Un notable vecino de las Cuencas, aunque venido hace poco tiempo de más allá del Huerna, comentaba sorprendido lo esencial que resulta aquí, para cualquier cosa, tener contactos. El caso es que el buen hombre acudió a un centro hospitalario y, tras unas cuantas horas mirando al techo, se volvió para casa sin que le hubieran hecho el menor caso. Pocos días después, sacó el tema en una tertulia con aborígenes y uno de ellos, asegurando ser amigo de fulanito, que tiene un hermano en no sé qué departamento, se ofreció a reactivar el asunto médico que preocupaba al forastero. Y efectivamente, gracias a la gestión realizada, nuestro amigo dejó de ser anónimo, desconocido, y en menos de una semana ya tenía concertada cita, despejada la lista de espera y de una tacada cumplido todo el procedimiento. Y como quien no quiere la cosa, plis-plas, todo despachado y a seguir con la vida.

Se dice que «quien tiene padrino se bautiza» y en las Cuencas es un axioma y una forma de vida. En otros lugares los contactos son importantes, haciendo la función de lubricante de la maquinaria de esa escalera mecánica que es la vida. Sin ellos, la máquina trabaja peor y la ascensión se hace más lenta. Pero aquí, sin padrinos, la escalera no se mueve o, si lo hace, va hacia abajo. En un Ayuntamiento, el asunto puede eternizarse o resolverse en un santiamén dependiendo de quiénes se interesen por él. Si la cosa va de médicos, lo que ya les conté. Que tenemos avería en casa y nadie nos hace caso, contacto al canto. Y a la hora de encontrar un empleo, sin padrino, sin enchufe, sin carné, no te molestes en intentarlo, que es perder el tiempo.

El problema es que este modo de actuar, a fuerza de llevarlo al extremo, acaba siendo perjudicial hasta para quienes lo fomentan. Y es que muchos de los puestos claves de la estructura social de las Cuencas están ocupados por individuos -algunos, zoquetes de campeonato- que llegaron a ellos gracias a sus padrinos en perjuicio de personas más competentes. Y eso lo sufrimos todos.