Madrid / Langreo,

M. P. / M. A.

Aquel día de principios de septiembre, ni una sola nube hacía presagiar el nubarrón que ahora se cierne sobre la minería. Hacía sol en Rodiezmo. Apretaba el último calor del verano en la montaña leonesa y el auditorio estaba, como siempre, entregado. El Presidente del Gobierno jugaba en casa. Abría el curso político y junto al habitual anuncio de subida de pensiones, realizó una encendida defensa del carbón. En la fiesta de los mineros de Asturias y León, organizada por el SOMA-FIA-UGT, se cumplía el guión.

Apenas dos meses después, con un tiempo cambiante que encapotaba el cielo, José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que pasar de las palabras a los hechos. Demostrar ante la nueva tormenta que se cernía sobre el carbón, que su defensa de la minería era real. Las compañías eléctricas ya no compraban mineral nacional, pues el de importación volvía a ser mucho más barato. Los excedentes se amontonaban en las plazas de carbones, las empresas amenazaban con despidos y el sector estaba a punto de convulsionar hasta el colapso. El país líder en energías renovables, adalid de la lucha contra el cambio climático, ejemplo para el poderoso Obama, estaba a punto de tomar una decisión aparentemente incongruente. Aprobaría un real decreto para conceder ayudas a las compañías eléctricas que quemasen carbón nacional hasta 2012. Los argumentos los habituales: el carbón es el único combustible autóctono que puede garantizar el suministro ante las cambiantes expectativas internacionales. El fin último, sacar al sector del atolladero y ganar tiempo hasta que, dentro de unos años, se desarrolle la tecnología que permita alcanzar la panacea del «carbón limpio». El presente es un país dividido entre las alabanzas y las críticas. Entre el espíritu de Rodiezmo y el Protocolo de Kioto.

La última batalla que libra el carbón -para algunos una más, para otros la definitiva- tiene muchos flancos abiertos: políticos, económicos, empresariales, ecológicos?; y cada uno con tantas aristas que se podrían realizar múltiples análisis hasta desarrollar combinaciones casi infinitas. El asunto es complejo, pero la voluntad política parece firme. En unos días, el real Decreto que establece nuevas ayudas para consumir carbón nacional llegará al Consejo de Ministros para su aprobación. Hasta el reticente Ministro de Industria, Miguel Sebastián, acaba de realizar una defensa encendida del carbón. Otra cosa es que muestre su escepticismo sobre las posibilidades reales de que la UE prorrogue el reglamento de ayudas a la minería que espira en 2010.

Zapatero dijo que arreglaría el tinglado carbonero y el Gobierno se ha puesto a ello. Aunque caiga en contradicciones flagrantes. Apoya el combustible fósil más contaminante a la vez que apuesta decididamente por las energías renovables y defiende las reducciones de C02 suscritas en el protocolo de Kioto. Parece incongruente. Pero quizá no lo sea tanto. Fuentes socialistas sostienen que se trata de una estrategia que juega con el tiempo. «Lo importante ahora es mantener la actividad minera el mayor tiempo posible, hasta 2018 como quiere Alemania. En estos años que tenemos por delante se deben hacer todos los esfuerzos posibles por desarrollar las tecnologías viables de captura y almacenamiento de C02». Entonces el carbón tendrá una cara más limpia.

Para los ecologistas, se vista el santo como se quiera, la posición del Ejecutivo español es «incongruente». Lo denunció en Barcelona a finales de esta semana la organización WWF: «El Gobierno español está lanzando un mensaje confuso, por un lado está subvencionando las políticas de energías renovables y, a la vez se están dando subsidios al carbón». La «cruzada» anticarbón nacional (mientras en las centrales térmicas se ha estado quemando todo este año mineral de importación de bajo precio nadie ha dicho nada) ha propiciado al movimiento ecologista un curioso compañero de fatigas: el llamado lobby nuclear. Un conglomerado de intereses que capta sus fieles de entre las filas de la derecha, política y económica, más «negacionista» del cambio climático.

El carbón está avivando en la izquierda la colisión sus dos almas: la ecologista y la social y obrera. La primera aboga por el desmantelamiento total de la actividad minera por altamente contaminante sin reparar en que arrancar carbón de las entrañas de la tierra continúa siendo la principal actividad económica de las cuencas asturianas y leonesas y el sustento de miles de familias en estas zonas. Por otro lado, desde la izquierda sindical y social se defiende la vigencia de una actividad que ha sufrido una auténtica sangría en las últimas décadas pasando de más de 50.000 trabajadores y cerca de 40 millones de toneladas de producción anual a mediados de los años ochenta a los poco más de 5.000 trabajadores y alrededor de 11 millones de producción anual.

Además de su componente social, los defensores del mantenimiento de la actividad carbonera la justifican aduciendo que es la única fuente energética autóctona con la que cuenta un país tan dependiente del exterior en esta materia como España y el peso que todavía mantiene el carbón en el mix de generación en España. En el 2008 el 16% de la electricidad generada en España lo fue con carbón, lo que le da un peso en la tarta energética sólo superada por el ciclo combinado (32%) y la energía nuclear (21%).

Pero quizás es en el propio Presidente del Gobierno donde mejor se visualiza esta especie de lucha interna. Con el Gobierno de Rodríguez Zapatero se ha producido un espectacular impulso de las energía renovables, particularmente de la eólica hasta el punto de convertir a España en la tercera potencia mundial en este sentido, que reciben miles de millones anuales en subvenciones, pero a su vez, el Presidente del Gobierno, leonés de cuna, es un firme defensor del carbón autóctono como demostró en la pasada fiesta de Rodiezmo, lugar que elige cada año para dar el pistoletazo de salida al curso político, cuando se comprometió a defender la prórroga del sistema de ayudas públicas al carbón en el seno de la Unión Europea, que finaliza el año próximo.

En los partidos políticos, el carbón está haciendo aflorar las divisiones internas. Ya no suscita la minería la unanimidad de antaño tanto en la izquierda como en la derecha. Aunque es cierto que son más visibles en unas formaciones que en otras. Y el discurso difiere si se pronuncia aquí o en Madrid.