Como ustedes saben, hasta hace bien poco cualquier acontecimiento celebrado en las Cuencas mineras debía concluir con una buena tanda de chupitos y cánticos. Ahora, mientras los chupitos siguen in crescendo, cada vez es más difícil que se acompañen con un fondo de voces espontáneas. Se canta menos y peor, y si a esta circunstancia le añadimos la falta de compromiso de las instituciones y la maldita crisis que afecta a la financiación de las iniciativas culturales, no es extraño que agrupaciones como el entrañable Ochote La Unión hayan decidido desmotar sus atriles.

Lo lamentamos sinceramente, pero como esta es una página de historia, no podemos quedarnos aquí y hoy tenemos que ir hacía atrás para contarles como eran en otro tiempo algunos de los primeros coros de la Montaña Central, creados con una intención que iba más allá de lo estrictamente musical.

A finales del siglo XIX los precursores de la idea socialista se esforzaban para ganarse el aprecio de sus compañeros, peleando también para que sus pequeñas organizaciones fuesen creciendo a costa de quitarles parroquianos a las tabernas, sustituyendo las alegrías del vino por las responsabilidades de la lucha de clases. En esta difícil tarea, cualquier actividad que ayudase a aprovechar bien el ocio estaba bien vista y si además fomentaba la unión entre los trabajadores, mejor que mejor. Y aquí encontraba su sitio el canto coral, gratificante por sí mismo y a la vez simbólico ya que su buen fin depende de la suma de las voces de todos en un conjunto que deja fuera a aquellos que no pueden seguir el compás.

Los Orfeones Socialistas nacieron en el seno de las primeras organizaciones que el partido fue abriendo por las Cuencas, impulsados por las directrices nacionales y el pensamiento de su fundador Pablo Iglesias, quien era consciente de que las palabras que hablaban sobre Emancipación y Libertad entraban mejor con música que cuando se leían en la prensa que los propagandistas vendían por los tajos. Por ello, todos los actos, mítines, espichas o manifestaciones se cerraban cantando.

El resto de los líderes obreros también compartían esta opinión y una prueba de ello la tenemos en el joven Manuel Llaneza, quien compuso un himno para que fuese interpretado por sus correligionarios. Fue antes de su marcha a Francia, forzado por la persecución que siguió a La Huelgona y la música la puso Jovino Fernández, uno de los personajes fundamentales de esta historia, del que hablaremos más abajo.

Las dos conmemoraciones tradicionales de los primeros socialistas eran el aniversario de La Commune de París y el 1º de mayo. La primera ya se ha olvidado y solo los historiadores pueden explicar que fue un movimiento insurreccional que se adueñó de la capital francesa entre marzo y mayo de 1871. Sesenta días que pasaron a la mitología obrera como un espacio de Igualdad y Libertad entre dos largos periodos de represión.

Aunque aquel movimiento se ahogó en un baño de sangre, dejando en las calles 30.000 muertos, los revolucionarios tuvieron tiempo de promulgar muchos decretos que siguen teniendo plena actualidad; por ejemplo los que afectaban a la remisión de los alquileres impagados o la abolición de los intereses de las deudas, que aún figuran entre las peticiones de los «indignados». Y como los hechos ocurrieron antes de que marxistas y anarquistas se tirasen los trastos a la cabeza, todos se consideraron herederos de aquella lucha.

Después de unos años de convivencia, la fiesta del 1º de Mayo fue tomando poco a poco el relevo para acabar desbancando el recuerdo de La Comuna, pero en torno a 1900, los coros socialistas aún asistían por igual a las dos convocatorias; aunque sus miembros carecían a menudo de cualquier conocimiento musical, los ensayos eran casi inexistentes y la armonía se encontraba más en las buenas intenciones que en la conjunción de voces.

En la Montaña Central, el primer Orfeón Socialista fue el de Mieres, nacido con el siglo XX, y que se reunía en el Centro Social del Polear. Pronto le siguió, en 1903, el de Langreo y un año más tarde los de Turón y Figaredo. Al poco tiempo, otras agrupaciones que se lo pudieron permitir ya contaban con sus propios coros y así en 1912 llegó el de La Felguera y en 1914 el de Sotrondio.

