Cuando James Joyce llegó a Blimea, también tomó un té con una magdalena con la idea de embarcar al joven Alfonso Zapico en la elaboración de su biografía. Pero no la quería cargada de palabras como su voluminoso «Ulises», prefería llenarla de dibujos y bocadillos, que fuera amena y más un libro de viajes que un relato al uso sobre su vida. Joyce sabía que el joven dibujante asturiano llevaba tiempo barruntando la idea, suspendida como la magdalena en una cuchara sobre una taza de té, y sólo le faltaba un empujón. Las figuras afiladas de Joyce y Zapico se fueron de la mano no hacia Dublín, sino a la ciudad francesa de Angulema, en cuya Maison des Auteurs el artista blimeíno, sobre la mesa de dibujo, bajo el flexo y a la vera de Manuela, pudo cumplir el deseo del escritor irlandés. «Dublinés» es un libro magnífico que ha merecido el Premio Nacional del Cómic y, aunque haya sido reconocido en España, fue alumbrado en Francia con la morriña de Asturias. Zapico se ha zampado la magdalena y nos ha dado un gustazo.