Nació en Tiñana, Siero, el 12 de septiembre de 1840, pero a los seis meses de edad ya se trasladó con sus padres a Pola de Laviana, donde cursó los estudios elementales y de Latinidad, por lo que desde siempre se le ha considerado lavianés. Pasó su niñez entre Villoria y Lorío, como, navegando entre los libros bautismales de la Pola y Villoria, ha podido demostrar José Barrado Barquilla, su biógrafo más cualificado, quien dice que quizás fray José Mª Morán pudo influir en su vocación religiosa, aunque parece evidente el eco de fray Zeferino, cuya fama llegaba a Laviana en forma de cartas y noticias familiares.

Lo cierto es que estudió Filosofía y Teología en el emblemático seminario misionero de Ocaña, donde tuvo como libro de texto, entre otros, la Philosophia elementaria de fray Zeferino, del que parece ser fue alumno en los cursos 1864-66, pues el de Villoria explicó Teología, siguiendo la Suma de Santo Tomás, en los cursos 1859 a 1865. Una vez ordenado sacerdote fue destinado a Manila y, durante trece años, ejerció como profesor en la prestigiosa Universidad de Santo Tomás de distintas materias, como Filosofía, Matemáticas, Historia Natural o Teología.

En 1876 regresó a Madrid, donde ocupó diversas responsabilidades eclesiásticas, que compatibilizaba con su colaboración con diarios y revistas, prosiguiendo la labor intelectual y publicista que había iniciado en Manila. En 1884 fue nombrado obispo de Oviedo, no sin vencer algunas reticencias basadas en su amistad con el político Alejandro Pidal y Mon, diputado por Villaviciosa y, en aquellos años, ministro de Fomento en el Gobierno de Cánovas. Pidal tenía en determinados círculos una bien ganada fama de cacique que no era el mejor aval para quien se preciara de tenerlo como mentor. Pero Martínez Vigil supo desprenderse pronto del sambenito pidaliano e iniciar una labor que ha merecido a la par elogios y reservas, que tiene en su haber importantes obras y reformas de la diócesis ovetense, como el arreglo parroquial del obispado, la estampación de su mapa parroquial, el establecimiento de círculos, hermandades, cofradías, montepíos, conferencias y otras muchas obras, entre las que destacan la edificación y consagración de varias iglesias: la de San Pedro de los Arcos, San Juan el Real de Oviedo (que obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura), San Esteban y San Lorenzo en Gijón, Santo Tomás de Canterbury en Avilés, la actual iglesia parroquial de Pola de Laviana, Sagrado Corazón en Tapia de Casariego, San Salvador de Cabañaquinta y así hasta treinta y cuatro templos parroquiales, obras entre las que caben destacar las reformas y la reconstrucción no exenta de polémica de la Catedral de Oviedo hacia 1902 y la basílica de Covadonga, que, cuando él llegó al estaba en fase de cimientos y logró culminar en 1901. Quiso, además, levantar otro seminario y, aunque la nueva edificación se levantó, por la oposición de profesores y canónigos, que se quejaban de su lejanía de la Catedral, acabó convirtiéndose en el Cuartel del Milán, hoy sede la Facultad de Letras.

Años antes, 1888, representantes de distintos sectores de la ciudad, reunidos a instancias del obispo Vigil, fundaron la Cocina Económica de Oviedo en un momento en el que, tras unos difíciles temporales de nieve, se vieron afectadas las capas más sensibles de la población ovetense. El propio Obispo designó a los miembros de una Comisión que él mismo presidía, junto con el Gobernador Civil, el Presidente de la Diputación y el Alcalde de Oviedo.

