El Papa Benedicto XVI visitó Madrid. Pero no sólo la capital , sino que su figura recorrió, vía TV y redes sociales, toda la geografía española. La visita, por varios motivos, no resultó grata a multitud de ciudadanos españoles. Primero, por el gasto y el engorro que durante ese tiempo padeció el pueblo de Madrid, un pueblo que sin haber sido preguntado, cedió espacios e infraestructuras públicas para usos privados en unas condiciones de privilegio a las que no es posible que accedan otras asociaciones u organizaciones: vecinales o de ocio juvenil, por ejemplo.

En segundo lugar, el Papa es el jefe de una organización religiosa cuya historia no es precisamente un camino de virtuosas rosas; es decir poco o nada ejemplificadora. Y a esa historia somos muchos, incluidos católicos, los que sentimos un fuerte rechazo. Enemiga de la justicia e igualdad social y del progreso humano es, así mismo, enemiga de la igualdad entre hombres y mujeres; del pensamiento crítico (excepto para criticar, ella, al resto de las instituciones); de la libertad sexual, del humanismo, etc. Con este bagaje llegó una vez más al Reino de España el jefe de la Iglesia Católica y del Estado Vaticano.

La crisis causada por la banca y que pagamos todos los ciudadanos ( unos más que otros) y que está trayendo de cabeza al gobierno de España parece que no existe para esta organización religiosa. Porque de otro modo es injustificable el gasto que supuso la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Según los medios de comunicación, se manejó un presupuesto de 47 a 54 millones de euros para la estancia de Benedicto XVI; no apareciendo en ese paquete de dinero el presupuesto para seguridad ciudadana, la posterior limpieza de las calles madrileñas y plazas donde el evento se desarrolló ( como se puede apreciar en las fotos distribuidas por la diferente prensa), así como los descuentos especiales en los transportes para los asistentes.

Ochocientos colegios e institutos públicos madrileños se convirtieron este agosto en improvisados albergues para los miles de personas que se esperaban la visita del Papa. Tuvieron cama gratis por la gracia de dios y por obra y gracia del Gobierno, de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento. Todo pagado por los habitantes de la capital, es decir con dinero público. Siendo cero el gasto para la Iglesia Católica. Por supuesto, dentro de la más estricta aconfesionalidad del estado español, que para más desasosiego está bajo el gobierno de un partido que se llama a sí mismo «socialista». El siempre laicista Zapatero, si no fuese tan lamentable propiciaría la risa su laicismo, se ha dado la mano con lo más granado del catolicismo español para firmar lo que no hace con miles de personas que padecen el peso de la crisis económica: un generoso convenio con la Iglesia Católica con motivo de tan «histórica» jornada. Un convenio que no sólo implica prestar los colegios públicos, sino otras generosas y sustanciosas prebendas. Pero, ¿Qué aportó el Papa a los jóvenes y a la ciudadanía? Muchos pensamos que nada, excepto a esa minoritaria juventud que le siguió, sí minoritaria: hagamos un ejercicio matemático con la cantidad de jóvenes que viven en España y no asistieron a la « fiesta». Si el Papa y la Iglesia Católica aportasen algo a la juventud no habría hoy un millón menos de jóvenes en las clases de religión, muchos y muchas fuera del rebaño eclesiástico, otros tantos viviendo «en pecado» sin pasar por la vicaría, etcétera. Lo que seguro aportó el Papa es un gasto extraordinario a un país en franca decadencia económica y a los políticos que se hicieron la foto con él y eso en época de elecciones es muy bueno.

Ciento veinte sacerdotes madrileños han firmado una carta en contra del «escándalo social» que conllevó este dispendio en «el contexto de la actual crisis económica». El inefable arzobispo Rouco Varela les ha respondido: «No hay cosa más económica que rezar». Rece él, porque su iglesia huele a estar finiquitada socialmente.