Antes de nada debo anticiparles que en toda mi vida sólo he estado en el Casino de Mieres en un par de ocasiones y siempre para acompañar a alguien. Nunca me llamaron la atención sus actividades, ni siquiera cuando en la más dulce de las juventudes los bailes que se organizaban en determinadas fechas tenían tanta fama entre los de mi edad que la demanda por asistir era muy superior a la oferta de su aforo. Siempre he sido un bailarín penoso y además las chicas que entonces frecuentaban sus instalaciones eran encantadoras y divinas, pero yo tenía gustos más profanos, y lo más importante, los mayores de mi casa eran habituales del lugar, lo que -como pueden suponer- en aquellos años suponía un obstáculo insalvable para que yo pudiese divertirme bajo el mismo techo.

Dicho esto, me toca también decir que debo guardar un recuerdo agradecido a la institución porque mi madre encontró allí a muchas de sus amigas y hasta sus últimos días se preocupó de estar al corriente en sus obligaciones como asociada porque ello formaba parte del perfil que había dado a su vida cotidiana. Ahora leo con pena que la institución pasa por un mal momento, con un contencioso de por medio y sin que nadie quiera asumir la heroicidad de reconducir su camino, de modo que la prensa informa incluso de una posible «disolución de la sociedad, cuyo patrimonio, de confirmarse este drástico final, se asignaría a una institución benéfica del concejo».

Entre tanto, los mierenses tocamos madera porque estamos hablando de la sociedad recreativo-deportiva y cultural más antigua de nuestro concejo y de uno de los escasísimos referentes que aún nos recuerda la atractiva y próspera localidad que un día fuimos y que se nos está escapando entre los dedos.

Su origen se remonta a 1870 cuando un grupo de ciudadanos, en su mayoría comerciantes o pertenecientes a la pequeña burguesía local, constituyó lo que en aquel momento se denominó Casino Teatro de Mieres con el objetivo de poder organizar su ocio. Desde el primer momento se instaló en La Pasera, primero pagando un alquiler anual de 3.000 reales a la familia Fernández de La Granda y luego, ya para siempre, en la planta baja del edificio que ocupó muchos años el Hotel Amparo y donde también iba a emplazarse en 1928 el Ateneo Popular.

La memoria de sus presidentes nos lleva sólo hasta 1909, cuando desempeñó el cargo el abogado Vital Álvarez-Buylla y Sampil, un joven activo, que tiene su propio lugar en nuestra historia por haber sido el autor de «Las vacaciones», unas hojas escritas en 1895 sin otra pretensión que la del entretenimiento, pero que pasan por ser el primer intento de publicación periódica que hubo en el Caudal. Vital, como otros miembros de su familia, también sentía inquietudes políticas y era en aquel momento presidente del Círculo Republicano. Tres años más tarde le sucedió en el cargo otro abogado de distinto signo, Víctor Méndez-Trelles Martínez, que había sido con anterioridad alcalde de la villa y dejó el Ayuntamiento en manos de Manuel Llaneza.

Ambos fueron adversarios políticos y su enfrentamiento tuvo uno de sus episodios más pintorescos precisamente en una sala del Casino cuando el regidor socialista ordenó prohibir las apuestas de naipes en la villa sin que allí se le hiciese caso y tuvo que cerrar el asunto con una demostración de autoridad presentándose él mismo en la timba para cerrar una partida colocando el bastón de mando municipal sobre la mesa de juego.

Ya ven qué cosas. Luego ambos coincidieron al dejar sus puestos en el mismo año, 1921, Víctor Méndez-Trelles en el Casino y Manuel Llaneza en el Ayuntamiento, para ser relevado en la Alcaldía -otro bucle de la historia- por Teodoro Méndez-Trelles Martínez, que como habrán deducido por su apellido, era hermano de Víctor.

La importancia que alcanzó la entidad en estas primeras décadas del siglo se hace patente por esta vinculación entre sus presidentes y los alcaldes, que no se cierra aquí, ya que en 1925 fue elegido también en el Casino otro ex alcalde, el industrial Valentín Rodríguez Álvarez, que se mantuvo en él hasta 1929. Tampoco es el momento de hacer aquí el listado de todos los que ocuparon esta responsabilidad, pero sí debemos apuntar la vinculación, seguramente casual, que a partir de los años 30 y hasta nuestros días se estableció con el mundo de la sanidad y que hace que entre los trece hombres que desde aquel momento ocuparon el cargo encontremos nada menos que siete médicos y un farmacéutico.

