Era de esperar. Con la seguridad que da la verdad irrefutable de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces -y las que sean- en la misma piedra, una vez que la crisis económica ha aterrizado completamente, extendiéndose a lo largo de todo el territorio patrio y afectando a «to quisqui», salvo los pocos afortunados que siempre se libran, van surgiendo las tensiones a cuenta de la inmigración. Hasta hace unos días, los españoles nos creíamos superiores y dejábamos los empleos más sacrificados para los extranjeros. Pero claro, ahora, con cuatro millones de parados y las letras del piso sin pagar, la necesidad aprieta y ya le estamos echando el ojo al puesto del inmigrante.

Esto es algo que ha ocurrido siempre. Cuando las cosas van bien no ponemos pegas a que vengan de fuera a solucionarnos las labores más penosas. Pero cuando vienen mal dadas, el nacional busca a alguien que pague los platos rotos y acaba culpando al extranjero de «robarle» el trabajo.

No hace falta ser muy listo para saber que estas cosas pasan. De hecho, desde este recuadro ya advertí varias veces sobre las consecuencias de la irracional política de inmigración seguida hasta ahora. Cuando lleguen las vacas flacas, habrá lío. Y ya están aquí.

Evidentemente, y estando como estamos, hay que poner freno a esta injusticia. Los inmigrantes están aquí porque quisimos que vinieran, porque nos eran útiles y porque tampoco pusimos demasiado empeño a la hora de filtrar lo que llegaba. Hoy comienzan a sobrar, suponen un coste social y sanitario difícil de asumir y su competencia merma nuestras posibilidades de encontrar un empleo. Pues haberlo pensado antes.

Eso sí, no caigamos en el error de tomar por xenófoba o racista cualquier reacción más o menos violenta de ciudadanos españoles contra los extranjeros, porque una cosa es hacer la cabronada de movilizarse para que expulsen a los inmigrantes y quedarnos con sus empleos y otra muy distinta que unos vecinos, hartos de sufrir robos y amenazas por parte de delincuentes venidos de fuera, pierdan la paciencia y les corran a palos. No es lo mismo.