El 4 de abril de 2006, el «Norte de Castilla» hacía público el derribo del histórico hospital de peregrinos de Santa María de las Tiendas, emplazado en la provincia de Palencia, a unos 30 Km de Saldaña y cerca del pueblo de Ledigos de la Cueza, e informaba que sus materiales, alguno de ellos de significado valor, habían sido cuidadosamente embalados y trasladados en furgonetas con un destino incierto, que luego se supo que no era otro que ornamentar un hotel de nueva construcción, que se estaba levantando en la provincia de Valladolid.

Les puedo asegurar que las ruinas que se llevó la mala administración merecían la pena tanto por su antigüedad como por su calidad artística y también que ya hace mucho tiempo que es imposible encontrar hechos similares en cualquier país civilizado, pero, aunque nos pese, este es un ejemplo de lo mucho que aún nos queda por hacer en España, donde tenemos políticos que son capaces de poner el grito en el cielo por la voladura de dos estatuas en Afganistán y firmar a continuación la destrucción de un monasterio de la Alta Edad Media.

Si se preguntan por qué escribo hoy sobre Santa María de las Tiendas, deben saber que en otra época este lugar fue muy importante para una parte de la Montaña Central porque desde mediados del siglo XII, la Orden de Santiago y sus intermediarios se encargaban de controlar desde allí el castillo de Villamorey -o de los Aceales si lo prefieren-, con sus pertenencias, derechos y términos, lo que es tanto como decir todas las tierras que hoy conforman el concejo de Sobrescobio y cuando el rey Alfonso XI otorgó «Carta Puebla», al concejo, según el fuero de Benavente, y concedió algunos beneficios a sus vecinos, se mantuvo el pago obligatorio de 1.200 maravedíes anuales a sus señores de Palencia.

En el año 1565 la situación era más o menos la misma y los pobladores de Sobrescobio, que cumplían con su carga religiosamente, decidieron pedir protección a Santa María de las Tiendas cuando se sintieron menospreciados por los habitantes de los concejos vecinos, que echaban el ganado a pacer en sus pastos, talaban sus bosques e incluso llegaban a pescar en su río, pero la Orden de Santiago no estaba por la labor y para evitarse problemas ordenó al administrador del hospital palentino que pusiese en venta todo el coto.

Cuando el rey Felipe II otorgó su permiso, se fijaron los detalles de la puja -el 25 de Marzo de 1566 y en la ciudad de León- y para su desarrollo se eligió un sistema tradicional que consistía en limitar las ofertas de compra al tiempo que tardase en extinguirse una candela de sebo desde el momento en que fuese encendida. Los coyanes -que así se llaman los naturales de este concejo- se reunieron a toque de campana y donaron generosamente sus ahorros para la empresa, luego eligieron a dos representantes con fama de honrados e inteligentes y fiaron en ellos el futuro de Sobrescobio.

Los elegidos fueron Pedro Díaz del Prado, de Rioseco, y Diego Fernández, de Ladines, y su habilidad fue tan grande que los testigos relataron a su término los detalles de aquella jornada y hoy podemos recrearlos gracias a la labor de los historiadores de otro tiempo.

No es difícil imaginar la sala: presidía la sesión el apoderado del hospital de Santa María de las Tiendas, un clérigo de la Orden de Santiago llamado Juan Gutiérrez, y cuando vio que todos los interesados habían tomado asiento, mandó arrimar el ascua a su vela, y pueden interpretar la frase hecha con el doble sentido que siempre se le da, pues deben saber que quien abrió la puja fue el potentado Pedro Solís, vecino y Regidor de la ciudad de Oviedo y caballero de su misma Orden, por lo que su preferencia por él estaba clara.

Su primera postura fueron 600.000 maravedís, luego siguieron otras pujas, hasta que Pedro Díaz solicitó con la mirada el acuerdo de su compañero y ofreció la respetable cantidad de 750.000; la tensión se mascaba mientras el pequeño cirio iba consumiéndose para alegría de los coyanes, pero cuando estaba a punto de apagarse definitivamente, Pedro Solís esbozó una sonrisa y subió la cantidad hasta los 800.000.

