que obró el milagro de que a tu hijo le gusten las ciencias naturales; un crack es esa chica que pasa todas las tardes ayudando a los toxicómanos.

Y a ésos ni los aplaudimos.