Uno de los especialistas que más conocen sobre el trazado de las vías de Pajares es Guillermo Bas Ordóñez, a quien hemos recurrido en otras ocasiones desde esta página para que nos aclarase datos concretos sobre la historia de nuestros transportes, que a nosotros se nos escapan. Lleva años estudiando este tema, al que ha dedicado su doctorado, y cuenta con varias monografías sobre los trenes españoles. Sus opiniones están siempre basadas en el aval que le dan muchas horas de investigación y una prueba del reconocimiento que tienen sus trabajos está en el Premio Patac, que obtuvo en 2010 precisamente por su investigación sobre la construcción de este ferrocarril.

Según él, la compañía de Gustave Eiffel sirvió puentes para la red ferroviaria del noroeste, pero el ingeniero no llegó a visitar nunca el tramo del Pajares. Así lo expresó en febrero de 2011 en la Casa de Cultura de Pola de Lena en una conferencia sobre los 125 años del ferrocarril de Pajares: «Ha salido en libros y en prensa, pero no estuvo aquí, es una invención; sus puentes fueron todos a Galicia, pero los de Asturias, los de la línea de Pajares vienen de otra casa francesa».

Con ello, deberíamos dejar zanjada esta cuestión, pero como nos gusta mantener la heterodoxia mientras tengamos un mínimo apoyo para sustentar la duda, nos vemos en la obligación de dejar una ventana abierta a la posibilidad de que esta visita haya sido real, tal y como lo contó en su momento el desaparecido Constantino González Rebustiello, corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Lena.

Rebustiello, fallecido en 1981, fue un periodista con el que nunca llegué a hablar y sin embargo creo que tengo mucho en común con su estilo. Cuando Germán Mayora me hizo llegar hace unos meses una colección de sus artículos, me encontré con que él ya había publicado en su momento varias historias de este concejo a las que yo me acerqué más tarde considerándolas originales, y en algún caso, al haber bebido de las mismas fuentes, nuestras conclusiones son tan parecidas, que hasta me parece extraño que nadie me haya acusado de visitar demasiado sus crónicas.

Les aseguro que no ha sido así y desde aquí expreso mi admiración por este hombre que, careciendo de las posibilidades que a mí me ofrece ahora la informática para acercarme a la información, no tuvo miedo a la hora de tirar por elevación si la falta de un dato le impedía concluir algún capítulo sobre el pasado de su tierra.

Pues bien, el cronista lenense tuvo ocasión de conocer en los años 70 a don Joaquín Muñiz, hijo del terrateniente del mismo nombre, que según la creencia extendida en el concejo, había alojado en su casona de Malvedo al ingeniero francés a mediados de 1882. El entrevistado ya era un hombre muy mayor, pero aún capaz de transmitir los detalles que había conocido en su infancia.

Le contó que Eiffel llegó hasta aquí gracias a las gestiones de don Manuel Mendoza, responsable técnico de la obra del Pajares, y su estancia se prolongó mes y medio. Ambos se alojaron en Malvedo mientras duraron los trabajos iniciales del puente, hasta el que acudían a caballo, siempre acompañados por un intérprete de la lengua gala. Cuando había transcurrido mes y medio, el francés se despidió de Asturias con una comida que se celebró en la casa y en la que solo le acompañaron Mendoza, otro ingeniero italiano y don Joaquín, quién se negó a pasar la minuta por la estancia, pidiendo a cambio que le dejasen allí la mesa en la que habían trabajado los técnicos.

En octubre de 1999, desconociendo el trabajo de Rebustiello, yo mismo publiqué en este diario, dentro de la serie «El patrimonio de las Cuencas» mi experiencia en la casona de Malvedo, donde Jesús Fernández Muñiz, del que guardo el mejor de los recuerdos y al que desde aquí envío un abrazo, me había puesto al corriente sobre este asunto. Por aquel tiempo yo también coordinaba unos cursos para profesores, en los que se programaban visitas a los principales monumentos y lugares de interés cultural de la Montaña Central e incluí en dos ocasiones la visita a la aldea, donde don Jesús actuó como el mejor de los cicerones enseñándonos las estancias de su casa y también la espléndida tahona que alberga, que fue la última en transformar la escanda y el maíz, que en otro tiempo abundaban en la zona.

