Quién lo diría: no hace tantos años que las estadísticas situaban a Langreo, y especialmente a La Felguera, como una de las zonas con el mayor número de industrias por kilómetro cuadrado y con la más alta densidad de población de España. Actualmente estamos viviendo una de las últimas batallas para defender los vestigios de un modelo productivo que se puso en marcha hace siglo y medio. Un modelo que ha transformado radicalmente estos valles. Que fue absorbiendo su carácter local y rural para incorporarlos a la corriente más universal de los nuevos pueblos industriales.

En su famosa obra «Las dos culturas», el físico y novelista inglés C. P. Snow sostiene que la industrialización ha sido históricamente la única esperanza para el pobre: habría supuesto la posibilidad de que todos lean y escriban, porque una sociedad industrial no puede prescindir de eso. Salud, alimentos, educación, nuevos grupos sociales, organizaciones políticas y sindicales, centros culturales, una visión del mundo más dinámica, solo la revolución industrial puso todo eso al alcance de los estamentos más humildes. Unos beneficios que se mantienen y establecen la jerarquía económica entre las naciones.

En tiempos de zozobra y de sospecha, desde el Gobierno se adelanta el fin de las ayudas a buena parte de la minería del carbón. A cambio se ofrece un nuevo plan para la reactivación de las comarcas afectadas. Suena a vieja letanía. «Agárrense a lo seguro, a lo que ya tienen, y no hagan caso de las promesas políticas» aconsejaba un veterano sindicalista británico cuando las minas aún podrían ser una tabla de salvación para transformar la estructura económica de las cuencas.

Es cierto que en los últimos años se instalaron aquí diferentes empresas. En su mayoría fueron empresas «cazasubvenciones». Empresas que han surgido y desaparecido como por ensalmo. Que no reactivaron nada y supusieron además un verdadero despilfarro para las arcas públicas. Para los contribuyentes.

Es evidente que en las Cuencas no se acaba de perfilar un modelo económico que vaya a reemplazar con garantía a los pozos, fabricas, talleres, chimeneas, castilletes y otros negocios de la primera y segunda revolución industrial. Y que no es suficiente el reclamo turístico de las reliquias minero-industriales y del paisaje para sacar del marasmo económico a este «cinturón de oxido» (Rust belt), como llaman los estadounidenses a las áreas industrialmente deprimidas.

Hace una década, el prestigioso economista y catedrático José Luís García Delgado manifestaba en el Museo de la Minería que los mejores servicios son sin duda aquellos que siguen a la industria. Que el sector terciario no debe sustituir a la base industrial, sino acompañarla y complementarla, ya que «los servicios deben seguir a las industrias como la sombra al cuerpo».

A pesar de todo, es un hecho que la industria está resistiendo mejor que otros sectores los embates de la crisis. Y son las empresas industriales sólidas las que están en mejores condiciones de generar a corto plazo un empleo estable y duradero.