Por si hay alguien que aún se imagine el Casino como una entidad elitista o cerrada les diré, sin intentar que la lista sea completa, que además de los citados bailes con orquesta que se celebran en Fin de Año, Reyes, Carnaval, San Valentín y San Juan, los platos fuertes para los socios son la habitual espicha de junio y la cena homenaje a la tercera edad, pero también hay o ha habido hasta épocas muy recientes otros bailes de discoteca los sábados; animados campeonatos de tute, chinchón o parchís; prestigiosos campeonatos de ajedrez y especialmente de billar que atraen aficionados de todo el país, grupos de esquí y montaña, un club de radioaficionados; cursos de cocina, gimnasia de mantenimiento y aeróbic; desfiles de modelos y un concurso literario al que optan cada año numerosos escritores que mandan sus originales desde los rincones más insólitos del mundo de habla hispana.

Este premio de novela «Casino de Mieres» patrocinado por la Caja de Ahorros de Asturias se instituyó en 1980 con una dotación de 100.000 pesetas, lo que ahora serían 600 euros, y ha ido aumentando su montante hasta llegar en la actualidad a los 6.600 euros, que lo convierten desde el punto de vista del interés económico en uno de los más atractivos del norte de España.

A pesar de la crisis actual, la época de oro del casino de Mieres no está tan lejos en el tiempo, entre 1976 y 1991 las arcas se llenaron gracias al juego del bingo que abarrotaba sus salas proporcionando a la vez varios puestos de trabajo y además en las plantas segunda, tercera y cuarta de su edificio ofrecía sus servicios el Hostal Villa de Mieres pagando a cambio una sustanciosa renta.

En 1990, una vez recuperados de su alquiler a la Consejería de Cultura del Principado, se acometieron obras en los locales propiedad de la Sociedad, que lo abarcaron casi todo: desde las escaleras hasta el tejado, que se reparó en la nave delantera y se rehizo totalmente en la posterior, se reformaron cocina y salones a los que se dotó de un mobiliario más moderno, se cambió toda la instalación eléctrica y la calefacción... pero el plato fuerte estuvo en la adquisición de unos terrenos donde se pensaba ubicar un club de campo que igualase a los que ya tenían las sociedades hermanas de las grandes ciudades asturianas.

Aquella era época de vacas gordas y por ello los socios, que acudían en masa a las asambleas y colaboraban en la redacción de nuevos estatutos, recibieron con agrado la noticia de que, después de buscar por los montes próximos, finalmente se había encontrado el lugar ideal. En Vegalafonte, uno de los parajes más hermosos del concejo, con una ubicación espléndida y una comunicación que en aquel momento se calificó como excelente, y además el precio del metro cuadrado (18 pesetas) era un verdadero chollo, así que se adquirieron 247.750 metros por un total de 4.459.500 pesetas, más gastos de formalización e impuestos.

Quedaba pendiente la costosa explanación de los terrenos, su adecuación para las actividades previstas y la construcción de las infraestructuras correspondientes, pero el número de socios casi alcanzaba los 1.200 y un directivo de la sociedad contaba que gracias a los cartones del bingo había meses en que se movían 18 millones de pesetas, así que el horizonte parecía halagüeño. Nadie podía pensar que la clausura de esta actividad lúdica, que siguió al cierre del hostal, pudiese hacer tanto daño: apenas tres años más tarde, en 1993, el presupuesto anual del casino ya no alcanzaba los 11 millones de pesetas, impidiendo cualquier obra mayor, y lo más grave era que el listado de socios había bajado nada menos que a los 850.

Hoy, todos nos daríamos por satisfechos por volver a esa cifra que en aquel momento parecía escandalosa. Con poco más de 230 socios, la mayoría de edad avanzada o con pocas ganas de tomar las riendas de una institución que sin embargo todos sienten como propia, la desmoralización y el miedo a los problemas ha prendido de tal forma que el futuro inmediato de la institución peligra seriamente. Desde aquí, y a sabiendas de que la crisis afecta a todos los sectores, no puedo hacer otra cosa que solicitar el apoyo del Consistorio. Es cierto que el Casino de Mieres es una entidad privada, pero como el Caudal, el Orfeón o las llamas que se levantan en la foguera de San Xuan forman parte de nuestra identidad y no podemos perderlo. También el Casino, no. Basta ya.