Una vez más, y para demostrar que la realidad suele ser más terca que las mejores intenciones (o peores, según los casos), un asunto crucial, cual es el de la fusión de los municipios, ha vuelto a sentarse encima de la mesa. Y, en esta ocasión, a causa de las conversaciones que UPYD está manteniendo con los distintos grupos políticos asturianos a fin de decidir a quién de ellos le entregará la llave del reino regional. De ese pulso saldrá un nuevo ejecutivo, algo que necesita con urgencia esta región a la que, entre la desidia de unos y la incapacidad de otros, se le notan cada día más las desconchaduras. Por ello, las dos condiciones -y muy importantes, a mi juicio-, como son la fusión de municipios y la reducción a una de las actuales circunscripciones electorales, van a ser en campo de batalla en el que se decida la gobernabilidad de Asturias.

Es cierto que las identidades guardan mucha relación con el desarrollo urbano, pues se definen fuertemente a partir del crecimiento de las ciudades, pero ello no significa, precisamente, que la vara de medir deba extenderse sólo de una a otra parte de nuestra calle. Cooperar olvidando los localismos, que ayudarían mejor a vender los puntos fuertes o los atractivos de cada zona, a la par que posibilitarían una mejor cultura emprendedora, ha sido, desde hace ya muchos años, un objetivo de nuestro valle. A modo de ejemplo, basta con recordar la importancia de la Mancomunidad del Nalón, por mucho que las guerras tribales entre políticos de distinto signo -que no parecen tener tregua- sólo sirvan para poner la venda a una demanda creciente e imparable como es la ciudad lineal y que, por muchos esfuerzos que se hagan en contra, terminará imponiendo su presencia de una forma tan natural como igualmente necesaria.

Decía no hace mucho tiempo, y con acertado tino, el secretario general de CC OO en el valle del Nalón, José Manuel Zapico, que «la fusión de Ayuntamientos del valle del Nalón es algo inevitable, y que habría que anticiparse a las decisiones que nos vengan impuestas desde Madrid, intentando conseguir el mayor consenso social posible». Al mismo tiempo, insistía en las ventajas -evidentes, a poco que dejemos la venda a un lado- de esa unificación administrativa: «Habría más ingresos y menos gastos y los servicios básicos se gestionarían de una forma más eficaz». Ejemplos de ello hay, y, por si fueran pocas esas ventajas, no habría que olvidar el mayor peso administrativo, que nos dotaría de una mayor capacidad de influencia a la hora de defender nuestras reivindicaciones y nuestros intereses frente a otras administraciones.

No sé si los que hemos traspasado hace ya más de una década el medio siglo llegaremos a ver convertida en realidad esta ciudad lineal, pero lo cierto es, que por muchas zancadillas que se intenten poner al progreso, éste es un ley primordial y absoluta que acaba siempre imponiendo su presencia. Existen muchos retardatarios, a los que asusta un futuro que no se adapte a sus medidas, pero no es menos verdad que el único traje capaz de sacudir la desidia que nos embarga es el de la pelea y el de la exigencia diaria. A fin de cuentas, como dejó dicho Papini, cada instante tiene valor porque prepara un instante sucesivo, y todo hombre -mejor toda persona- no vive más que por lo que espera.