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Muerte accidental de un blimeíno

Las dos versiones de la historia del fallecimiento del joven Avelino Ordiz Montes en las fiestas del Rosario de Blimea en 1911, en las que un Guardia Civil resultó también herido

Muerte accidental de un blimeíno

Cuántas veces hemos visto que la historia se repite. En los grandes acontecimientos y también en las pequeñas acciones que van conformando nuestra existencia siempre encontramos los mismos errores, siempre las mismas disculpas, e igual que quien tiene boca acaba equivocándose, quien porta un arma también tiene muchas posibilidades de emplearla cuando no debe. Seguro que si hacen memoria pueden recordar varios sucesos similares al que vamos a ver hoy, pero este tuvo la peculiaridad de que ocurrió en 1911, cuando la sociedad era más violenta y no se dudaba en buscar atajos a la justicia. Entonces una sangre se derramó sobre otra antes de que la luna hubiese completado su ciclo en la noche del valle de Nalón.

Fue en Blimea, un domingo 3 de septiembre, en un tiempo en el que los festejos del Rosario tenían renombre y atraían a los mozos de todo el valle. Todos sabían que estaba en ciernes un conflicto minero que se anunciaba largo y complicado, y por ello no venía mal apurar aquella tarde de alegría para olvidarse de lo que se avecinaba, además el buen día acompañaba a la fiesta y el ambiente era tan animado que a la hora de retirarse, muchos jóvenes precedidos del tambor y la gaita decidieron prolongar el baile en la carretera, a unos doscientos metros del campo de la romería.

No hubo problemas hasta que a eso de las 8.30 de la tarde se personó allí la pareja de la Guardia civil formada por los números Salvador García Fraile y Enrique Suárez Soto mandados por el cabo Ovidio Montes. En pocos minutos el llanto vino a sustituir a las risas. La primera versión de la que había sucedido la dio "El Noroeste" dos días después, a partir de las entrevistas de su corresponsal con varios testigos presenciales.

Según estos, los guardias habían ordenado parar la música y desalojar el lugar; luego, sin que nadie opusiera resistencia ni se escuchase insulto alguno a la autoridad, se echaron el fusil a la cara en actitud de disparar. En ese instante, uno de los asistentes, el paisano Alonso Rodríguez, se dirigió al cabo pidiéndole que depusiera su actitud, puesto que todo estaba tranquilo y no había necesidad para proceder con la energía con que lo hacían y ante esta prudente advertencia, el cabo retiró su arma, pero momentos después, sin que nadie se lo esperara, sonó un disparó y, un joven cayó muerto en medio de un grupo que se encontraba a pocos pasos.

Se trataba de Avelino Ordiz Montes, de veintidós años de edad, un rapaz muy conocido, de inmejorables antecedentes, formal y trabajador, y que era el único sostén de sus ancianos padres. El disparo lo había hecho el guardia Suárez, separado de sus compañeros unos veinte metros y nadie se explicaba por qué, ya que la víctima no había discutido con nadie y era un mero espectador de lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos.

Enseguida el cadáver fue rodeado por sus amigos y muchos asistentes a la romería, algunos de los cuales afirmaron que tenían la sensación de que cualquiera de ellos podía haber sido el muerto, ya que habían sentido pasar la bala muy cerca, por lo que la indignación no tardó en prender en la multitud; arreciaron las protestas y los ánimos se excitaron tanto que sólo la intervención de varias personas sensatas pudo evitar un intento de linchamiento con las previsibles consecuencias que esta acción podía acarrear.

Así las cosas, el cabo pudo hacerse oír y después de prometer que los hechos se investigarían para determinar responsabilidades, una hora más tarde los tres guardias iniciaron un apresurado regreso hasta el cuartel de Sotrondio, al que pertenecían. Pero aún faltaba el segundo acto del drama: cuando estaban pasando a la altura del barrio de La Venta, en medio de la oscuridad de la noche se oyeron más tiros y el guardia Enrique Suárez cayó herido gravemente.

Una vez superado el desconcierto inicial pudo ser llevado por fin hasta el acuartelamiento y allí el médico Raimundo Álvarez le reconoció una herida en el brazo y cuatro en el vientre, de tal gravedad que se hizo necesario su traslado al Hospital Provincial. Mientras tanto, el jefe de línea del puesto de Sama de Langreo informaba a las autoridades de la capital de que el pueblo de Sotrondio se había amotinado y herido gravemente a un guardia, por lo que el Gobernador Civil no tardó en dar la orden de que se personasen allí inmediatamente todas las fuerzas de los puestos de Ciaño y El Entrego.

