El 24 de diciembre de 1991 millones de españoles esperaban, viendo la televisión, la hora de sentarse en familia alrededor de una mesa para celebrar la Nochebuena. A las nueve de la noche comenzó el telediario y, tras una breve referencia a los discursos navideños del Rey y del Papa, un grupo de mineros asturianos irrumpió desde las entrañas de la tierra en centenares de miles de hogares. Estaban encerrados en un pozo de Mieres, a cuatrocientos metros de profundidad, y de ahí no saldrían hasta que el Gobierno negociase un plan de futuro para las Cuencas. Esta campaña de «marketing» no fue un hecho fortuito. El encierro de Barredo, del que surgió un nuevo escenario socio-económico para toda una región, fue planeado cuidando cada detalle, nada se dejó al azar. Dos sindicalistas, José Ángel Fernández Villa (SOMA-UGT) y Antonio González Hevia (CC OO) fueron quienes planificaron, diseñaron, ejecutaron y gestionaron todo lo que sucedió aquella Navidad en la cuarta planta del ya emblemático pozo, al tiempo que dirigían las crudas movilizaciones y protestas que sus organizaciones protagonizaban en el exterior. Veinte años después, González Hevia, ya desvinculado del mundo sindical, rememora aquellos días de incertidumbre, tensión y compañerismo.

Para valorar en toda su magnitud el éxito del encierro de Barredo hay que echar primero la vista atrás unos pocos años, cuando el SOMA y CC OO se enseñaban permanentemente los dientes en las minas, haciendo sangre cuando era posible. «En 1987 la división sindical era tan profunda que estallaban en los pozos movilizaciones espontáneas a las que ambas organizaciones nos veíamos empujadas a sumarnos sobre la marcha», reconoce Hevia. No oculta que había agresiones «brutales» entre ambos sindicatos. El componente político era muy acusado. «Fue entonces cuando surgió un hecho clave, la confianza y la lealtad entre Villa y yo. De no ser así, todo lo que sucedió después hubiera sido impensable». Tras un agitado año de protestas dentro de la minería, el 23 de octubre de 1991 se celebró una huelga general en Asturias. «Felipe González dijo en televisión que esperaba que Villa no se equivocase, pero él estuvo a nuestro lado a la cabeza de la manifestación. La unidad de acción sindical era una premisa vital y primordial. A mi me costó convencer a mi organización, ya que afloraban recelos y desconfianzas tras años de un enfrentamiento brutal y no faltaba quien anteponía dar una bofetada a Villa a lograr un acuerdo dentro del ámbito minero». Limadas esperanzas, Hevia llegó a la conclusión de que alcanzar una estabilidad para la minería asturiana pasaba necesariamente por abordar una acción radical, encerrarse en un pozo. «Villa al principio era algo reacio, pero finalmente accedió».

Los preparativos del encierro se llevaron en total, secreto mano a mano entre los dos sindicalistas. «Queríamos encerrarnos en un pozo situado lo más próximo posible a una gran población. Al final nos decantamos por Barredo», recuerda Hevia. Tras semanas de preparativos, se eligió la fecha del 22 de diciembre, un domingo. «El gran temor que teníamos los días previos era que la policía desarticulara el operativo para acceder a la mina, lo que nos hubiera hecho hacer un ridículo espantoso». A las seis de la tarde Hevia y Villa comenzaron a llamar a los integrantes de sus ejecutivas, en total, 36 sindicalistas del SOMA y CC OO, contando a sus dos cabecillas. A las diez de la noche se citaron en el local del pasivo de Hunosa, en la calle Numa Guilhou. Fue en ese momento y no antes cuando Villa y Hevia hicieron públicos sus planes. En menos de una hora se encerrarían en la cuarta planta de Barredo. Minutos después se subieron a una comitiva de coches y, saltándose semáforos salieron en fila india hacia la vieja explotación. «Cuando llegamos a Barredo corrimos todos hacia la jaula y un compañero tuvo que interceptar en el último momento al catapaz».

Tras un año de movilizaciones, extenuantes conversaciones y una interminable lista de reuniones oficiales con el Ministerio de Industria y con los responsables económicos del Gobierno de Felipe González, capitaneados por Carlos Solchaga, los principales líderes de los sindicatos mineros se habían atrincherado bajo tierra, donde permanecerían doce largos y agitados días. «El gran problema durante las dos primeras noches es que la dirección de Hunosa dio orden de que se nos aislara y estuvimos sin mantas, sin luz y sin ningún tipo de infraestructura de apoyo», lamenta Hevia. «Hubo momentos de enorme tensión. Necesitábamos saber qué ambiente había fuera. Nos preocupaba que alguien de las organizaciones pudiera intentar asumir la dirección al estar nosotros incomunicados. De hecho, me consta que hubo intentos de arrogarse una representación que correspondía únicamente a las ejecutivas que estaban encerradas en el pozo. Dentro de mi organización, aunque fuera del ámbito de la minería, se intentó organizar una marcha a Madrid, lo que hubiera sido un gran error».

La propia dureza del encierro hizo a sus protagonistas dar un nuevo paso al frente. «El segundo día un compañero cayó y se hizo un corte en la cara. Hunosa no quiso que bajase un médico, lo que nos obligó a dar la orden de tomar la dirección del pozo», señala Hevia. Durante doce días, los dirigentes mineros del SOMA y CC OO diseñaron desde dentro de Barredo una estrategia de erosión al Gobierno mientras, al tiempo, comenzaban las manifestaciones y protestas en el exterior, con viscerales enfrentamientos con los antidisturbios. Las muestras de adhesión iban en aumento según pasaban los días. «Villa y yo dábamos largos paseos por la galerías del pozo planificando una estrategia. Debíamos coordinar el encierro y dirigir las movilizaciones que había en las calles. Contábamos con información precisa de todo lo que sucedía en el exterior». En uno de esos largos paseos Villa hizo una confidencia a Hevia: «Me dijo que la dirección del PSOE, controlada por el guerrismo, se ofrecían a mediar en el conflicto. Aunque con recelos, me comprometí con él a dialogar cuando acabase el encierro, pero sin condicionar la salida».

El 3 de enero los sindicalistas pusieron fin a su largo encierro y fueron recibidos en el exterior por una multitud que les arropó con tratamiento de héroes. Pero Villa y Hevia, según este último, tenían pendiente otro encierro. Durante una semana estuve acudiendo a reuniones en Ferraz a escondidas de mi propia organización. Se lograron grandes avances, pero finalmente el viernes dejamos la mesa sin un acuerdo. El sábado me llamó Txiki Benegas y me instó a retomar las negociaciones. Nos citamos en un caserío del PNV, en San Sebastián. Sobre la mesa se puso una oferta muy similar a la que finalmente se aprobó, pero les dije que no se podía firmar ya que un acuerdo de ese calado debía salir de una mesa de negociación». Así se hizo. Dos meses después, el propio Consejo de Ministros, un hecho ya de por si insólito, daba luz verde al plan de Hunosa 1991-1993, el primero que conllevaba el cierre de explotaciones, pero con compensaciones nunca antes recogidas dentro del marco del carbón.