No hace tanto tiempo, solo cuatro gatos escribíamos y hasta nos desgallitábamos por el mor del tabaco: hoy, ya sin distinción, todo el mundo opina y sabe más que Dios sobre la dichosa fumadera. Los que fuman, porque sí y los otros, los que están en la otra acera -sin ser «la de enfrente»-, porque no, y así nos luce a todos el tupé.

Ya trajo su polémica la actual ministra de Economía, entonces «colocada» en Sanidad, y ahora es otra mujer en éste último ministerio, la que rompe lo hecho hace igualmente otros «cuatro días» y desmantela lo que se permitió llevar a cabo hasta con obras de albañilería. Hoy y nunca mejor dicho, «fuman todos en pipa».

Hace unos días entré a comer en un establecimiento de esos que tan finamente titulamos «de restauración». Los aparentes no adictos o enemigos de la nicotina, se apelotonaban en mesas como piojos por costura, en tanto que los otros, los amantes o empedernidos de la hoja del tabaco -más otros ingredientes nocivos-, coincidentemente se sentaban holgados de dos en dos en distantes mesas de «a cuatro» -hoy es mí número-. Mi mujer y yo, ambos no fumadores, no lo dudamos un instante: al «refugio» de los fumadores, indeseables, proscritos, mal mirados y, dentro de nada, hasta pecadores. Y allí nos sentamos como reyes. Teníamos el silencio que no había entre los críticos y el aire que allí se respiraba era más puro y fresquito -llegamos a poner una chaqueta por encima de los hombros-. Apenas habíamos tomado asiento, vimos cómo se acercaba una pareja de avanzada edad y observaron, a través de la mampara de cristal, que allí dentro había más espacio, con lo que cogieron marcha normal hasta?, ¿hasta dónde?. Je, je, hasta que llegaron a franquear la puerta y vieron que uno de los allí «enclaustrados» echaba humo por las orejas -creerían que era el demonio-: «Vade retro», seguro que dijo ella por el frenazo que dio, echándosele materialmente encima su aparente marido, a la par que decía con agresiva e insultante voz: «¡Éstos fuman!». Lo dijo, créanme, como si fuésemos apestosos, cuando a lo mejor los perfumados malolientes eran ellos. Y como ya eran más de las 3 horas P.M. (post meridiem, después de mediodía), el que suscribe tenía un hambre atroz y ninguna gana de discutir en defensa de nadie ni de nada, precisamente, por no ser fumador, pero sí encontrarme bien y a gusto entre los pocos allí presentes, ya no tuve fuerzas ni de ponerme de mala leche y menos de responderles, aunque sí pasó por la imaginación aquella célebre frase: «paz entre los ruinos» -que nada tiene que ver con aquella otra de «paz entre los reinos o entre los pueblos»-. Y a continuación también me acordé de la respuesta de mi época de infante: «y mierda para los cochinos».

Como acostumbro a decir, la pereza me invade. Pero, por contra, no me invade la educación, los modismos, el buen trato, el respeto humano? Hoy nadie me enseña nuevos formulismos, sino más bien la falta de respeto, la agresividad, la no educación? Cada vez más echo de menos la falta de escuelas, pero para adultos. Quizá dentro de otros cuatro días?