No sé si Bernardo Terrero fue realmente el asturiano más rico de su tiempo, pero así consta en la memoria popular donde se guardan algunas de las anécdotas que le dieron esa fama. Se decía que su oro provenía de un tesoro escondido por los moros, también que era la herencia de un antepasado pirata obtenida de un galeón cuando volvía de las Américas con la bodega repleta de monedas; pero nada era verdad. La realidad, mucho más prosaica, se limitaba a un buen legado familiar en dinero y tierras, que él había sabido multiplicar hasta el punto de que todos aseguraban que podía ir desde Quirós hasta Madrid durmiendo siempre en alguna de sus propiedades, cosa que si no era cierta, no debía distar mucho de serlo, puesto que casi el 90 por ciento de este concejo era suyo y la relación de sus fincas en el resto de Asturias y las provincias vecinas formaban un volumen de buen tamaño.

Las leyendas venían porque resultaba difícil creer que Bernardo ya tuviese los millones desde la cuna: vestía de pana igual que sus vecinos y como ellos calzaba madreñas y se tocaba con boina, de modo que muchos solo sabían que aquel hombre se embolsaba más de 25.000 duros en rentas al año, aunque no imaginaban que debían llamarlo don Bernardo Tiburcio Álvarez Terrero Valdés Peón y Bolde de Leyva, nacido en 1806, caballero de la Real Maestranza de Caballería de Zaragoza, que cuando viajaba a Oviedo de aquella guisa lo hacía para sentarse en el Consejo Provincial, como diputado e incluso en una época con el cargo de vicepresidente.

No cabe duda de que era un hombre sencillo, aunque esto no quiere decir que también fuese avaro. Al contrario: protegía a los suyos y muchos mozos se libraron del servicio militar gracias a sus préstamos; costeó el edificio parroquial de Nimbra y escuelas de primera enseñanza para niños en Villamarcel, su pueblo natal, y en Villamejín (Proaza), dejando una generosa renta anual para su mantenimiento.

Es imposible no recordar la anécdota de la subasta de los terrenos del monasterio de La Vega en Oviedo, cuando esperó hasta al final para hacerse con ellos marcándose el farol de ofrecer el pago en oro, plata o cobre para regalar después la finca al Estado, que los destinó a una fábrica de armas. Aunque esta operación no fue inocente, ya que con ella buscaba congraciarse con las autoridades y hacer que se olvidase su apoyo a la causa carlista por la que estuvo a punto de ser desterrado.

También cedió la mayor parte de los terrenos por donde se tendieron los 30 kilómetros de vía del ferrocarril minero Trubia-Quirós con la condición de que a los vagones dedicados al transporte de carbón y otras mercancías se le uniese otro de pasajeros en el que los quirosanos pudiesen viajar gratis.

Y aquí llegamos a lo que les quiero contar hoy, para aclarar otra de las historias que se cuentan sobre este personaje acusándolo de haber impedido el paso de otro ferrocarril, el que debía unir Asturias con León, por el concejo de Quirós, para que no turbase la paz de las vacas que pacían tranquilamente en sus pastos.

He leído hace poco un trabajo en el que se denominaba «tren fantasma» al proyecto que ideó en 1863 el ingeniero francés Gabriel Heim para cruzar la cordillera Cantábrica por el puerto de Ventana, entrando por Quirós para pasar por Proaza, enlazar con Trubia y llegar hasta el mar en San Esteban de Pravia. Según su autor, el plan formaba parte de un proyecto más ambicioso para enlazar las cuencas carboníferas y los centros industriales del momento tanto con la Meseta como con los puertos de embarque hacia otros países, desarrollando una red de 242 kilómetros de vía con un coste inicial de 252 millones de reales, pero se quedó en agua de borrajas por criterios que no fueron solo técnicos.

Así lo contó también hace décadas el añorado periodista lenense Constantino González Rebustiello en uno de sus magníficos artículos publicado en LA NUEVA ESPAÑA con el título de «El señor de Terreros, un contradictorio hidalgo asturiano», que se completó más tarde con otra crónica en la que el corresponsal nos descubrió un proyecto también arrinconado y aún más desconocido para desviar la actual bajada desde la Meseta a la mitad de su recorrido por el valle de Nembra y llegar desde allí hasta Santa Cruz y Ujo.

