Desde hace tiempo se sabe que entre los numerosos palos del flamenco, hay algunos que se relacionan inequívocamente con Asturias. Por ejemplo, está claro el origen de «la asturiana», o «asturianada» si lo prefieren, y de «la praviana», cantes basados en nuestro folclore que se oyen de vez en cuando en los tablaos y que han tenido numerosos intérpretes en Andalucía, mezclando, casi siempre con buen tino, el rasgueo de la guitarra con el aire de la tonada. Algo parecido a lo que también hizo con éxito El Presi, pero acercando el resultado a nuestro gusto norteño en vez de a los oídos de la gente del sur.

Hay quien también encuentra la misma raíz en otros estilos más populares como la farruca, el garrotín y el martinete, explicando que son la evolución de las músicas que llevaron hasta allí los gitanos nómadas, después de haberlas conocido al norte de la Cordillera Cantábrica. E incluso autores tan serios como el experto José Ruiz, de la Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, las defiende como el resultado de la estancia en Andalucía de los 8.000 hombres, la mayoría asturianos, que el general Ballesteros llevó hasta allí para combatir al francés durante la Guerra de la Independencia.

A mí, esta teoría me parece un poco forzada, porque no hay pruebas para hablar de un contacto tan temprano entre los dos estilos. Prefiero creer que fueron los propios andaluces quienes pusieron en su tierra las letras y las melodías que habían oído cantar a sus compañeros cuando se acercaron hasta aquí, ya bien pasado el ecuador del siglo XIX, para trabajar en las minas de la Montaña Central y, de vuelta a casa, las aflamencaron con su propio estilo.

En este sentido, he encontrado una curiosidad que puede avalar mi opinión: las «Bulerías de Mieres», cantadas habitualmente en los espectáculos que recorrieron España y los países americanos de habla hispana en la década de 1920. Las grabó por primera nada menos que Pastora Pavón «La Niña de los Peines», considerada por quienes saben de estas cosas como la voz femenina más importante que hasta ahora ha dado el flamenco. Hasta el punto de que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía la reconoció en 1996 Bien de Interés Cultural, lo que significa que si ustedes se encuentran algún día con una de sus viejas pizarras, tienen la obligación legal de conservarla.

La bulería es un palo alegre, pensado para el baile, y su origen no va más allá del año 1880. En cuanto a las de Mieres, ya aparecen en un anuncio con el repertorio de la discografía de la cantaora publicado en El Liberal el día 30 de abril de 1918. Ella las llevó durante un tiempo en su espectáculo y tal vez en él las escuchó otro artista menos conocido, José Escudero «El Chato de Valencia», que volvió a grabarlas en 1927 con el sello La Voz de su Amo y el título «Bulerías por asturianas (de dónde vienes)».

El caso es que la versión de «El Chato de Valencia» se vendió mejor que la anterior y se convirtió en una de las piezas que más solicitaba su público. Del artista sabemos poco. Es evidente que era valenciano y por eso sentía y cantaba el flamenco al estilo de su tierra; así participó el 16 de octubre de 1925 en el Concurso de Cante Jondo de La Unión, antecesor de lo que hoy es el prestigioso Festival del Cante de las Minas, pero que en aquel momento se dedicaba al Cante de Levante. Junto al Chato, concurrieron al concurso los cantaores «Segundo Cojo de Málaga», «El Cano», «El Rampa», Alarcón, «El Fanega»; «Guerrita» y «El Mendo» y los tres premios principales, de 200 pesetas, 100 y 50, se los llevaron respectivamente los tres últimos por ese orden.

Aquel no fue su momento, pero tampoco tardó en llegar. En 1929 obtuvo un contrato para representar en la Exposición Universal de Barcelona «La Copla Andaluza», un espectáculo que alcanzó la categoría de fenómeno social. Con aquella compañía inició una gira por el extranjero que le llevó por primera vez hasta Argentina, donde prolongó la estancia con otra obra llamada «La romería del Rocío». Luego, ya famoso, volvió a España para trabajar en el Teatro Pavón de Madrid antes de cruzar otra vez el charco, esta vez con rumbo a México.