Esta fue la versión de los vecinos, pero como siempre sucede en estos casos, la de las autoridades fue muy distinta y en este caso derivó la responsabilidad en un personaje del que nadie se había ocupado en Sotrondio, un tal Severino "El Paragüero". Vamos a extractar el informe que envió también el día 5 el segundo teniente de la Guardia Civil al Gobierno de la provincia aclarando varios puntos sobre lo sucedido.

Según su relato, él se había personado cumpliendo órdenes en este pueblo a las tres y media de la madrugada, acompañado de la fuerza de Sama, Ciaño y El Entrego, y una vez interrogados los guardias implicados en el suceso supo que los tres se habían desplazado hasta Blimea para garantizar el orden con motivo de la romería que se celebraba allí y que la tarde transcurrió sin novedad, pero al anochecer fueron avisados de que en el interior del establecimiento de bebidas de Severino Álvarez se había entablado una discusión entre varios jóvenes en la que estaba implicado un conocido pendenciero, recién licenciado del presidio, al que apodaban "El Paragüero".

Para evitar que hubiese algún herido, los mencionados guardias entraron en la taberna buscando al camorrista porque podía ser muy fácil que agrediese a alguien o que fuese de allí hasta la calle ordenando a continuación que se retirase a su agredido. Lo sacaron. Entonces ya se habían aglomerado los curiosos delante del establecimiento pendientes de lo que estaba sucediendo, lo que forzó al cabo Ovidio Montes y al guardia Salvador García a volver sobre el grupo para disolverlo. Mientras tanto, el otro guardia seguía a alguna distancia al delincuente para asegurarse de que no daba la vuelta.

A los pocos momentos se oyó un disparo sin saber de dónde procedía, ya que era noche cerrada e inmediatamente varios paisanos empezaron a dar voces diciendo que el guardia había matado a uno. Al acudir el cabo y el otro guardia hasta el lugar, vieron que en el suelo estaba el cadáver de un joven que resultó ser Avelino Ordiz Montes, natural de Quintana, de este concejo, sin que los dos uniformados pudiesen en un primer momento sacar una idea clara de lo sucedido ya que tuvieron que ponerse rápidamente a la defensiva al ser rodeados por una multitud que amenazaba de muerte al guardia Enrique Suárez culpándole de haber asesinado a un inocente.

A duras penas se pudieron calmar los ánimos del gentío prometiéndoles que si el guardia había cometido algún delito se le haría pagar por él, hasta que las cosas parecieron un poco más tranquilas. Serían ya las nueve de la noche, cuando al ver la actitud imponente del pueblo, en evitación de males mayores, los guardias decidieron retirarse a su puesto.

Lo hicieron marchando por la carretera, yendo Enrique Suárez en el centro, protegido a ambos lados por el cabo y el otro guardia, como precaución para evitar que fuese agredido y ya habían andado un kilómetro, cuando de unos zarzales sitos entre la carretera y el río les hicieron una descarga de cuatro o cinco tiros a la vez sin que pudiesen saber ni cuántos ni quienes fueron los agresores, ya que actuaron protegidos por la oscuridad de la noche antes de desaparecer inmediatamente.

El resto de lo que contó el teniente ya no es muy diferente: el guardia Enrique Suárez cayó al suelo moribundo y con la ayuda de varios paisanos fue trasladado al cuartel para ser reconocido por el médico que atendía el puesto, habiéndole apreciado dos heridas de proyectil en el costado izquierdo; otra en la región lumbar y otra en el antebrazo derecho, todas sin orificio de salida, calificando las dos primeras de gravísimas.

El guardia acabó recuperándose y manifestó que había hecho el disparo causante de la muerte del muchacho inocente con intención de defenderse de "El Paragüero" cuando le seguía para que marchase a su casa, porque este se había lanzado sobre él con una navaja, ocurriendo la desgracia de que el fallecido se cruzase en la trayectoria de la bala. Por su parte el mencionado "Paragüero", que se hallaba herido en la cara y en una oreja se había dado a la fuga pero fue detenido muy pronto acusado de haber desencadenado esta cadena de desastres

El joven Avelino Ordiz Montes, cuya única culpa fue la de estar en el lugar y el momento equivocados, tuvo un entierro multitudinario.

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