Langreo, J. A.VEGA

En una charla sobre literatura impartida por Carmen Gómez Ojea caben Emilio Zola y Víctor Hugo, pero también Pilita Rodríguez, su amiga de colegio y la señorita Juanita. La escritora reflexionó sobre la literatura como mercancía y habló de sí misma en la Casa de Cultura de La Felguera en un acto organizado por la asociación cultural Cauce del Nalón en colaboración con el Club LA NUEVA ESPAÑA en las Cuencas. Gómez Ojea fue presentada por Helia Zapico y María Luisa Marrón que la describieron como una persona «lúcida, solidaria y sensible».

Con la sensación de encontrarse en una sala de estar rodeada de amigos, la escritora comenzó diciendo que el «arte no puede ser un espejo donde se refleja la realidad sino un martillo que debe atacarla». Porque si no es así se convierte en reaccionario o en un panfleto a favor del capitalismo. Y para confirmar esa teoría puso como ejemplo las novelas de Zola «una trampa mortal y degradante» porque presentan a un proletariado sórdido con mujeres maltratadas y niños mal alimentados, dejando de lado al otro proletariado que enseñaba a leer a sus hijos. En el otro extremo destacó la obra de Víctor Hugo que se muestra en contra de la pena de muerte y la esclavitud.

Para la escritora gijonesa, «la pieza literaria se convierte en una mercancía sujeta a las leyes del mercado» y también un acto de fe para los escritores porque tienen que creer en el número de ejemplares editados y vendidos por las editoriales. Pero no se planteó levantar un muro de lamentaciones, sino reivindicar el oficio de escritor. Algo que en su caso aparece en la niñez cuando comienza a leer, pero que no es indispensable porque «algunos de los mejores escritores se criaron en orfanatos pero poseían el don de saber leer en las caras de la gente y detectar el gozo maligno de alguien que solloza en un funeral».

Confesó que «jamás quise ser escritora» ni casarse con un millonario sino que sus ilusiones de futuro pasaban por vivir siempre en una buhardilla rodeada de libros, chocolate y galletas. Descubrió que era escritora porque escribía todos los días, buscando una palabra en el diccionario y construyendo un cuento a partir de ella. Y señaló que los comienzos no fueron gloriosos porque escribió en clase un cuento en el que una mujer encontraba un gorro de pescador en el puerto y creía que era el de su marido muerto, por lo que podría casarse con el amor de su vida. Su amiga Pilita Rodríguez se puso a leerlo y fue interceptado por las señorita Juanita que al leerlo hizo una bola de papel y lo tiró a la papelera. Algo que habría desanimado a cualquiera, pero no a Carmen.

La autora de libros como «Palabras en la noche» no soportaba el corsé de la normalización del entorno y encontraba más interesante lo que le contaba su niñera Angelita sobre gallinas y perros que lo que su madre y amigas comentaban en la sala de estar. Algo que podría considerarse realismo mágico que para ella es gallego y asturiano, «la prueba está en que García Márquez tenía una abuela gallega».

En una especie de bucle recuperó el concepto de mercancía en la literatura y recordó que «todos lo somos y vivimos, no en una torre de marfil sino de cartón piedra». Carmen Gómez Ojea terminó su intervención diciendo que «se puede hacer arte subversivo con tu manera de ser, porque lo subversivo no tiene porque ser explícito».