-¿Decís que esto se grabó en unos cuantos días, en la Ciudad Residencial de Perlora, en Asturias, sólo dejando tres cámaras por la noche en el interior de un edificio vacío?

-Exactamente.

-Pues a mí me cuesta creerlo.

-Y a nosotros, que somos los teóricos especialistas -Iker Jiménez se impacienta un poco mientras explica al director general de Cuatro la importancia de las imágenes que están viendo-, pero esto es absolutamente verídico, Gavela, y podemos superar cualquier prueba a la que sometan al material.

-¿Falta mucho?

-Acabamos de ver la segunda grabación. No estoy seguro, pero creo que quedan otras ocho por lo menos.

-Pues nada, Luis, adelante.

Luis Fernández se levanta una vez más y explica a los presentes qué es lo que van a ver:

-Esta vez estamos seguros de la fecha: es el 18 de julio de 1970. Las primeras imágenes son un poco borrosas, pero pronto distinguiréis al director de la Ciudad Residencial por aquella época, un tal Melondrón. Es el que lleva la camisa de Falange y habla en estos momentos: un tipo alto, de pelo entrecano, con los sesenta bien cumplidos, pasea junto a otro un poco más pequeño y algo más joven que, a pesar de la fecha, viste camisa y corbata.

-Esto es lo más grande, Constantino -explica Melondrón-, lo más grande. No hay nada como levantarse el 18 de julio y disfrutar del aire de la mañana a pleno pulmón. Así con esta camisa, me recuerda los viejos campamentos, cuando, arriba entre los luceros, Él nos guiaba.

-Ya.

-Entiendo que tú no te emociones como yo, Constantino, pero también disfrutas de estos más de treinta años de paz, o ¿no?

-Sí, claro.

-Se acabaron las guerras, los bandos, los partidos, la quema de iglesias. Paz, constante paz. Y para siempre. Y tú y yo somos el mejor ejemplo. Por eso te invité a pasar el día conmigo, para que todos vean que nuestra patria ha superado todas sus diferencias. Que el Caudillo ha sido generoso con los vencidos y, gracias a él, todos podemos vivir en paz, tener un trabajo, una familia. ¡Ah!, la familia, el municipio. ¡España! Perdona que me emocione, pero es que...

-No, si te entiendo.

-Tú mejor que nadie, Constantino, tú mejor que nadie. Porque fuiste de los que se equivocaron. Es verdad que eras joven, pero cometiste el mayor de los pecados, el de ser comunista. Y, sin embargo, aquí estás. Conmigo. Cumpliste una pequeña condena.

-Hombre, pequeña... doce años en El Dueso no son tan pocos.

-Pequeña para lo que pudo ser, Constantino. Sabes que sólo la grandeza de espíritu del Caudillo y de alguno de sus servidores te permitió salvar la vida y volver a un trabajo digno.

-Eso sí, trabayar, trabayé como una bestia. Y alguna que otra hora extra pal Estao tamién la hice, pero tuve la suerte de que no me fusilaron, ni barrené dentro la cárcel.

Melondrón se para un momento y mira fijamente a su acompañante.

-¿No te estarás quejando, verdad?

-¿Yo?, ¡qué va! Desde que salí del pueblín en Lena y me alistaron pa dir a pegar tiros, sólo fice que trabayar como un burro y pasar fame. Va cuatro días que pueo decir que empecé a vivir, desde que me metieron en Fábrica Mieres y luego me mandaron pa Uninsa.

-Donde demostraste ser una persona de confianza. Y ahora ya ves, nadie te molesta por el Uno de Mayo y nadie miró tu pasado cuando te presentaste a delegado por el Sindicato Vertical. Es verdad que alguna queja oí, ya sabes que cierta gente prefería a Onésimo, pero luego los trabajadores te eligieron, porque saben que ya te diste cuenta de la realidad. Entendieron que uno en su juventud puede tener sabe Dios qué en la cabeza.

-Claro. Melondrón, claro.

-Y fíjate, te lo digo ahora en confianza, había quien decía que si tonteabas con esos de Comisiones de Obreros o no sé qué.

-¿Eso qué ye?

-¿No oíste hablar de ello?

-Pa nada.

-Pues mejor así, Constantino, mejor. Así podrás disfrutar de la fiesta de hoy plenamente. Vienen nada menos que el Gobernador Civil, el subdelegado nacional de Trabajo, el jefe superior de la Brigada Político Social de Gijón... ni te puedes imaginar la cantidad de autoridades.

-Pues la verdá, yo nun me veo mucho aquí. No sé, que no me paez que yo...

-¿Y qué mejor ejemplo de la nueva España en paz y trabajo que un falangista y un rojo arrepentido, Constantino? Viéndonos así juntos, como dos amigos de toda la vida. ¿Imaginas que, en vez de esta paz, en Perlora pudiera haber un congreso comunista? ¡Pero qué cosas se me ocurren! Menos mal que está todo atado y bien atado y ni en sueños volverá la barbarie. ¿Por cierto, ya te enseñé la sorpresa?

-Varies veces.

-Pues vamos a verlo otra vez, que ya están llegando las autoridades y quiero comprobar una vez más. Que a pesar de lo bien que va todo, este año me restringieron el presupuesto para la celebración del 18 de Julio y, en vez de banda de gaitas y grupo de la sección femenina, me tengo que apañar con la megafonía. Menos mal que los que estamos siempre alerta tenemos soluciones para todo. Ven, mira esto.

-Pero si ya me lo enseñaste quince veces.

-Pues lo ves dieciséis. Que me lo acaban de traer de Canarias. Se llama casete. Ca-se-te. Y nada que ver con los viejos magnetofones, nada. Esto es una maravilla que se carga con cosas como ésta. Se llaman cintas y pueden tener un montón de canciones grabadas y oírlas seguidas. La metes en el ca-se-te, aprietas el botón y ¡zas! A sonar la música.

-Una maravilla.

-Y más cuando las autoridades, invitados y veraneantes, oigan a través de la megafonía el «Cara al sol», el «Oriamendi», «Montañas nevadas» y, por supuesto, el himno nacional. Será un momento único. Me temo, Constante, que hasta me asciendan. Y si no al tiempo.

-Seguro.

Los dos salen hacia la explanada, donde se ha reunido un grupo importante de gente. Melondrón, saluda a unos y otros, reparte abrazos a los hombres y besa las manos de las mujeres de las autoridades. A todos les anuncia antes de nada «una pequeña sorpresa». Hace un gesto hacia la cabina en la que se encuentra el encargado de seguridad con el casete y le indica que es el momento.

Un instante después, yace en el suelo con un ataque de apoplejía, y una masiva indignación de los presentes. Excepto Constantino, que sigue con su cara de póquer, en la que apenas disimula una sonrisa; el resto reclama la intervención del Ejército ante el ultraje padecido.

-Un hombre que parecía tan serio. Quién lo iba a decir -exclama con rabia el Gobernador Civil, mientras de fondo, en toda la Ciudad Residencial de Perlora, sigue sonando «¡Arriba, parias de la tierra!, ¡en pie, famélica legión!...».