Trevín no es un buen lector», me acusaba el eurodiputado Salvador Garriga (Partido popular) en su última columna. Me sonrojé de inmediato. Para un maestro de escuela, como yo, uno de los mayores desdoros sería el de no leer bien. Me vino, incluso, a la memoria la anécdota de Woody Allen: «Asistí a un curso de lectura rápida. Logré leer en diez minutos Guerra y Paz. Puedo resumírselo, va de rusos».

¿Me habría pasado algo parecido? Me tranquilizó la lectura de su artículo anterior. En él, reconocía Garriga que su madre le reprochaba no haberse explicado bien en una ocasión, anterior, en la que escribía sobre la, a su juicio, leyenda negra de la izquierda asturiana sobre el carbón y la oportunidad perdida de los fondos mineros.

Más que de entendederas o lecturas atentas parece que, a juicio de su propia madre y del mío, el problema es de explicación del escribidor. Lógico cuando uno trata de negar las evidencias, rectificar las políticas de su propio partido en los últimos tres lustros o exigir tareas imposibles para los dioses a los simples mortales.

Las minas, los mineros y sus concejos «están mucho peor» que hace 30 años se despacha, tan quitado de la pena. Pues va a ser que no.

Sin dejar de reconocer, ni un ápice, las muchas dificultades que aun habrán de afrontar el trabajo en las minas, la seguridad de los mineros y la prevención de las enfermedades profesionales no han hecho más que mejorar en estas tres décadas. Eso sin hablar de las mejoras salariales o el actual régimen de pre y jubilaciones, logradas con una inteligente combinación de movilizaciones y diálogo, tanto con gobiernos del PP como del PSOE.

Y qué decirles de los territorios mineros en los que las aguas de sus ríos ya no bajan negras y las comunicaciones por carretera han mejorado visiblemente, al igual que los equipamientos urbanos, educativos, sociales y sanitarios. Todo ello gracias, entre otras cosas, a los fondos negociados por los sindicatos mineros en sucesivos Planes de la Minería firmados con gobiernos socialistas y populares.

Debe explicarnos el eurodiputado popular, por todo ello, por qué denosta tanto esos fondos mineros apoyados por su propio partido los últimos tres lustros o, dicho de otra manera, si es la suya una postura personal o ejerce de abanderado de un cambio radical de la estrategia popular respecto al carbón, que sería, así, tras las renovables, el gran sacrificado en la actual política energética española.

Por último, achacar a los socialistas el no haber logrado, en 30 años, que el carbón asturiano sea competitivo o es una broma o desconoce por completo nuestras minas o trata, simplemente, de justificar su cierre en 2018, al estar pidiendo, implícitamente, el fin de las ayudas públicas a su funcionamiento.