Mira tú si esto de la puñetera crisis será grave que ya hasta los probes dan limosna. Como te lo digo, colega. Sin ir más lejos, ayer mismo pasaba por delante de un supermercado cuando veo salir de su interior a un hombre que suele mendigar a la puerta de otro super de la zona. Salía cargado de bolsas. Las posó en el suelo, sacó unas monedas y las depositó en el pequeño cesto de un coleguilla que, a su vez, pedía a las puertas del establecimiento. Me quedé de pasta de boniato. Hoy por ti, mañana por mí, debió de pensar el comprador, que no es de aquí sino de Pola del Tordillo pero allí ya han cerrado el súper. Su dueño pide en Langreo y lo que gana lo gasta en Langreo. Algo que muchos no hacen, que van a gastárselo a casa su madre. Hay que joderse, cómo se ha puesto el panorama. El buen samaritano recogió sus bolsas y se fue dejando alucinado al mendigo que con los ojos como platos contaba los mortadelillos que le había dejado el otro. Me acerqué y, al tiempo que le di una moneda, le pregunté si podía decirme cuánto le había dado el anterior. Dos euros, me dijo. Este está forrao, siempre se porta muy bien. Nunca me da menos de un euro. En fin, vivir para ver, y no salir del asombro.

A la vista de estos extraños aconteceres uno se pregunta cómo es posible que alguien que en su día fue un honrado y próspero comerciante deje su pueblo y su profesión para dedicarse a la mendicidad. Se lo pregunté hoy mismo al verle a las puertas de su supermercado -suyo porque es donde trabaja-. ¿Pordiosero yo?, no, por dios. No he hecho más que cambiar de trabajo. Para mejorar, me dice. Antes eran todo preocupaciones: que si los madrugones para recibir la fruta, la carne y el pescado, que si te faltaba una empleada, que si un atraco? Todo eran problemas y hace tres años se puso aún peor. Ahora, aunque en ocasiones pase frío o calor, no tengo de qué preocuparme y duermo a pierna suelta. La gente se porta muy bien conmigo, saco para comer y para darme algún capricho. ¿Qué más puedo pedir?

Efectivamente, mi amigo el pedigüeño es feliz así. Ahora es un honrado y, yo diría que, también próspero pobre. De todas formas quiero ir más allá y le pregunto qué piensa del futuro, su pensión para el mañana, y me dice algo que me pone los pelos de punta: Cada vez quedan menos que aportan para las futuras pensiones y más para cobrarlas. Eso se acabará pronto. Entonces, ¿para qué tirar el dinero? En tiempos de vacas flacas tengo menos cargas que muchos que difícilmente pueden soportar sus responsabilidades para con sus empleados, la Seguridad Social y el fisco, y eso cuando no tienen que detraer de su peculio privado el dinero necesario para costear esos gastos. Suerte que tienen quienes no necesitan hacerlo. Sin embargo no era mi caso, de manera que antes de arruinarme decidí cerrar. Ahora no debo nada a nadie y me gano la vida trabajando a la intemperie durante ocho o diez horas al día. Es duro y nada seguro, pero lo único seguro en esta vida es la muerte. ¿O no?