Uno de estos días pasados, la responsable de una tienda de por aquí fue agredida por un yonqui en plena vía pública sin que nadie moviera un músculo para auxiliar a la mujer, que se llevó una paliza de consideración.

Posiblemente sea un iluso pero, hasta ahora, tenía el convencimiento de que situaciones así eran imposibles en esta tierra. Sabemos por la televisión del comportamiento cobarde de la gente, que en vez de defender a una pobre chica a la que un mal nacido está moliendo a palos, cruza de acera, hace como que no ve y huye del lugar por temor a comprometerse. También hemos visto las grabaciones de agresiones en un vagón de metro y la reacción borreguil de la mayoría, que se aparta no vaya a ser que se les manche la camisa con la sangre de la víctima.

Creía que eso en Asturias era impensable, que iba contra nuestro carácter. Y más en las Cuencas, donde el personal es «echao p'alante». Una vez más, parece que me equivoqué y los cobardes también están entre nosotros.

Que un macarra la emprenda a coces con una mujer indefensa desgraciadamente entra dentro de lo posible. Pero que unos cuantos hombres hechos y derechos sean testigos de la agresión y pasen de largo resulta nauseabundo en grado sumo. Y que una señora lo vea todo desde su ventana y ni tan siquiera se digne a llamar a la policía produce vergüenza ajena.

Por si no fuera suficiente desgracia tener que convivir con delincuentes, a ellos hemos de añadir los cobardes que ante un hecho tan vil prefieren continuar su camino.

El otro día alguien se quejaba de lo poco que sirve denunciar, los muchos trastornos que supone tener que ir a declarar al juzgado y las grandes posibilidades de que el canalla se vaya de rositas. Seguramente sea cierto, pero por un momento pónganse en el lugar de la víctima, que puede ser cualquiera. Ya lo he pedido más veces: tenemos que ayudarnos entre nosotros.

Esos que miraron para otro lado pueden estar orgullosos de su infinita cobardía. Ya conocen el dicho: «Arrieros somos ...».