En las conversaciones, entre «hombres» sobre violencia de género, tema desgraciadamente en permanente actualidad, no es infrecuente escuchar argumentos y datos que intentan demostrar -supuestamente- que por culpa del feminismo y de las instituciones que le hacen caso, ahora los hombres son los oprimidos por las mujeres. Es decir, son las víctimas del matriarcado. Así, en esta línea argumental, no es extraño oír cosas como que «los hombres estamos perseguidos» o, sin sonrojarse, que «los hombres sufrimos más violencia de género».

Quienes, entre «hombres», sostienen que no es la mujer quien está en riesgo de maltrato, sino ellos, desconocen o no quieren conocer qué situación es, actualmente, la de la mujer en esta mediocre y demediada democracia. Que la mujer se encuentra en situaciones de vulnerabilidad, desigualdad y dependencia, con respecto al sexo masculino, no me parece una exageración ni un discurso panfletario, sencillamente hay que echar una ojeada a nuestro alrededor: el más cercano la convivencia de pareja.

El filósofo esloveno Zizek (1949) teoriza sobre dos aspectos de violencia que tal vez nos pueden ayudar a entender la lamentable «violencia de género». Así, diferencia entre la violencia subjetiva y la violencia objetiva. La primera es aquella que supera el nivel de normalidad, el nivel «0 de violencia»: el asesinato de una mujer a manos de su ex pareja. La segunda, violencia objetiva, es la que el sistema actual de relaciones económico sociales (capitalista) perpetúa: es la sobreexplotación, la doble jornada, la reducción a mero objeto sexual, la dominación psicológica, etc. Al respecto Zizek sostiene que mientras no atajemos esta «violencia objetiva o estructural» que padecen las mujeres en el día a día, los malos tratos seguirán siendo sólo la punta del iceberg ya que los mismos son la consecuencia de la dominación previa que padecen las mujeres.

El número de maltratadas, tanto física como psicológicamente, así como las asesinadas a manos de un machismo nada coyuntural, no es, en mi opinión, más que el síntoma de una opresión mucho más silenciosa y profunda, la que ejerce un sistema de dominación íntimamente ligado al modo de producción y reproducción social y económico. Hay datos que ponen en cuestión el discurso de que las mujeres hayan alcanzado la igualdad. Y si en algún momento llegó a rozarla, ahora con la crisis actual está en franco retroceso. Se podrían enumerar multitud de casos, pero sólo unos pocos pueden dar pistas por las que transitar para ver que no hay tal igualdad: en los últimos 10 años, el desempleo femenino no ha descendido del 11%, frente al mínimo de 6,06% de los varones (datos de la Encuesta de Población Activa); la brecha salarial entre hombres y mujeres supera el 21% en 2010 (variable el dato en función de algunos parámetros); el 8,2% de los hogares cuya cabeza de familia es una mujer sufren la pobreza, frente al 1,7% de los hogares encabezados por un varón (datos de 2001); el 88,4% de personas que sufren violencia doméstica son mujeres (datos de 2005, Instituto de la Mujer) Para finalizar, en el año 2010, murieron 73 mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, frente a 7 hombres asesinados (Datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género).

Entiendo que los datos referidos, no son todos los que existen, son suficientemente contundentes y elocuentes para echar por tierra la afirmación de que las mujeres hayan alcanzado la igualdad real con respecto a los varones; menos aún las mujeres de las clases más desfavorecidas. Por lo tanto, es falaz e interesado el discurso «prohombres» de que estamos más perseguidos y oprimidos. Un discurso relevante en ciertos medios de la llamada «caverna mediática» que muchas personas asumen acríticamente. La violencia de género no es un problema, por tanto, que afecte al ámbito privado. Es la manifestación más brutal de la desigualdad. Contra ella estamos.