En la titánica obra que abrió al ferrocarril los 40 kilómetros que median entre Fierros y Busdongo, con nada menos que 56 túneles, llegaron a trabajar casi 2.000 hombres. Muchos eligieron Malvedo como residencia temporal y así se alteró su tranquilidad centenaria, de manera que en todas las casas se alquilaron dormitorios para los obreros y, quien pudo, hizo negocio vendiendo comidas y bebidas; llegó tanta gente que hubo que planear estructuras de urgencia e incluso se habilitó un hospital frente la Iglesia.

Pero en los pueblos más grandes fue aún peor y Eiffel, que quería estar lejos del bullicio para poder trabajar a gusto, eligió las comodidades que ofrecía la casona de los Fernández Muñiz, de manera que en la planta baja de la vivienda se preparó un despacho, abriendo una ventana en los muros para pagar desde allí a los ferroviarios y se preparó justo encima su habitación, amplia, cómoda y soleada.

Sabemos que del estudio del ingeniero salieron otros proyectos menores para Asturias, entre ellos el entorno de la casa de Concha Heres, en Oviedo, derruida para levantar el Banco de España, con su verja de lanzas y un invernadero de dos pisos, de hierro y cristales. También, según la información que guarda la Asociación de Descendientes de Gustave Eiffel, encargada de custodiar su legado, su antepasado hizo en el año 1882 seis puentes en las provincias de Asturias, Galicia y León.

Fue un viajero impenitente, apasionado por los puentes, especialmente los destinados al ferrocarril, pero lo que hizo necesaria su presencia a pie de obra en el trayecto de Pajares fue la extraordinaria dificultad del conocido como Arroyo, entre Navidiello y Linares, para el que tuvo que habilitar una solución incluyendo una plataforma sobre la que se desplazaban las bases de los pilares encargados de amortiguar el movimiento que ocasionaba el paso del tren y en la que los engrasadores que debían cuidar de este engranaje disponían de una entrada de paso.

Todo se perdió en 1954, cuando la obra se cubrió con hormigón, aunque afortunadamente nos queda una descripción de cómo era originalmente. Apareció en el relato sobre la inauguración de la rampa de Pajares que hizo el diario «La Crónica de España» en 1884. Veamos: «El segundo viaducto. Parana, tiene 130 metros de longitud y 43 de altura desde el nivel del río. Es de hierro, en curva de 300 y pendiente del 2. Consta de tres tramos, dos extremos de 40 cada uno, y el central, que tiene 50. El estribo segundo tiene fundaciones tubulares de 23 metros de profundidad el cimiento. Ha sido construido por la casa Giffeld».

Se habrán dado cuenta de la importancia que tiene para nosotros esta última frase, porque la casa Giffeld no puede ser otra que la de don Gustavo, los talleres G. Eiffel, apuntada precipitadamente por quien recibió la crónica en el periódico. Un dato que además nos recuerda que, aunque en aquella época el ingeniero francés tenía ya el reconocimiento internacional de sus colegas, todavía no gozaba de la popularidad que le proporcionó poco después la famosa torre que hoy pincha el cielo parisino y por eso su presencia en Asturias pudo pasar desapercibida.

En aquel momento los talleres de Gustave Eiffel solo eran una alternativa más en el amplio catálogo de constructores franceses y belgas que dominaba el mercado internacional y nadie podía aún adivinar la trascendencia que en poco tiempo iban a alcanzar sus trabajos.

Don Joaquín Muñiz le contó también a Rebustiello que, cuando el invitado de su padre regresó a Francia, se molestó en enviar desde allí una carta traducida al español en la que agradecía a la familia las atenciones prestadas durante su estancia. Dejando de lado el supuesto expediente 3.432, fechado en su despacho en 1883, que algunos identifican con el de este proyecto y que nosotros no hemos podido confirmar, esta sería la prueba definitiva para zanjar nuestra polémica,

Sin la carta, no tenemos más que lo que les acabo de exponer, aunque lo que está fuera de toda duda, tanto por la variedad de detalles que ofrece el testimonio de la familia Muñiz, como por la memoria que dos generaciones de vecinos de Malvedo guardaron de estos hechos, es que en la casona se alojó un ingeniero francés al que se mandó llamar expresamente para solucionar el problema del puente Arroyo. ¿Si no fue Eiffel, quién pudo ser?