Como buen miembro de la Orden de Predicadores, fray Ramón fue orador reputado y de probada elocuencia -se le encargó la oración fúnebre de Alfonso XII, que pronunció ante el Papa en la Capilla Sixtina-, como pudo acreditar en las luchas parlamentarias del Senado, donde tenía escaño por su condición de obispo. En el Senado dirigió la campaña emprendida por los obispos en contra de los decretos de Alfonso González sobre las asociaciones religiosas, a las que pretendía someter a la restrictiva Ley de Asociaciones de 1887 y combatió enérgicamente las reformas de la enseñanza propuestas por el conde de Romanones.

Fue escritor prolífico que publicó numerosas obras por lo general relativas a su ministerio y sus deberes pastorales, pero también de otros temas, como el sistema métrico decimal o la antigua civilización de las islas Filipinas, con diversas colaboraciones en la prensa de la época y en general en revistas especializadas como La Ilustración Católica, La Fe o Revista de Madrid. Tan acusado era su afán por publicar que hubo de incluso de encajar la acusación de plagiario de unas pastorales francesas que ni siquiera su sobrino, el sorprendido canónigo Maximiliano Arboleya, pudo disculparle: «Ni falta de recursos para escribir por su cuenta esas pastorales, como escribiera sobre asuntos nuevos y de candente actualidad, ni precisión alguna de escribirlas, ni la precaución más elemental para que no se averiguase que las copiaba en gran parte».

Esa misma ligereza es la que está en el fondo de su sonada polémica con Clarín a propósito de La Regenta, a la que sin nombrarla directamente califica de «libro saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas», tras hacerse eco y dar por bueno el rumor de que Leopoldo Alas hubiera distribuido el libro entre los veintinueve alumnos de su cátedra. Y todo ello en una pastoral. Como cabe esperar, la reacción del novelista fue contundente: publicó una extensa carta abierta en la que desmentía rotundamente la noticia y ridiculizaba la credulidad del obispo, cuyos insultos acababa perdonando, «por venir de quien vienen», y porque, añade, «además ni pinchan ni cortan, pues a un señor obispo no se le pueden ni deben pedir satisfacciones en otro terreno». Es de suponer que, de no ser así, el bilioso y belicoso Clarín le habría llevado al campo del honor, como había hecho en otras ocasiones por un quítame allá tamaños ultrajes.

Entre las muchas actividades desplegadas por este activo prelado, suelen recordarse su iniciativa de recuperar los restos de fray Melchor García Sampedro (elevado a la santidad por Juan Pablo II) y la promoción de una Junta del Principado para la defensa de Cuba que, bajo su presidencia, organizó un batallón de voluntarios para la defensa de Cuba.

Fray Ramón Martínez Vigil falleció, víctima de un fallo cardiaco, el 17 de agosto de 1904 en Somió, Gijón, donde él mismo había adquirido para la mitra una hermosa y espléndida posesión, que era poco menos que la corte veraniega de los prelados de Asturias. Como corresponde a su dignidad eclesiástica, está enterrado en la capilla de Santa Eulalia de la catedral ovetense.

Así como fray Ramón se mostró generoso con Laviana, dotando al concejo de una moderna iglesia y magnífica Casa Rectoral -en la actualidad reemplazada por un «chalé» del todo impersonal- e incluso colaborando con donaciones pecuniarias en algunas catástrofes mineras, también Laviana tuvo su recuerdo para el obispo. En primer lugar, dando su nombre a la plaza del Ayuntamiento, que se mantuvo con la denominación de «Obispo Vigil» hasta 1931, en que pasó a llamarse de Pablo Iglesias. En 1964 de nuevo se dio su nombre a una calle, en este caso la que va de la calle Libertad a la plaza del Ayuntamiento, rebautizada en 1953 como Plaza de Armando Palacio Valdés. Y, además, colocando su retrato en esta pinacoteca municipal que venimos mencionando.

Su retrato, al igual que los de Mariano Menéndez Valdés y Palacio Valdés, es obra de José Prado Norniella, del que dimos algunas notas en el artículo de Menéndez Valdés. El de Palacio Valdés y éste de fray Ramón son ambos de 1907, posiblemente anterior el del novelista, que pudo inaugurar la pinacoteca.