Como saben, los años 30 fueron los más convulsos que se han vivido en España, y los cantaores no fueron ajenos ni a la política de aquel momento ni a sus consecuencias. A pesar de la visión que se nos ha querido dar sobre el mundo del flamenco, asociándolo a la cultura del franquismo, la verdad es que fueron muchos los artistas que apoyaron decididamente la idea republicana y entre ellos estuvieron tanto la Niña de los peines como el Chato de Valencia.

La primera lo dejó claro desde el día de su proclamación grabando varios cantes en los que mostraba su alegría por los nuevos tiempos; luego, ya en plena guerra, también colaboró a menudo en festivales benéficos a favor del Socorro Rojo y los milicianos heridos en el frente. Afortunadamente, gracias a su prestigio consiguió salvar los trapos cuando los militares llegaron al poder y pudo morir en Sevilla en 1969, dos décadas después de su retiro profesional.

El Chato tuvo peor suerte y siguió el camino de otros cantaores y coplistas como Angelillo, El Niño de Utrera, El Niño León, Rafael de Triana o Pepe Monreal, exiliados en Buenos Aires, que se ganaron la vida trabajando en el tablao de la mítica «Taberna Española». Y poco más, ya que sus biógrafos dicen que en Argentina se pierde su pista y solo sabemos que nunca pudo a regresar a España.

En cuanto a la letra de las Bulerías de Mieres, les confieso que me ha costado reconocerla al oír el disco, porque no estoy acostumbrado a las variaciones de tono y voz de los flamencos, pero por fin he visto que se trata de la unión de tres piezas, de las cuales al menos las dos primeras pertenecen a nuestro folclore popular. Empieza versionando una canción conocida, que de vez en cuando se escucha en los festivales de tonada: ¿A dónde vas a dar agua mozo a los bueyes? / Que desde mi cama siento / los cascabeles. / Si sientes los cascabeles / de mio parexa / levántate de la cama /ponte a la rexa.

En la versión flamenca el mozo en vez de ir, viene, y también se añade algún piropo a la moza que se levanta de la cama, pero la estructura del valenciano es la misma. La segunda estrofa, aún más popular, tiene también otro pequeño cambio: En Oviedo no me caso/ y en Gijón lo pongo en duda, / Tengo de hacer un palacio / junto a la iglesia de Asturias. Seguramente porque Andalucía está muy lejos de Trubia y se consideró que quedaba mejor citar a la región que a un pueblo concreto y lejano, del que allí sabía muy poca gente.

Por eso nos llama la atención que, en cambio, el nombre de Mieres aparezca en el título del cante y más cuando en la letra no se hace ninguna referencia a esta villa, lo que parece indicar que quien compuso las bulerías quería perpetuar su recuerdo, tal vez para rendir un pequeño homenaje a quienes le habían acogido en otra época, antes de volver al sur.

Si la relación entre el flamenco y la asturianada despierta su curiosidad, no se pierdan tampoco otra pieza grabada en una pizarra de 1930. Se trata de «El chalanero», con la voz de José Martínez Sevilla, un payo que cogió el nombre artístico de «El Peluso», acompañándose con la guitarra de Manolo de Badajoz. Por supuesto, hay más canciones que siguen esta idea y aunque no son muy numerosas, tampoco se pueden considerar rarezas. Ya lo ven, cada vez es difícil ser original y eso que ahora se nos presenta como una novedad bajo la pomposa denominación de mestizaje cultural, ya lleva un siglo inventado.

Aunque si se hace con arte, siempre es bien recibido. Escuchen sino a Rafael Jiménez Falo, cantaor, bailaor y además profesor en la escuela «Amor de Dios» de Madrid, en el Conservatorio Profesional de Música «Arturo Soria» y en el Conservatorio Superior de Danza de Madrid «María de Ávila». En 1996 grabó en su primer disco «¡Cante gitano!» los Cantes de la Tía Chata, su tía-abuela, gitana y asturiana, que solía cantar por bulerías ritmos tan de aquí como la vaqueirada.

Rafael Jiménez, experto en rescatar cantes flamencos en desuso, puso al día sus recuerdos de infancia y con ellos obtuvo el premio «Copa Teatro Pavón» al mejor disco del año 1998 y al mejor intérprete joven. Pero si su historia no les llama la atención, les añado un detalle que sí lo va a hacer: las bulerías de la Tía Chata, que se han podido escuchar en los principales teatros del mundo, están cantadas en asturiano.