Pocos textos he escrito con tanto placer como éste que me ha solicitado Langreanos en el Mundo, a los que expreso desde aquí mi gratitud por haber creado un punto de encuentro tan cálido y cercano.

Nací en Sama y mis raíces langreanas se han mantenido siempre vivas, a pesar de que tuve que dejar mi tierra hace ya varias décadas. Comencé entonces un exilio espiritual que me llevó a León, más tarde a licenciarme y doctorarme en Valladolid y, posteriormente, a Burgos, donde hace muchos años que vivo y ejerzo como Catedrática de Filología Inglesa en su universidad. Durante este tiempo he llevado conmigo a Langreo en la mente y en el corazón, porque no en vano pasé allí la infancia y la adolescencia, tiempo de la vida que nos nutre para siempre. Y como hizo Machado con Sevilla, proclamo con orgullo que mi infancia son recuerdos de un jardín langreano entrañable y lluvioso, donde siempre parecía otoño y donde los días eran asombrosamente largos, casi rozando la eternidad. No dispongo de espacio para glosar las múltiples vivencias de aquel tiempo, por lo que me limitaré a evocar el placer de la lectura que tanto me marcó como persona y como futura profesora de literatura .

Desde la distancia del recuerdo, aquella Sama de los años 50 es para mí un paraíso presidido, en plena calle Dorado, por la Librería Escolar que tanto frecuenté. Nunca olvidaré el olor intenso a tinta, papel y goma de borrar que te envolvía al entrar y, sobre todo, los libros de pastas duras y colores brillantes que refulgían en los escaparates y en los estantes. Por aquel tiempo el ocio infantil consistía en jugar en la calle, coleccionar cromos, leer tebeos y devorar libros, tanto la letra como los «santos»; y estos libros los comprábamos, los intercambiábamos o los cogíamos prestados en la biblioteca pública Jerónimo González, un espacio de luz tenue y suelo de madera quejumbrosa que aun siento con vividez.

¿Cómo olvidar a su bibliotecario, Don Sacramento, hombre de gruesas gafas y devota profesionalidad que casi todas las tardes me prestaba un libro diferente?

¿Cómo olvidar tantas historias y tantos personajes que borraron para mí la barrera entre realidad y fantasía e hicieron de Sama un universo sin límites, abierto al mundo y poblado de aventuras y héroes? Porque mis lecturas consistían fundamentalmente en clásicos extranjeros sobre todo anglosajones: Los Viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, Oliver Twist, Mujercitas, Hombrecitos, Moby Dick y un largo etc sin olvidar los libros de Guillermo Brown, un personaje clave de mi vida. No cabe duda que todo aquello avivó mi interés por otros mundos y me acabó llevando a Inglaterra y a Irlanda, países en los que he vivido largas temporadas y a los que he dedicado mi vida profesional. El placer de lectora infantil que se forjó en Sama dio paso con el tiempo al mismo placer en la docencia y la investigación de literatura inglesa e irlandesa. Y no hace falta añadir que en estos países también encontré algo tan querido para mí como la lluvia, la bruma, el verde o la gaita.

Hoy en día -ya en el invierno de mi vida, como diría el novelista Paul Auster- revivo la magia del pasado cada vez que vuelvo a Sama. Tengo la fortuna de mantener una casa familiar en la calle Dorado y, aunque ya no exista la Librería Escolar (pero sí su hermoso edificio) leer allí me devuelve a la infancia de inmediato, sobre todo si llueve. Y en esos momentos compruebo emocionada que sigo logrando detener el tiempo, demoler las barreras de la imaginación y recobrar mi inefable sensación de eternidad, prodigios que sólo me suceden en Sama de Langreo.