A estas alturas no les voy a descubrir a ustedes la antigüedad de la fiesta de los Mártires de Insierto ni la importancia que un día tuvo en el calendario regional. Y digo que tuvo no porque ya no la tenga, sino porque ahora nuestros jóvenes no necesitan de romerías a fecha fija para salir cada semana y el progreso permite los desplazamientos hasta localidades lejanas para asistir a conciertos y otros eventos que van relegando un poco las típicas «fiestes de prau». De cualquier forma, la del Valle de Cuna goza de buena salud y sigue congregando cada años a miles de romeros en torno a las figuras populares de dos santos del pueblo: Cosme y Damián, sentidos como propios tanto por quienes les rezan con fe como por aquellos que, sin ser religiosos, ven en ellos una seña de identidad que representa nuestra colectividad.

Y aquí no me resisto a transmitirles la opinión que publicó sobre nuestro lugar Enrique Gil y Carrasco, el autor romántico famoso por su novela «El Señor de Bembibre», quien en una crónica sobre las tradiciones asturianas fechada en Cangas de Onís en noviembre de 1838 escribió lo siguiente:

«Uno de los espectáculos más característicos del país y que más a las claras descubren su fisonomía son las infinitas romerías que por todas partes se celebran, a las cuales acuden gentes de muchos concejos de alrededor y que suelen ofrecer un cuadro lleno de vida y movimiento. Las más célebres y concurridas son las de la Virgen de Covadonga, a dos leguas de esta villa, la de nuestra Señora de la Cueva, en la inmediación de la villa de Infiesto, los Mártires de Valdecuna, en el concejo de Lena, y más que todas las de nuestra señora del Remedio, concejo de Nava... La festividad de los Mártires de Valdecuna no ofrece particularidades de ningún género para que me detenga a decírtelas; pero en ella como en todas las demás tiene mucho en que fijar la vista cualquier viajero. Los diversos trajes, edades y aposturas de los romeros, la devoción y recogimiento que se observa dentro de la iglesia, la algazara y el bullicio que por de fuera resuenan y los numerosos linajes de solaz y diversión que por todas partes se echan de ver, concurren a formar un cuadro confuso a veces, pero siempre variado y risueño».

Nuestros santos llevan siglos viendo apaciblemente desde sus hornacinas cómo cambian las costumbres y mudan las generaciones de romeros que los visitan y en contadas ocasiones han sufrido alteraciones en su rutina. Porque, hay que decirlo, la suerte siempre ha estado de su lado y por eso salieron indemnes de la rapiña de los anticuarios que, con la bendición de quien debía habérsela negado en otra época, esquilmaron las imágenes del Valle y solo se frenaron ante sus peanas, y también lograron superar escondidos por los vecinos -sus vecinos- la ira de 1934 y el desastre de 1936 y, cuando parecía que ya habían pasado todos los riesgos, en un tiempo mucho más cercano, volvieron a demostrarnos su fortuna salvándose de un pequeño incendio que en septiembre de 1995 estuvo a punto de quemar la imagen de San Cosme, colocada en la hornacina de la izquierda, el lateral del templo por el que se extendieron las llamas. Sin embargo, pocos meses después volvió el sobresalto. Se lo cuento.

Fue el 13 de agosto de 1996 cuando, a falta de poco más de un mes para el día de la gran fiesta de septiembre, Mieres se levantó sobresaltado: Cosme y Damián habían desaparecido de su santuario solitario. Al parecer se los habían llevado en algún momento entre las últimas horas del lunes y las primeras horas de la madrugada del martes. Martes y 13, no podía haber sido de otra manera.

Nunca se supo cuántos habían sido los autores ni cuáles sus motivos. Según el párroco Manolo Roces, lo más probable fue que quienes lo hicieron solo pretendiesen quedarse con el dinero de los limosneros que están en el interior del templo y que, al sentirse defraudados por la poca cantidad, hubiesen optado por llevarse los santos para pedir a cambio algo por ellos. Aunque tampoco se descartó un robo por encargo de algún coleccionista, ya que los cacos no llegaron a entrar en la sacristía donde había cosas de más valor, aunque todo el mundo sabe que las tallas de Cosme y Damián tienen poco mérito artístico y son tan conocidas que difícilmente podrían ser colocadas en el mercado negro.

