Si preguntáramos al menos informado de los españoles cuál ha sido la noticia más importante del pasado fin de semana, sin dudarlo ni un segundo, nos diría que la nieve. Con mucha probabilidad pensaría lo mismo la gran mayoría de los ciudadanos de este país. Y no es de extrañar, puesto que todos los medios de comunicación han dedicado sus portadas y el grueso de su información al reporte gráfico y escrito del crudo temporal que hemos sufrido estos últimos días. La verdad es que, en esta ocasión, los partes meteorológicos han acertado de lleno. Han previsto muchos grados bajo cero y los hemos tenido. La DGT ha recomendado no salir a la carretera si no era estrictamente necesario y los españolitos no hemos hecho ni puñetero caso, de forma que el domingo, a la hora del telediario de la noche, las cámaras fijas nos ofrecían grandes atascos y caravanas en las entradas de las capitales, mientras nevaba abundantemente. En una de ellas podía observarse cómo un tráiler había hecho la tijera y quedaba atravesado en mitad de la autopista A-6, con el remolque apuntando a Madrid y la cabina mirando a La Coruña. También hemos tenido noticia del fallecimiento en Bilbao de un hombre de 57 años por una mala caída cuando se disponía a limpiar su cochera y de tres montañeros en Huesca que habían salido a practicar su deporte, con la que estaba cayendo. El caso es que el sábado y el domingo pasados no sólo nevó en la tele y en los periódicos, sino que lo hizo en casi toda Europa, y hasta en Córdoba -la sartén de España- hubo de suspenderse un partido de Liga por falta de hierba.

Los paisajes nevados son muy bonitos desde detrás de una ventana y al calor del hogar, pero cuando tienes que salir a la calle por obligación la nieve se convierte en un infierno porque cuando se pisa o cuando se congela o cuando suceden las dos cosas es más peligrosa que un indio detrás de un árbol. El caso es que el domingo, nada más poner mis pies en la calle -ciertamente con muchísimo cuidado- para ir en busca del pan y LA NUEVA ESPAÑA, me cruzo con algún vecino que, ya temprano, me asegura que «no hay derecho a que la nieve se haya helado y, desde el Ayuntamiento, no se haya puesto remedio a ello». «Sal es lo que habrían tenido que echar anoche, porque es que no se puede salir a la calle so pena de que rompas un cuadril». «Esto tienes que escribirlo», concluyen los protestantes de la vecindad. Da igual que haya dicho por activa y pasiva en muchas ocasiones que Duke no es buzón de protestas y sugerencias, es lo mismo. La gente se dirige a nosotros convencida de que somos la solución del mal estado de una carretera, del temporal o de sus particulares e interesadas reivindicaciones.

Que no valga como precedente, pero otra cosa es lo que le sucedió a mi amiga Fer, que, aun habiendo observado todas las precauciones habidas y por haber, se fue de culo contra la acera en pleno centro de Sama, necesitando para levantarse y recobrar la verticalidad la ayuda de una brigada de altruistas vecinos. Eso sí que no, señora alcaldesa, con el «cucu» de mi amiga no se especula. En ese preciso lugar habría que haber echado veinte kilos de sal, cuanto menos. Aunque para ello se hubiera necesitado dejar un retén de trabajadores municipales que estuvieran pendientes de su eventual salida a la calle. Media hora después del siniestro, y con el «cucu» dolorido, mi querida Fer me contó lo acontecido con la negligencia municipal y las secuelas que guardaban sus venerables posaderas. Esto es lo que hay. Alguien se ha llevado la sal para hacer sardinas o besugo, o para conservar toda la cosecha bacaladera del año, pero en Langreo no han echado más que para una ensalada. No es de recibo que esto lo tenga que pagar el culo de Fer y las piernas, las caderas, los brazos y demás apéndices de los peatones de Langreo. Si no hay sal, no se sale. Pero si la hay, a ver quién se la llevó o quiénes no la echaron. El trasero de mi comadre merece todos los respetos.