Blimea,

Lara FERNÁNDEZ

La primera vez que viajó a Bembéréké (África), Conchita García ya tenía 70 años. Era una mujer viuda que había cuidado durante toda la vida de sus hijos y que nunca había viajado tan lejos, pero aún estaba llena de energía y tenía mucho que ofrecer a los demás. Así que, ni corta ni perezosa, decidió marcharse a allí. Un lugar del que se enamoró y al que no deja de regresar cada año desde hace cinco. Concepción García, nombre de esta valiente vecina de Blimea, posee un espíritu joven y comprometido que la conduce todas las navidades a ir a cuidar a sus «nenos», donde trata de integrarse en sus costumbres y transmitirles su viveza. Logra que, aunque durante fugaces momentos, los pequeños se colmen de felicidad, olvidando la pobreza en la que su familia se encuentra sumida.

No tenía pensado volver y ya es su quinto año. «Cuando estoy aquí, voy a los mercadillos y vendo la manteca de Karité, un producto que se hace allí, para ayudar a aquellas mujeres, pero sin ánimo de lucro», comenta. Recuerda nítidamente el «impacto» que le causó la primera vez que viajó a Bembéréké: «A las cinco de la mañana, las mujeres y los niños ya estaban en pie. Sobre todo, me sorprendió eso, niños tan pequeñitos levantados tan pronto, cargados con la leña, caminando dos o tres kilómetros sin una gota de agua y, en la mayoría de las ocasiones, sin llevarse nada a la boca». Su constante regreso a ayudar a quien ya considera su «familia» no es casual, vio que la necesidad era algo acuciante y no dudó en entregar todo lo que tenía.

«Fui con un proyecto de costura, pero cuando llegué me di cuenta de que eso no solucionaba nada», se lamenta. Y es que allí, viendo «la fortaleza de aquellas mujeres que trabajan en el campo», se dio cuenta de lo afortunados y, al tiempo egoístas, que son los ciudadanos de los países que pueden garantizar un bienestar social: «Aquí somos millonarios», afirma en su modesta casa de la barriada de Blimea. «Cuando regresé, me sentía mal, me di cuenta de que tengo de todo y ellos nada». Humana y de recio espíritu, quería «formar parte de ellos», por eso llevaba siempre caramelos para sus pequeños. Sin embargo, «¡ellos no los cogían!», explica sorprendida. Y es que las costumbres y la perspectiva del mundo, tan diferente a la occidental, fue una de las cosas que «partió el corazón» de Conchita García: «Tenía que darle los caramelos a la abuela, porque ella manda y decide cómo repartirlos. Allí, a la hora de comer, primero comen los mayores y luego, si queda algo, los niños. Yo no podía soportar aquello, pero me tuve que acostumbrar».

La primera vez fue sola, pero después se incorporaron Marcia Barreñada, ex alcalde de Laviana, y su mujer María José Alonso, a los que está «sumamente agradecida». Hoy, todos los miembros de la Fundación Hermano Bembéréké ya tienen muchos proyectos de futuro, destinados «sobre todo a la mujer africana, para que tenga medios para trabajar». Otro de los objetivos prioritarios son los niños: «Los hacen crecer para explotarlos y no van al colegio. Se defienden de los animales con un tirachinas y sin nada que llevarse a la boca: se ven críos de cinco años vendiendo serpientes vivas, para que no se pudran», detalla con tristeza. Pero Conchita no se rinde: «Cuánto dolor paso allí y cuánta satisfacción traigo porque, ahora, ellos también son mi familia».