Y no es para menos. Desde hace unos pocos meses, muy pocos, el incipiente gobierno de nuestra nación está tomando medidas y no para hacer o encargar trajes, sino para todo lo contrario: supresión de organismos y, subsidiariamente, prescindiendo del personal en ellos «arropados». ¿Dije de verdad y en serio arrebujados, reguardados y apañados, algunos de ellos, desde hace unos cuantos años? Pues no lo sé exactamente, pero algo parecido debió de suceder en el momento que se crearon, o mejor se inventaron, nuevas corporaciones paraestatales y ese personal sin número «fijo» se albergó en grandes superficies, ¡qué digo!, o en verdaderas edificaciones monstruosas que ahora, por lo que parece y a juicio de la actual administración, digámoslo así de claro, «no servía pa na».

Los amigos de sus amigos y los compromisos adquiridos en las etapas previas a las tomas de posesión, hubo que cumplirlos a rajatabla. ¿Qué no había presupuesto? Ya saldrá de las arcas públicas, ¡qué tontería!. Y unos trajeron a otros, y los otros a los que llegaron más tarde. Y la bola fue haciéndose cada vez más grande y todos vivieron?, ¡joder, cómo vivían algunos!

Al margen de lo tratado hasta el momento, lo preocupante es también el cambio de personalidades aparentemente imprescindibles. Y que nadie se ofenda con lo de la apariencia, porque si un delegado del gobierno no desarrolla mal su tarea, ¿por qué hemos de sustituirlo por otro nuevo y del «color» que acaba de entrar en el gobierno central? Quizá sea una pregunta retórica, a cuyo cambio estamos acostumbrados desde que se creó el Paraíso Terrenal. ¡Ah, qué tontería la mía! En cabeza humana no cabe tener a un socialista, pongamos por caso, cuando en Madrid «reinan» los populares. Y por eso a mí me queda la duda, la gran vacilación, si el entrante lo va a hacer mejor que el saliente aunque es de otro signo. ¡Joder, qué lío me estoy armando! Pero creo que ustedes me entienden.

Tan solo un ejemplo. Cuando descarriló el tren de FEVE que llevaba aquellos pesados rollos de láminas, el actual delegado del gobierno en Asturias, le faltó tiempo para pedir la cabeza del entonces presidente de susodicho ferrocarril. La cosas claras, a mí me hizo gracia, porque Madrid ya tenía previsto tal sustitución descarrilase o no el tren. Bueno, pero había que mover ficha, ¿verdad señor de Lorenzo? Pero vuelvo a donde empecé, porque a mí las ramas me embarullan y me pierdo por el árbol.

Resumiendo porque mucho no hay que añadir. ¿Y ahora qué hacemos con los despedidos de los organismos oficiales u oficiosos que cerramos con el fin de ahorrar los costos que, por otra parte, nos está exigiendo -no es así exactamente, pero por algún lado hay que empezar- la Comunidad Europea? Porque un local, una vivienda, un edificio entero, se apaga la luz, el aire acondicionado, damos de bajo los teléfonos, apagamos los ordenadores, deja de limpiarse?, y, efectivamente, hemos ahorrado un montón de euros. Pero, ¿y qué hacemos con las personas? Alguno habrá y no se crea que muchos, que vuelvan a su ocupación?, ¿liberal? Y si ya no sabe o no la tiene, ¿qué? ¿Seguimos engrosando las listas de desempleo? Yo me asusto. Así que a algunos es probable que la camisa no les llegue al cuerpo.