El mal de nuestro tiempo acecha agazapado y sin apenas avisar, lanza el zarpazo de la sinrazón cuando no hay visos de retorno. Todo llega de manera imprevisible, a traición, a oscuras? Y en el mejor vivir, morir. Eso le ha ocurrido a la entusiasta joven Noemí Delgado Colunga, una feliz lavianesa con residencia en Oviedo y trabajo sanitario en el Hospital del Valle del Nalón. Amiga de sus amigos/as, trabajadora incansable y una máter familiar ocupada en la labor de la doméstica sede con un afán desmedido y siempre con la sonrisa y la buena palabra en sus labios.

La vida suele jugar malas pasadas y en los momentos de bondad cuando el devenir marcha a buen ritmo, llega esa maldición en forma de patología perversa y deja a una familia reducida a una situación injusta, cargada de impotencia y sin palabras ni respiro ante una fatalidad que ahoga los sentimientos. Y a Noemí cuando la fuerza juvenil le sonreía, una llamada maléfica la envolvió en un remolino de malestar, agobio y tristeza. Ella que era todo bonhomía, afecto por los semejantes y una persona preñada de ánimo y concordia, amén de defectos y virtudes. Bien lo sabe su esposo Fernando Roces, su familia y amistades. Su fuerza espiritual, su manera de observar la vida y sus firmes convicciones morales le dieron esa musculatura fundamental para llevar con estoicismo una enfermedad terrible e irremediable. Joven y voluntariosa, Noemí se fue a ese paraíso distinto a todos a contagiarse de palabras sencillas, amor eterno, limpieza de ideas, felicidad a raudales, naturaleza bíblica y parábolas infinitas y reales. A ese lugar desconocido y lejano, pero que las Sagradas Escrituras apuntan como un entorno mágico, etéreo, brillante y donde navegan las almas verdaderas y poseedoras de auténtica libertad. Esa libertad que tan bien llevaba Noemí en sus acto cotidianos, porque esta lavianesa de ejercicio demostró con su actos que la vida se vive una vez, mas siempre bajo la estela de la amistad, la noble satisfacción por el trabajo bien hecho y esa entrega a los demás que refleja la impronta de su carácter. Su ausencia de joven animosa quedará compensada por su trayectoria de mujer comprometida con las causas laborales, sociales y familiares. Dejó huella por su actitud condescendiente y abierta a toda novedad creadora. Tenía aversión por lo vulgar y ordinario y era especialmente positiva con realidades de avance y progreso. Yo así la trataba como en esa pátina de conocedora de las cuestiones interesantes. Y Noemí se puso a vivir de verdad cuando ese síndrome calamitoso llegó a la puerta de su patio una tarde primaveral rodeada de lluvia pertinaz. Y ese transcurrir vital, corto en esencia pero largo en peripecias, ha podido más que la muerte.