Quince días antes alguien ya había intentado colarse en la ermita pero en aquella ocasión después de romper una puerta de madera se encontró con otro portón más recio, colocado a propósito para evitar asaltos y abandonó la empresa dejando como recuerdo unas maderas rotas a hachazos.

¿Cómo habían entrado? En un primer momento el sargento encargado de la investigación apuntó la posibilidad de lo hubiesen hecho por la puerta principal, que estuvo abierta el lunes mientas se trabajaba arreglando precisamente los daños de aquel primer intento de robo, y que aprovechando un despiste el ladrón se hubiese ocultado en un confesionario situado junto al altar de la Virgen Dolorosa y que tenía señales de que alguien se había sentado en su interior.

Las antiguas guardesas, sobre todo la popular Lala, siempre habían temido los robos y todas las noches llevaban a su casa las imágenes, pero a Teresa Valdés su heredera en el cargo, esta operación le parecía de más riesgo que dejarlas en el altar. La prensa recogió su declaración y la confesión de que había llorado al conocer la noticia de la desaparición y seguro que sus lágrimas no fueron las únicas que se derramaron aquel día en Mieres.

Finalmente, con una investigación más detallada, la Guardia Civil logró reconstruir los hechos. Los ladrones habían intentado varios caminos para llegar hasta los santos, hasta que se decidieron a utilizar un tablón que estaba allí porque se usaba habitualmente para poder reparar las pequeñas goteras de la techumbre, con él accedieron hasta el tejado de una de las naves laterales del templo y desde allí saltaron al de la nave central para alcanzar una ventana del campanario, que forzaron para colarse dentro, robar los cepillos y llevarse las imágenes.

En la mañana del martes, cuando el carpintero habitual del santuario, Manuel Viescas, vecino de El Llerón, volvió allí para rematar su trabajo encontró abierta la puerta principal, por la que debieron de salir, y también la ventana del campanario. Luego, cuando se vieron las huellas de unos playeros en las escaleras y algunas tejas rotas, se confirmó que el camino había sido aquél.

Las imágenes de Insierto, salidas del taller de un tallista popular, son de factura tosca y su único valor, más importante que el material, es simbólico y sentimental. Por su traza y sus ropajes se pueden fechar en la primera mitad del siglo XVII. Los dos santos visten túnica roja con cinturón y llevan la cabeza cubierta. San Damián parece más joven y sostiene un mortero en el que está machacando alguna medicina, San Cosme lleva también una capa y representa un hombre de más edad, con barba y los ojos marcados por grandes ojeras, sujeta un libro con su mano derecha y levanta una redoma con la izquierda. Son tan populares que aunque la intención inicial de los ladrones pudo haber sido la de venderlas en Asturias, seguramente desecharon la idea.

En las horas que siguieron al robo, los alrededores del santuario y de Insierto se rastrearon palmo a palmo sin resultados, sin embargo sólo un día después las tallas aparecían escondidas en la cantera de Valmurián, cercana al Padrún, envueltas en un saco de plástico y aunque se especuló con la forma en que se había producido el desenlace, los detalles fueron lo de menos. El caso es que los santos retornaron a Insierto intactos.

Agustín Hevia Vallina, entonces secretario de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Iglesia y amigo del párroco Manolo Roces, que se desplazó hasta Valdecuna para mostrarle su solidaridad, contó en un diario regional las palabras de éste al conocer la vuelta a casa de los santos: «Agustín del alma, ya los tenemos aquí. No sabría decirte cuáles fueron las mayores penas de mi vida, pero, como la del día de ayer, muy pocas. Alegrías, en cambio, seguro que ninguna como ésta».

Y es que por una vez los mierenses compartimos la suerte de los Mártires y al final todo se quedó en un susto que ya casi todos hemos olvidado.