Lo importante no es si se levanta o no la visera del Calatrava. Tampoco lo es la cuantía de la multa que resulta entre lo que deben los que lo encargaron y lo que tiene que pagar el que no cumplió. Ni siquiera es importante si al final tiene algún interés estético que se levante o no. Lo importante, lo realmente importante del lugar, sigue siendo la pequeña iglesia de ladrillo rojo situada delante: la que no fueron capaces de cargarse ni los sueños de grandeza de un arquitecto, ni las tonterías de los responsables municipales de urbanismo, ni las ínfulas de los políticos. Pasado el tiempo, el verdadero referente arquitectónico de esos años finales del siglo XX y primeros del XXI vuelve a ser una iglesia pequeña, de nuestra medida y, seguramente, reflejo del tamaño de la fe pequiñina de los asturianos. Como lo fueron en su momento las pequeñas iglesias del prerrománico o las capillas que dejó el barroco por toda nuestra geografía. Ahora mismo, cuando me pongo delante de este monumento a la soberbia (grandonismu, se dice vulgarmente en asturianu), de visita con unos amigos que vienen de fuera, les llamo la atención sobre la presencia de la pequeña iglesia que sacaron adelante las donaciones de los vecinos -entre ellos mi propia madre-. Y, es cierto, para algo sirve el Calatrava: para evidenciar más que nunca la grandeza de lo pequeño.

Echo de menos a Julio León Costales para poder hablar de capillas. Visité con él la citada de los Santos Apóstoles de Uviéu. En plenas obras del Calatrava. Cuando ya se había convertido en todo un símbolo de la resistencia contra «el centollu», nombre popular del palacio de congresos en ciernes. Y, frente a ella, hablamos de otras que nos gustaban y que también habíamos visitado: la Capilla del Atardecer, de Acapulco; la capillina de Vixidel, en Teberga; la Chapelle de Ronchamp (Nôtre Dame de Haut), en la Francia ex minera; las capillas de la Islla del Carmen de Lluanco y de San Nicolás, en Creta, las dos a la orilla del mar; la capilla del Hôtel Biron, ahora Musée Rodin y sala de exposiciones; la capilla mínima de San Pablo en Madaba (Jordania); o la capilla del Monasterio de la Cartuja de Granada, donde estaré esta semana mientras sigue lloviendo en Mieres, a la espera del orbayu de San Xuan. Panza arriba, que es la mejor postura de oración que conozco.

En les Cuenques tenemos calatravas por todos los rincones y pocas capillas. Con una mínima diferencia: aquí no tiene la más mínima importancia que se levante o no una visera, aquí sencillamente se tiró el dinero a un saco sin fondo y, la mayoría de nuestros calatravas, siguen cerrados, sin destino, sin necesidad de ellos. Ahora que están de moda las rutas turísticas de nuevo diseño podríamos inventarnos la «Ruta del Olvido»: itinerario reflexivo sobre como permitimos que el presente se nos fuese de las manos y como ahora, en penitencia, tenemos que cargar como una cruz con nuestro futuro.