Todo parecía haber terminado. El apoderado, satisfecho por la resolución de la subasta, se levantó pausadamente y anunció que Sobrescobio ya tenía dueño. Pedro Díaz apretó sus dientes mientras desahogaba la rabia con la montera picona que sujetaba en sus manos; pero Diego, el de Ladines, aún esperaba un milagro. Parecía ausente, con la mirada fija en el informe montón de sebo que la candela había ido dejando al deshacerse y de repente surgió lo inesperado, un breve golpe de aire, tal vez producido por un la misma capa del clérigo al incorporarse?y la llama volvió a brotar tímidamente un instante, justo para que todos la pudiesen ver y escuchar al mismo tiempo el grito del coyán: ¡810.000 maravedís! Luego, la oscuridad definitiva y la perplejidad de los asistentes.

Pero los dos miembros de la Orden de Santiago no estaban dispuestos a dejarse arrebatar su ganancia, tras unos momentos de silencio, el administrador manifestó que él no había visto nada que pudiese cambiar su decisión y Pedro Solís apoyó la mentira. La indignación de los dos representantes de los vecinos estuvo a punto de hacerles dar un mal paso contra los abusadores, pero afortunadamente se contuvieron para escuchar el consejo de los testigos; lo mejor era levantar acta y llevar el caso ante el Tribunal del Consejo Superior de las Órdenes, que tenía la competencia en estos asuntos. Luego, de vuelta a casa, Pedro Díaz le preguntó a su compañero de dónde iban a sacar el dinero que les faltaba para poder cumplir con su puja, pero ese era otro asunto y con un juicio de por medio quedaban meses de sobra para que los coyanes pudiesen juntar lo que hiciese falta para comprar su libertad.

Al parecer, el legajo de lo que se llamó «El ruidoso pleito de Sobrescobio» se conserva en buen estado en el Archivo Histórico Nacional, pero como no lo he visto no puedo insistir en el interés que tendría para el Concejo su publicación, de cualquier forma los fragmentos que han ido dando a la luz quienes tuvieron la fortuna de acercarse hasta él parecen muy jugosos. Los testigos echaron abajo la negativa de Pedro Solís a aceptar que la llama hubiese vuelto a verse en la vela, y entonces el regidor de Oviedo intentó politizar la subasta afirmando que los vecinos de Sobrescobio eran tan pobres que resultaba imposible que pudiesen reunir por sí solos el dinero estipulado, que detrás de todo estaba la maniobra de tres o cuatro señores ligados en incluso llegó a señalar a su enemigo Diego de Valdés, camarero y tesorero del Arzobispo de Sevilla, como artífice de todo.

Afortunadamente Felipe II dio la razón a los vecinos, aunque quedaba un último requisito para que el pleito se cerrase y por fin a principios de 1568, los coyanes se reunieron de nuevo en La Polina -donde estuvo su Ayuntamiento hasta que en 1929 pasó a Rioseco- y ante el escribano del Concejo, Pedro Zapico, los jueces ordinarios, tres regidores, el alcalde de Hermandad y representantes de todas las aldeas del Concejo, eligieron otros dos representantes para que llevasen los 810.000 maravedís, que habían logrado reunir con el esfuerzo de todos, hasta Santa María de las Tiendas.

En esta ocasión los designados fueron el alcalde mayor Juan de Onís, de Rioseco y Juan de Roces, de Soto. Ya en 1573, el Rey firmó una Real Ejecutoria con el Capítulo de Santiago que incluía la carta de compra-venta del coto cediendo a sus vasallos las instituciones y las tierras. Cuando se hizo efectiva, los vecinos se repartieron equitativamente las vegas y los prados entre las familias, de manera que cada cual pudo labrar su propio huerto, y acordaron establecer una comunidad de pastos, a tanto por cabeza de ganado y media cabeza los terneros, dejando lo sobrante para bienes comunales.

El 24 de octubre de 2009 los actuales Príncipes de Asturias llegaron a Sobrescobio para hacer entrega del galardón «Pueblo Ejemplar de Asturias» a su comunidad. En el centro de una apretada jornada en la que tuvieron tiempo de recibir aplausos, agasajos y libros, ayudar a plantar un tejo, conocer la artesanía local y ver los proyectos del Parque de Redes y la casa del Agua, y por supuesto comer, también escucharon los discursos de rigor. En el del Alcalde se citó la aventura de Pedro Díaz del Prado y Diego Fernández como el momento en el que nació «el orgullo de ser coyanes». De aquella raíz, este tronco.