Abierta la caja de Pandora por Álvarez Cascos al disolver la Junta General, el resultado de las últimas elecciones autonómicas se ha convertido en un verdadero laberinto para formar un nuevo Gobierno en Asturias. Se perdió tiempo y se despilfarró el dinero de los contribuyentes para volver a un estado de cosas más embrollado que el anterior. Lo que habría justificado la elevada abstención de los votantes en unos comicios que no era urgente convocar. Otras cuestiones son ahora realmente prioritarias. Como en el resto de España, el desempleo es el gran problema de Asturias. Un problema de verdadera emergencia social. Actualmente convertido en una suerte de letanía de interminables justificaciones.

Debido al empate entre los dos bloques enfrentados, el futuro Gobierno asturiano depende ahora del único diputado de UPyD Ignacio Prendes, que ya ha expuesto sus condiciones. Su primer objetivo sería llegar a un amplio acuerdo para formar un gobierno de concentración que supere los «bloques monolíticos» de izquierda y de derecha. Está dispuesto a apoyar a uno u otro bloque en la investidura. Y tampoco descarta la posibilidad de la abstención, aunque de cumplirse esta alternativa estaríamos abocados a una nueva convocatoria electoral en el plazo de dos meses. Sin duda, está sería la opción más impopular y onerosa. Por eso, curándose en salud, Prendes declaró a este diario que, si se diera este caso, «no se cargue sobre él más responsabilidad que la que tiene como único diputado, ya que la responsabilidad tiene que ser pareja a la representación que tenga cada partido». A nuestro parecer, el criterio más lógico en tales circunstancias debería de permitir formar gobierno al candidato de la lista más votada.

Por otra parte, la dirigente nacional de UPyD, Rosa Díez, fue aún más allá en sus propuestas. No sólo defendió un gobierno estable, capaz de afrontar los graves problemas de los asturianos, sino también pactos con altura de miras. Políticas de Estado que contribuyan igualmente a la gobernabilidad de España y eviten estériles enfrentamientos entre siglas, bloques y comunidades que tan nefastos están resultando para España . Al margen de la privilegiado posición de que goza su partido con un diputado que puede decidir el gobierno de Asturias, las propuestas de Rosa Díez resultan poco menos que utópicas en un marco político en el que los bloques están tan definidos, que reniegan por principio a gobernar con el bloque antagónico. Los protocolarios encuentros de estos días entre los candidatos de los grandes partidos evidenciaron, una vez más, esas diferencias irreductibles. Lo que viene a demostrar que no sólo dialogando se pueden alcanzar acuerdos políticos. Cuando hay en juego tantos intereses contrapuestos, casi siempre se impone el pragmatismo del poder frente a la retórica de los principios y de los programas.

Jorge Luis Borges ha definido irónicamente la democracia como «ese curioso abuso de la estadística». Una forma de reducir un sistema complejo como el democrático a una simple razón aritmética, mediante la cual se supeditan con frecuencia los intereses generales a los del grupo dominante. De cualquier modo, sea cual sea signo del gobierno asturiano, las expectativas deberían cambiar radicalmente de rumbo en una región con más de diez mil parados y que viene arrastrando una grave crisis socioeconómica desde hace mucho tiempo. Una crisis derivada de mil promesas no cumplidas. De planes y recetas fracasados. De despilfarro y mala gestión. Por todo ello, es cierto que las cosas no deberían seguir así. Lo que está menos claro es cómo se podría superar tan difícil coyuntura en un panorama político como el actual.