Conozco personas que no se gastan un euro en una participación de lotería, al igual que hay otras que procuran adecuar su pellizco de suerte a sus finanzas, sin que falten, ni mucho menos, quienes echan la casa por la ventana con tal de intentar agarrar al vuelo al pájaro de la fortuna.

Nada habría que objetar a tales conductas, pues, a buen seguro, cada una de ellas tiene su expediente justificativo. Desde la mayor o menor tacañería en unos casos, sin olvidarnos de los que no meten la mano en el bolsillo debido a sus principios contrarios a los lances del azar («El juego sirve para arruinar a los idiotas»), hasta los que saben que la mejor balanza económica es la que tiene la aguja siempre en el centro y, por ello, procuran atender los compromisos más inmediatos, sin olvidarse de coquetear moderadamente con el destino.

La noticia aparecida en LA NUEVA ESPAÑA del día 7 del actual nos remite a un estado de efervescencia de los asturianos por lo que al gasto de la lotería de Navidad se refiere. Hasta esa fecha llevábamos invertidos 104,5 millones de euros, lo que en términos comparativos representa 20 millones más que el año pasado. Una buena muestra, pues, de que nos hemos dedicado a perseguir a la suerte por todas las esquinas.

Mas allá de las explicaciones habituales -la esperanza de que la diosa de la felicidad nos obsequie con una palmadita en la espalda, por ligera que sea-, no parecen existir muchas dudas a la hora de considerar que la crisis económica ha removido los bolsillos hasta, en algunos casos, dejarlos exhaustos. Lo que en sí mismo pudiera parecer una paradoja -emplear las escasas energías en un arriesgado salto en el vacío, con muchas posibilidades de estrellarse contra el suelo-, significa un intento de escapar de una situación que se está volviendo desesperada para muchas familias.

Podemos asegurar que, en estos casos, los fines sí justifican los medios, a pesar de que sepamos que serán pocas las personas que lograrán hacer realidad sus sueños. Sin embargo, no es menos verdad que todos tenemos anhelos y derecho a tenerlos, y que, a fin de cuentas, en nuestros sueños podemos ser todo lo que queramos, y así hermanar al pastor con el rey o al simple con el discreto. Lo que no es más que la constatación de un deseo igualitario que late en el fondo de nuestros corazones, por mucho que la realidad nos demuestre que los señores de Wall Sreet se abrigan con pieles bien forradas, mientras que los millones de hambrientos del mundo bastante tienen con conseguir unos cartones para protegerse del frío. Un modo cínico de recordarnos el proverbio turco, según el cual «Los cisnes pertenecen a la misma familia que los patos, pero son cisnes».

Puestos a hacer girar la rueda de las especulaciones, no vendría mal referirse a la aprobación por el gobierno de la salida a Bolsa del 30 por ciento de la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado, lo que no es más que un refuerzo para que los dueños de Wall Sreet aumenten sus posibilidades de comprarse mejores ropas de abrigo. Hay quienes opinan que es una utopía salir de la crisis rascando los bolsillos de los que los tienen tan hinchados que se doblan por el peso y, por el contrario, consideran más razonable continuar haciendo agujeros en los bolsillos de los que acabarán doblándose, pero de hambre. Entretanto, la fábrica de los sueños continúa su imperturbable camino, repartiendo alguna sonrisa cada año y dejando con la miel en los labios a la mayor parte de los apostantes. Pero, mientras llegan vientos mejores -«La esperanza es la curiosidad del porvenir-, que no nos falte la ilusión por el Gordo. O al menos, por el flaco de la pedrea. Que el bombo nos acompañe.