Coto Musel pasa por ser la primera mina de carbón que se explotó en el concejo de Laviana que mereció este nombre. La empresa se creó en 1890 con un millón de pesetas de capital social y los primeros estudios para su explotación fueron dirigidos por el ingeniero Juan Gandolfi, aunque no parece claro que en aquel momento la propiedad ya fuese del industrial vasco José Martínez Rivas. Sin embargo, es seguro que cuatro años más tarde ya estaba en sus manos.

Conozcamos primero la mina antes de hablar de este capitalista que formó parte del grupo de euskaldunes que vinieron a unir su dinero al de los ingleses, franceses, cántabros, catalanes o riojanos para sustituir la falta de inversiones de la burguesía asturiana en su propia tierra, una triste circunstancia que desde entonces ha condicionado nuestro desarrollo económico.

Para conocer como era Coto Musel en sus inicios, tenemos la suerte de disponer de la descripción publicada por el erudito Eladio García Jove en 1896: «El foco de explotación se halla en el Meruxalín, en cuyo punto, después de varios planos inclinados, desde los pisos de las diversas bocas de minas, empieza la vía férrea, por donde circulan dos locomotoras de siete toneladas cada una, y cuya vía mide una longitud de tres y medio kilómetros, divididos en dos trozos: uno que cruza la montaña de Carrio, y otro la Vega de Laviana, enlazados por un plano inclinado de más de 500 metros, en el alto del cual una sencilla máquina movida por el vapor, pone en marcha los vagones en su ascensión y descenso, atravesando después el río Nalón por un magnífico puente metálico de 35 metros de luz».

Se trató de una empresa tardía. Cuando empezó su producción ya existía la línea de ferrocarril entre Langreo y Gijón; Duro y Compañía y la Fábrica de Mieres llevaban décadas trabajando -de los talleres de ésta habían salido los materiales con los que se hizo el puente citado por García Jove-; unos años antes había echado a andar la Sociedad Hullera Española del Marqués de Comillas y lo mismo Hulleras del Turón, creada también por otro grupo vasco en torno a la Fábrica de Vizcaya y Víctor Chavarri, eternos competidores de José Martínez Rivas.

En 1902, la revista francesa «L'Echo des Mínes et de la Metallurgie», daba cuenta de que se había constituido en Paris la sociedad denominada Charbonagge de Laviana, con 2.000.000 de francos destinados a explotar un coto hullero en esa zona de Asturias, que sufría una transformación total y en la que se habían construido edificios destinados a fragua, carpintería, el calero o la tejera; las casetas de las boca-minas; los planos y sobre todo, los cuarteles destinados a albergar en cada uno a dos familias y también se anunciaba que estaba en proyecto la construcción de un pequeño hospital, así como una casa-escuela donde los hijos de los obreros pudiesen educarse e instruirse.

Coto Musel, que ocupaba una extensión de 1.149 hectáreas y llegó a dar 600 puestos de trabajo directos, si contar los que se crearon en torno a la flota propia y el dique que poseía en la costa de Gijón, abrió la puerta a la fiebre minera que invadió Laviana acabando con su tradicional forma de vida campesina y acercando el progreso con sus pros y sus contras, como retrató magistralmente Armando Palacio Valdés en «La aldea perdida». Y ahora vamos a nuestro personaje.

José María Martínez de Lejarza y Las Rivas nació el 29 de septiembre de 1848 en la localidad vizcaína de Galdames en el seno de una familia rica y numerosa que poco después trasladó su residencia a Bilbao; allí hizo los primeros estudios y en 1860 comenzó su formación orientada a los negocios, viajando primero a Madrid y enseguida a Londres para adquirir experiencia en la casa exportadora de vinos de uno de sus tíos, Francisco, otro capitalista tan adinerado que cuando murió, en 1882, dejó a su único hijo una fortuna valorada en cerca de 70 millones de reales.

José contrajo su primer matrimonio con la hija de uno de los socios ingleses de su tío, Augusta Cecilia María Tracy, y empezó a partir su vida entre Gran Bretaña y España, trabajando como mediador de los industriales del hierro inglés que necesitaban el mineral de las minas del País Vasco. Tuvo cuatro hijos reconocidos con su primera mujer y otros cinco de su segundo matrimonio, en 1889, con María Richardson O'Connor. Además, sus biógrafos señalan que en su testamento trató con los mismos derechos a otro joven llamado Reginal Joseph Murray, lo que parece indicar que habría que añadirlo también por una puerta lateral a la lista de sus descendientes.

