Aestas alturas Vital Aza es un autor olvidado, con poca posibilidad de recuperación. Lo prueba el escaso o ningún eco con motivo del centenario de su fallecimiento, ocurrido el 12 de diciembre de 1912. No sé si su nombre dirá poco o mucho a los asturianos de ahora: tal vez no les diga nada. No por eso deja de ser Vital Aza el autor de teatro de mayor presencia en los escenarios españoles entre Francisco Bances Candamo a finales de siglo XVII y Alejandro Casona a mediados del siglo XX: otro autor, Casona, irrecuperable, pero éste lo tiene bien merecido. Al igual que el clásico Bances Candamo, Vital Aza escribió poesía y teatro en verso (que los profesores de literatura parece que aún diferencian entre lo uno y lo otro, como si el verso del teatro fuera distinto del que se publica en los libros de poemas). Entre Bances Candamo, que pertenece a los flecos de nuestro gran teatro clásico, cuando éste ya había entrado en un triste crepúsculo lo mismo que España, manteniendo con dignidad el tono lopesco y el estilo calderoniano y la insufrible cursilería de maestro de escuela de Alejandro Casona, el teatro de Vital Aza es una bocanada de aire fresco: como si se hubiera una ventana entre el barroquismo de Bances y la chirriante pedantería de Casona; y es que Aza con su teatro y con su poesía no proponía otra cosa que entretener a los espectadores y lectores, teniendo en cuenta su medianía, que confesaba con desenvoltura y buen humor: «Ni soy una gloria del proscenio, / ni me creo un eximio literato, / ni me tengo, a Dios gracias, por un genio», pues «Autor cómico soy y no dramático».

Autor cómico fue y poeta festivo, y médico aunque no ejerció, por lo que pudo decir: «Y juro que no he matado / un solo enfermo siquiera». Las cosas le iban bien con obras como «El rey que rabió», en colaboración con Ramos Carrión y música de Chapí. Su éxito en los teatros de la época son equiparables y los Palacio Valdés en la novela. Ambos no se buscan complicaciones a la hora de ponerse a escribir: Vital Aza escribía obras cortas, de uno o dos actos, raramente de tres. «La imaginación de Vital Aza consistió en llevar a la escena lo más común, lo más habitual, lo menos sorprendente», escribe su mejor estudioso y paisano, Jesús Neira. Escribía con claridad, con dominio de la sintaxis sencilla, y sus versos están bien construidos, aunque con los ripios inevitables (a fin de cuentas, era poeta festivo). En lo que a sus argumentos se refiere, desarrollados habitualmente en Madrid, «Yo jamás me metí en psicologías / ni rompí moldes, ni amargué los días / de los pobres oyentes o lectores». Su propósito era limpio y noble: entretener a su público. Lo era intención de Lope de Vega, Shakespeare o Moliére. Como afirmó un autor clásico, Cubillo de Aragón: «Más la comedia búscala graciosa, / entretenida, alegre, caprichosa». Se propuso divertir y lo consiguió. Lo que le hemos de agradecer a Vital Aza a los cien años de su muerte.

La compañía «El Tabernáculo del Palmeral» cerró en Mieres el programa de actos conmemorativos del centenario de la muerte de Vital Aza con una representación teatral basada en varios sonetos del dramaturgo y poeta lenense. En la imagen, Tomás Fernández, sentado, representando el papel de Vital Aza en el poema «Ego sum».