Si algo bueno ha tenido el desembarco en el poder del actual equipo de gobierno es que, por fin, algunos de sus componentes no han tenido más remedio que quitarse la careta. Cierto es que ya había muchos, entre quienes ostentan cargos relevantes en la actualidad, a los que no costaba trabajo reconocer por sus hechos o por sus manifestaciones más recalcitrantes. Sin embargo, alguno, como el caso del actual ministro de Justicia, aún ensayaba, de cuando en cuando, tímidos tics progresistas, con el fin de intentar disimular sus verdaderas pulsiones cavernícolas. ¿Quién no dijo alguna vez de Ruiz Gallardón que era distinto al resto de la fauna de la que formaba parte? Un progre haciendo centrismo en las filas conservadoras, llegó a pensar más de uno.

Sin embargo, al igual que no hay mal que dure cien años, tampoco hay máscara que resista todas las nieves del tiempo. Sobre todo, cuando el que se disfraza tiene la obligación de ponerse delante del espejo público y dar su opinión sobre lo que ve a través del cristal.

Quizás recordando los versos del inolvidable Machado: «Mas busca en tu espejo al otro, al otro que va contigo», Gallardón ha decidido realizar un ejercicio de sinceridad y se ha puesto el traje de aquel que le acompaña siempre. Y así, su verdadera sombra o su verdadero yo; en todo caso, el otro que siempre va contigo, ha dado una lección magistral de hipocresía, hasta el punto de romper todos los cristales que, hasta la fecha, mantenían en pie su precario equilibrio político.

«En muchas ocasiones se genera una violencia de género estructural contra la mujer por el hecho del embarazo» o «muchas mujeres ven violentado su derecho a ser madres por las presión que generan a su alrededor», son algunas de las frases que forman parte de las manifestaciones que hizo el ministro el pasado 8 de marzo. No es un ejercicio fácil, ni, mucho menos, está al alcance de cualquiera, vestirse con el mismo ropaje de quienes sufren a diario tantas desgarraduras en la piel. Hay muchas medidas para intentar paliar esa situación de creciente injusticia: más guarderías públicas, horarios laborables más razonables para las mujeres, multas a las empresas que discriminen a las embarazadas y bastantes más. Eso daría una imagen de coherencia que, en el caso del que hablamos, se ha trastocado en una visión profundamente retrógrada del ocasional aspirante a progre que busca sobre todo, en la reforma de la ley del aborto, un modo de apaciguar al sector más conservador de su partido.

Ni una sola indicación al espejo sobre la educación sexual en los colegios, ni una mirada, siquiera de soslayo, sobre el fomento de campañas del uso del preservativo y la píldora del día después, nada que pudiera servir para evitar los abortos no deseados. Quizás al ministro le preocupe mucho, en esta época de crisis, las pérdidas que están sufriendo las compañías aéreas, y, por ello, tenga tanto interés en hacernos volver a una ley del aborto que permita viajar a Londres a muchas españolas (siempre que puedan, naturalmente, pagarse el viaje).

Finalizo con otros versos machadianos: «El hombre sólo es rico en hipocresía / en sus mil disfraces para engañar confía». Sólo que, a veces, ni mil disfraces son suficientes para seguir engañando al espejo.