El jueves pasado, con ocasión de la presentación de la actual edición de los galardones «Mierense del Año» (perdóname, Tito, pero no me acuerdo de cuántas van ya, treinta y muchas), contamos con la participación del Coro «Padre Coll» de Langreo. Tengo que decirles que los allí presentes nos quedamos con la boca abierta. Es un coro sorprendente, original, que desprende energía. Y, por cierto, dirigido por una colega mía (y es que cuando los abogados nos dedicamos a otras cosas, se nos suelen dar cojonudamente).

La verdad es que éramos cuatro gatos los reunidos en el salón de actos de Cajastur, pero no se me ocurre mejor manera de describirlo: lo lamento, ustedes se lo perdieron.

Después me enteré de que el coro nació ligado a un colegio, compuesto en sus orígenes por padres de alumnos y casi a modo de broma. De ahí, con mucha afición y un tesón a prueba de bombas, ha crecido un conjunto musical asombroso. No es un coro más. No es otro coro. Es otra cosa. Y hay que verlo y escucharlo para entender su filosofía. Lo dicho: lo siento por ustedes, que se lo perdieron. Ya deberían saber que lo que organiza la asociación Mierense del Año tiene marchamo de calidad.

Finalizado el acto, nos fuimos a la sidrería Alberto para calmar el hambre de esas horas, charlar y conocernos mejor. Cuando yo llegué, casi al final, aún quedaban algunos pinchos, pero lo mejor de todo era que el coro seguía cantando a todo trapo. Y encantados de hacerlo.

Da gusto encontrar gente así, tan entusiasta. Y para mí la sorpresa fue mayor, pues no tenía ni idea de su existencia (fue Ismael el que nos lo dio a conocer) y menos aún que su directora fuera Silvia, mi colega, con la que ya coincidí en los juzgados. Qué remate tan agradable a una noche oscura y fría de un jueves invernal. Por ganas, me habría quedado en casita, pero afortunadamente los compromisos me condujeron a una butaca del salón de la Caja. Qué pena, porque me lo habría perdido, como ustedes.