Martínez de Las Rivas no se limitó a mantener el patrimonio familiar sino que arriesgó invirtiendo en los negocios más prósperos de la industrialización y fue también el administrador de su primo Francisco, el segundo marqués de Mudela y cuando éste murió sin hijos en 1890, se hizo con sus propiedades a cambio de abrir a los otros herederos, su madre y sus hermanos, cuentas individuales de crédito por el valor de sus derechos. Así que cuando se decidió explotar la hulla de la montaña lavianesa, ya tenía en su haber una larga carpeta de empresas.

En 1888, asociado con Sir Charles Palmer, propietario de los astilleros de Jarrow- Tyne había fundado la sociedad colectiva Martínez de las Rivas-Palmer, que en 1891 se convirtió en Astilleros del Nervión, en las marismas de Sestao y al lado de la factoría de San Francisco del Desierto, que también era suya después de habérsela comprado dos años antes a su primo y, por citar otras inversiones, también le pertenecían las minas de hierro Unión y Amistosa, en sociedad con la Somorrostro Iron Ore, en esta localidad vasca y las navieras Vapores Fay y Somorrostro, Compañía del vapor marqués de Mudela y Compañía del vapor Rivas.

La muerte le visitó en Madrid el 13 de abril de 1913, cuando era uno de los hombres más ricos del norte de España y su fortuna se tasó en aquel momento en unos 16 millones de pesetas considerando que a sus propias industrias había que sumar las acciones en otras muchas, la deuda pública, elevados intereses bancarios y numerosas fincas entre las que destacaban 157 hectáreas en La Galea de Guecho, uno de los parajes más emblemáticos de la costa vasca.

Desde aquel momento, los herederos de la Casa Martínez Rivas empezaron a fragmentar la unidad empresarial para ir deshaciéndose de los lotes que les habían correspondido, sin que tampoco faltaran los enfrentamientos personales en el curso de las operaciones financieras, y apenas ocho años más tarde, lo que había sido uno de los entramados industriales más potentes de España, ya no existía.

Poco a poco fueron cayendo todas las piezas, salvo una que la familia quiso conservar: Coto Musel. La apuesta definitiva de José María Martínez Rivas antes de iniciar la última etapa de su vida, que quiso que fuese más tranquila. En varias ocasiones recibieron ofertas por la explotación de Laviana, que fueron sistemáticamente rechazadas.

¿Por qué este interés? Principalmente por la imparable tendencia al aumento de beneficios: una producción que venía dando año tras año una media de 110.000 pesetas, lo que suponía un 11% sobre aquel millón de capital inicial y que el mismo año de la muerte de Martínez Rivas ya ascendieron a 400.000 pesetas. Luego, la coyuntura internacional creada por la I guerra mundial hizo el resto al convertir el carbón asturiano en fundamental para las maltrechas siderúrgicas europeas.

De modo que, aunque la compañía de Laviana no pasaba de ser la novena empresa entre las que explotaban el carbón asturiano y la decimoséptima del país, sus beneficios fueron tan sorprendentes que los herederos se mostraron reacios a vender: en 1915 se cifraron en 1.125.000 pesetas y en 1918 lograron superarse los 2.500.000, lo que suponía nada menos que un 250 % sobre aquel capital social inamovible que se tomó como referencia nada menos que hasta 1940.

En aquel momento, el viento ya soplaba en contra y el simbólico millón se elevó hasta los tres y medio en el curso de una reforma de los estatutos con la que se intentaba mantener a la empresa en un balance positivo, aunque con unos objetivos mucho menos ambiciosos que los de aquella primera década del siglo. La historia de esta etapa ya forma otro capítulo, pero el final de Coto Musel fue el mismo de otras explotaciones asturianas que no pudieron sobrevivir a la creación de la empresa estatal Hunosa en 1968. Lo que ocurre actualmente con sus instalaciones es también un ejemplo de los tiempos que nos toca vivir, pero ese también es otro asunto.