Rebustiello explicó entonces cómo se desarrolló todo desde el momento en que la subasta anunciada en la Gaceta de Madrid para contratar el tramo de Pajares se declaró desierta por las dificultades que entrañaba. Corría marzo de 1862 y todo se atribuyó a un plan del marqués de Salamanca, con la pretensión de aumentar sus caudales a cambio de que se le autorizase una ruta carísima y llena de peligros, que fue rechazado; luego también mostraron su interés la compañía El Crédito Castellano, ligada al marqués de Camposagrado, y otra belga vinculada a la Real Compañía de Minas de Avilés, pero sus argumentos tampoco fueron convincentes.

Estaba claro que hacía falta otro proyecto más sencillo y esto fue lo que decidió la intervención de Gabriel Heim, buen conocedor del relieve asturiano, que ya había adquirido una amplia experiencia buscando mineral en Llanera y en aquel momento se centraba en el territorio del concejo de Quirós realizando prospecciones mineras para la sociedad encabezada por el banquero Ferdinand Pierre Chauviteau.

El francés había incluido dos años antes en la memoria sobre la minas de su compañía la propuesta de un ferrocarril Quirós-Trubia y no tuvo más que imaginar la prolongación de su trazado hasta León. Parece que su plan fue presentado en Grado a una comisión de expertos y obtuvo su aval porque no solo era viable sino que resultaba mucho más barato al acortar considerablemente el recorrido y reducir el número de túneles, siendo el más largo uno de 750 metros que iba a salir a Torrebarrio.

Pero Bernardo Terrero, amante de las tradiciones asturianas (y por lo visto también de la Tradición con mayúsculas, puesto que nunca negó su simpatía por la causa carlista) se empecinó en que el humo de las calderas no mancillase el aire de los puertos y en preservar la paz de sus pastos del ruido de las máquinas de vapor. De nada valieron los ruegos que se le hicieron apelando al bien de la comunidad e incluso a su patriotismo.

Fue convocado a varias reuniones en Oviedo donde intentaron convencerlo de mil maneras y el nunca se negó a asistir y escuchar, para acabar diciendo siempre que su decisión era inmutable. Incluso se buscó la mediación de otro quirosano de prestigio que lo conocía bien, el entonces gobernador don Álvaro García Miranda: también fue inútil. El último intento se hizo en su territorio; hasta Bárzana, llegó el gobernador acompañado por Aníbal de Castro, delegado del Gobierno, los alcaldes de Proaza, Teverga, Santo Adriano, el propio Quirós y un representante de Trubia. Todos hablaron y leyeron peticiones personales recogidas entre las autoridades regionales de diferentes ámbitos.

Finalmente no hubo nada que hacer y se tuvo que volver al punto de partida. El 10 de noviembre de 1864 el capitalista Juan Manuel Manzanedo ganó la subasta para empezar la empresa por Pajares y empezó otra retahíla de incumplimientos, que incluyó -según escribió Rebustiello- el enfrentamiento entre los concejos de Aller y Lena por la disputa de un amplio tramo del recorrido e incluso la posibilidad de otro proyecto para salvar la altura a la Meseta con un tren de cremallera, lo que trajo como respuesta una fuerte oposición popular.

El caso fue que las obras se retrasaron tanto que, como seguramente ustedes saben, hasta 1884 no se pudo abrir el paso de Pajares, gracias al enorme esfuerzo de los técnicos y al penoso trabajo de muchos obreros que en demasiadas ocasiones tuvieron que pagar con sus vidas unos metros de avance.

Cuando murió Bernardo Terrero, soltero y sin hijos, se convirtió como era de esperar en el más rico del cementerio. El entierro fue en Nimbra, en septiembre de 1889 y para entonces ya había dispuesto el perdón de muchas deudas a sus colonos, la limosna a los pobres de su concejo y la Iglesia, y el reparto de más de 60.000 pesetas entre una sobrina, sus ahijados, los criados y un puñado de amigos. Hasta los tres curas que dijeron aquella última misa se embolsaron 6.000 reales.

Cuentan también que su cadáver estuvo insepulto varios días, mientras se discutía su herencia y que algún sirviente pudo sacar de la casona una mula cargada de oro. Una miseria al lado de lo que pudieron repartirse algunos linajes del concejo con los que estaba relacionado: los Quintana, los Miranda, los Viejo y sobre todo Manuel Nieto, el hijo de su escribiente, quien se llevó más de cuatro millones de pesetas. Luego su casona quedó vacía, atrayendo como un imán a los buscadores de tesoros que igual que un ejército de termitas la fueron agujereando en busca de la fortuna escondida. Aunque parezca mentira, alguno la encontró, pero esa ya es otra historia.