Son numerosas las muestras de apoyo que continúan recibiendo los mineros encerrados en El Candín. Trabajadores de distintos sectores se suman, día tras día, a la lucha de un colectivo que se niega a aceptar una liquidación prematura. A modo de emocionante ejemplo, la semana pasada recibieron el aliento de un grupo de jóvenes de la Escuela de Fútbol Eulalia Álvarez de Langreo -la suerte de la minería está muy ligada con el porvenir de los jóvenes de nuestras cuencas- que, en su pancarta, se solidarizaban con quienes están luchando ejemplarmente para defender sus puestos de trabajo.

Todos sabemos que, en esta problemática del carbón, existen unos plazos y unas reglas de juego que hay que respetar, algo que el gobierno de la nación no está haciendo, pues, con la excusa de la crisis -la que se han montado ellos, naturalmente-, está dispuesto a firmar el acta de defunción del sector, antes del tiempo convenido.

De entre tantos apoyos recibidos merece la pena destacar el mural de la asociación de desempleados Adepavan. Sin duda alguna, los parados son quienes en estos momentos se encuentran en mejores condiciones para comprender el sufrimiento de los mineros y, mediante el mural, lo que hacen es rechazar -frente a quienes buscan cualquier excusa para mirar hacia otra parte- que el apoyo mutuo, la camaradería y la amistad sean una película en blanco y negro, como a algunos les interesa ver.

Su pintura es un no rotundo, un modo de gritar y de oponerse a la liquidación sistemática de valores que forjaron un carácter a estos valles. Los miembros de Adepavan ya no tienen miedo e izan la bandera de la solidaridad desde el primer día de huelga de la minería y están presentes en cada barricada, a pie de encierro y acampada, codo con codo con quienes son sus compañeros.

Su mural no es sólo una mezcla de letras y colores, un mensaje que pretenda llamar la atención. Es algo más profundo: la escenificación de unos valores como la unidad y la solidaridad que muchos quieren enterrar. Es una llamada de alerta frente a quienes utilizan el egoísmo y el individualismo como principal estandarte. Es, sobre todo, una declaración de principios de que en Adepavan siempre se va a imponer el colectivo, el compañerismo y una única clase: la de los trabajadores.

El total éxito de la huelga general de hace unos días y la masiva participación en la manifestación son todo un ejemplo de cómo deben hacerse las cosas. Alguien dejó escrito que «Los privilegios acabarán, pero el pueblo es eterno» y, por eso mismo, la estrofa de «El pueblo unido jamás será vencido» es algo más que la parte de una canción.

A la vista de ello, cabe preguntarse si tamaña demostración de fuerza -todos los colectivos sociales agrupados en la misma dirección- hubiera bastado para frenar el continuo goteo de puestos de trabajo que se perdieron en tantas empresas más pequeñas de nuestra cuenca. Opino que sí, pero, esa falta de respaldo popular en otros conflictos, tiene unas raíces más hondas que merecerían ser analizadas con más calma. De momento, suerte para los mineros y, sobre todo, para los encerrados. Ellos son los protagonistas más importantes de esta historia.