De la categoría más baja en la mina Manolo Canteli pasó a ser electricista, bombero y vigilante. Con los años estudió facultativo de Minas en la escuela de Mieres del Camino y en 1956 ya trabajaba en un pozo difícil, el Aramil, propiedad de Duro Felguera. «Fue a partir de esos años cuando se especializó en terrenos inconsistentes», recuerda su hijo. Manolo Canteli falleció en mayo de 2010, a los 87 años de edad.

Con el compromiso de sacar adelante la excavación del túnel de La Florida, pero sin dejar de pertenecer a la empresa Duro Felguera, Manolo Canteli, cuenta su hijo Javier, «al ver el trabajo y lo que pagaba el Ferrocarril de Langreo, pensó que era una buena oportunidad para que sus hermanos montasen una cuadrilla» y se metieran en las entrañas de Samartindianes para terminar el túnel.

«Lo que más recuerdo es que mi padre decía que aquella situación ya la había vivido en el pozo Aramil, pero con menos medios; en el túnel, él puso la técnica y sus hermanos el laboreo. Cuando terminaron la obra siguió en Duro Felguera, no aceptó una oferta del Ferrocarril de Langreo para incorporarse a la compañía, y también orientó a sus hermanos para que con el dinero que habían ganado acabando el túnel se dedicaran a la construcción en Gijón», entonces una ciudad que requería levantar miles de viviendas para acoger a los trabajadores siderúrgicos que serían trasladados a la nueva factoría de Uninsa desde Mieres y Langreo.

Después de cerrar el pozo Aramil, Manolo Canteli se incorporó a la recién creada empresa pública Hunosa. Estuvo destinado en los pozos María Luisa, Fondón, Samuño y Pumarabule. En Mosquitera, fue donde se prejubiló «con 51 o 52 años», recuerda su hijo Javier. Desde la aldea de El Pollíu, en la parroquia de Santo Toribio de Cocañín, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio, corazón de la cuenca del Nalón, Isaac Canteli, con 81 años, rememora su trabajo en el túnel de La Florida, en el que estuvo con otros dos de sus hermanos: Severino y Marino.

«El túnel lo empezaron por cuatro testeros para poder calarlo, pero para hacer esa obra tan importante tenían que haber hecho unos sondeos para saber el terreno que había, que era muy inestable, con bancos de arena; cuando don Carlos Roa Rico (gerente del Ferrocarril de Langreo) vio que no eran capaces a pasar, ya que en vez de avanzar en la arena les estaba tapando, se puso en contacto con los ingenieros de Duro Felguera». Así fue como los Canteli entraron en la historia del túnel.

«Entonces -prosigue Isaac Canteli-, el ingeniero del Mosquitera, que era el vasco José Izaguirre, que tenía a mi hermano Manolo muy considerado, lo llevó a la reunión y en ella Manolo, que era persona sencilla, les dijo que si le daban opción para hacer una selección de mineros se comprometía a terminar. Así entramos nosotros en una obra en la que antes fracasaron tres compañías».

Con Carlos Roa los Canteli no firmaron contrato alguno. El mayor de los hermanos eligió una cuadrilla de diez mineros y se fueron al tajo, «y hubo mineros muy nombrados que cuando entraban en el túnel y veían el peligro que había salían enseguida; había que tener la sangre muy fría». Cuando la cuadrilla se puso manos a la obra, prosigue Isaac Canteli, «el túnel estaba empezado por los cuatro testeros, con dos frentes, uno hacia La Florida y el otro hacia Noreña. Por las ranuras de los anillos (con los que se iba construyendo) se filtraba el agua y la arena, formando una bóveda falsa. Un día que Manolo entró en el túnel dijo: «Salir todos que esto va a bajar», y uno que se llamaba Josepón dijo que tenía que ir a por el hachu, y le contestó Manolo: «Si vas a por el hachu quedes allá». A los veinte minutos bajaron 50 o 60 metros de túnel y caló hasta la superficie». La obra duró algo más de 23 meses y «pasar costó triunfos», rememora Isaac Canteli. La clave fue «ir despacio, por fases. Abríamos una galería por el medio y metíamos el hormigón franqueando a los lados para recibir el final de la bóveda, y todo a pala, que entonces no era como ahora, que hay máquinas que te suben el hormigón a los pisos. Tengo metidas 40 horas seguidas con un traje de agua y aguantando la marea, era como si te tirabas al río».

Fueron 23 meses en los que, afirma Canteli, «no supimos lo que era un domingo o una fiesta, todo seguido, las veinticuatro horas, a dos turnos de doce horas, y yo llegué a tener a mi cargo a 33 paisanos». Pero cobraron bien, «la base del jornal lo pagaba la empresa y el sueldo fijo eran dos mil pesetas al día».

Cuando por fin se acabó la obra Carlos Roa «no tenía todo el dinero para pagar la deuda, y fue cuando una parte nos la dio con un solar en Gijón, en la carretera de la Costa esquina con la calle del Conde del Real Agrado, frente a la fábrica de Zarracina; ahí hicimos la primera casa», afirma Isaac Canteli, de una empresa que en los años 60 y 70 levantó grandes edificios en Gijón, como el gran bloque sobre lo que fue el Parque Japonés, entre las calles Asturias y Donato Argüelles, en cuyo subsuelo los Canteli, capitaneados por Severino, convertido en prototipo de empresario de éxito (falleció en abril de 2010), hicieron el primer aparcamiento subterráneo de Gijón.

Al final de la obra del túnel, recuerda por último Isaac Canteli, «todos los que estuvimos en la obra le regalamos a don Carlos Roa una maqueta de oro de la montaña, con un tren que salía del apeadero de Noreña». Y así fue la historia del túnel que acercó aún más la cuenca del Nalón a Gijón, facilitando también la afluencia de aficionados rojiblancos a las riberas del Piles. No en vano por la parte de San Martín se suele comentar que «el Sporting es un equipo de El Entrego que juega en El Molinón».

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