Manuel Vigil Montoto en sus memorias «Recuerdos de un octogenario» dejó escrito que quien dio forma al Orfeón Socialista de Mieres fue Luis Miranda, director y presidente que decidió dotarlo de un reglamento para asegurar su permanencia en el tiempo, algo que no pudo lograr él mismo, que tuvo que dejar muy pronto el coro.

Precisamente Vigil Montoto y el Orfeón Socialista se vieron envueltos en un curioso episodio de la historia mierense al que hace ya 7 años dediqué una de estas páginas, y como supongo que no lo recuerdan, lo hago yo por ustedes porque merece la pena por sí mismo y además nos sirve de ejemplo para que veamos como los objetivos de los coros obreros iban más allá del simple divertimento.

Se trata del llamado «matrimonio popular» celebrado en febrero de 1904 en el Centro Obrero de Mieres, como una forma de protesta cívica para reivindicar el derecho a las uniones civiles. Entonces no pude darles los nombres de los contrayentes, ahora sí. Se llamaban Martín Sáez y Pilar Álvarez y el oficiante fue el mismo Vigil Montoto, quien presidía entonces la Federación Socialista Asturiana.

El acto se convocó como una movilización política y estuvo amenizado por el Orfeón que tenía programada en su agenda la asistencia a los actos de propaganda antirreligiosa y socialista a los que fuese llamado, como hacía en el otro extremo del espectro político la Agremiación Católica, que también tenía su coro y además banda de música y cuadro artístico, aunque como pueden suponer, su finalidad y los actos a los que acompañaba eran completamente opuestos.

Cuentan las crónicas que el enlace fue seguido por unas 2.000 personas -la boda más multitudinaria en los anales de Mieres- y terminó bruscamente cuando el oficiante, que tenía prohibido por orden judicial estar en la Montaña Central, fue detenido por la autoridad con la consiguiente protesta de la multitud.

Luis Miranda fue sustituido en el Orfeón Socialista por Jovino Fernández Martínez, quien estaría en él cuatro años antes de pasar a dirigir el Orfeón Mierense, muchos de cuyos integrantes provenían también del anterior, puesto que en esos años casi todos solían ser mineros, aunque aquí no se les exigía la militancia en la UGT o en el PSOE y se cuidaba más la afinación que la ideología.

Jovino, que había dejado su trabajo en el taller de fundición de la Fábrica y sus estudios en la Escuela de Capataces de Minas para dedicar su vida a la música, decidió cruzar el charco en 1906 y logró cierto renombre al frente de otras agrupaciones en Argentina, Chile y Paraguay.

Jean Luís Guereña, hijo de republicanos exiliados en Francia y catedrático de civilización española contemporánea en la Universidad de Tours, ha recogido en una investigación el llamamiento que Jovino Fernández publicó en 1902 en el semanario La Lucha de Clases proponiendo desde Mieres el intercambio de repertorios con los Orfeones Socialistas de otras provincias para que todos participasen de las ideas de los demás.

Con este fin, daba a conocer las 14 composiciones que se tocaban en la villa del Caudal, alternando valses, pasodobles, mazurcas y, por supuesto los himnos y las marchas. Veamos: «La Internacional», «La Commune», «A la unión», «Glorias del pueblo», «A las urnas», «Al nuevo centro», «A una madre», «Marcha Fúnebre», «Al trabajador», «Soy socialista», «Al marino», «A los burgueses asombra» y dos piezas con el mismo título «Al 1º de mayo».

Aún en 1933, el planteamiento no había variado. Cuando la Coral e Instrumental de la Casa del Pueblo de Mieres por fin hizo público su reglamento, lo encabezaba con esta declaración de principios: «?Que uno de los factores más importantes para conquistar de una manera más fácil el triunfo de sus ideales, es la educación de los jóvenes en todos los aspectos, y teniendo esto en cuenta, han hecho frente a todas las imposibilidades hasta crear una Agrupación Artística en la cual parece que entró un rayo de luz a iluminar los cerebros juveniles que hoy se están forjando de una manera eficaz, para que en un corto lapso de tiempo puedan prestar sus servicios en bien de la humanidad».

No pudieron hacerlo porque vino una guerra y los vencedores trajeron otras partituras más tristes. Desde entonces, toda España fue un coro con un solo director y desafinar pasó a ser un pecado mortal.