La asociación de Vigilantes de Minas de Asturias cumple cien años y, para conmemorar esta celebración, han editado el libro "La unión de vigilantes mineros de Asturias, 1914-2014", una publicación que hace un repaso a la historia de esta institución, a su presencia en la vida sindical del Principado y a la contribución de los vigilantes mineros a la singular cultura asturiana del carbón. El libro también recoge un espléndido álbum de fotos y fichas técnicas de los principales castilletes de minas de hulla, obra de José Luis Soto, vigilante y fotógrafo especializado en el patrimonio minero.

El presidente de la asociación, Emilio Álvarez Otero, destacó que este libro "pretende ser un homenaje a la mina". El libro se divide en dos partes. La primera es un recorrido por los cien años de historia de la entidad como asociación profesional; mientras que la segunda es un repaso fotográfico por los castilletes de hulla de Asturias. Álvarez Otero destaca que "nuestros representantes y afiliados fueron capaces de defender la dignidad y el trabajo de una categoría siempre en una posición difícil, en la que había que batallar con los de arriba y con los de abajo, un mando intermedio en el que la asociación supo encontrar la forma de hacerse oír y respetar en los distintos periodos políticos del siglo XX".

Y es que la entidad sobrevivió a la guerra civil, a la dictadura de Franco y a la transición. ¿Cómo? "La asociación siempre estuvo desligada de la política, es algo de lo que más presumen en el colectivo; cuando se entraba en las reuniones, se colgaba la chaqueta política", señala Mercedes Mateos, colaboradora de la asociación y responsable de esta publicación histórica. Mateos asegura ser una apasionada de la minería y todo lo que le rodea y explica que, en el caso de los vigilantes, "son un colectivo apasionante, suponen el máximo nivel al que puede llegar un minero sin cualificación; son obreros y se siguen sintiendo como mineros, pero han accedido a un estatus más próximo al de los capataces". En fin, que los vigilantes están en tierra de nadie. Es por ello por lo que se decidieron a crear en 1914 esta asociación. "Se cuenta que fue el propio Manuel Llaneza quien les aconsejó actuar al margen de los sindicatos", explica Mercedes Mateos.

El centenario de la asociación fue un motivo más que suficiente para que finalmente se hiciese este libro. "Partimos del archivo del colectivo, aunque no había nada de antes de la Guerra Civil, así que tiramos de hemeroteca y otros archivos", destaca. Todo ello, complementado con las fotos antiguas cedidas por los vigilantes y las imágenes que había capturado con su objetivo José Luis Soto.

El libro hace especial hincapié en el trabajo desempeñado por los vigilantes y sus líderes. Entre estos últimos ocupa un papel destacado Fernando Monje, considerado como un representante histórico del colectivo. Monje participó activamente en las negociaciones laborales y sociales durante los años sesenta y setenta del pasado siglo y fue promotor del Régimen Especial de la Minería del Carbón y del Montepío. En la asociación de vigilantes llegó a ser vicepresidente.

Junto al relato de sus conquistas laborales, la publicación también narra testimonios de otros vigilantes, quizá más desconocidos, pero cuyas historias erizan el vello tan sólo con escucharlas. Casos como el de Anselmo García, que falsificó su edad para entrar a trabajar en Hulleras de Veguín y Olloniego. "Tenían un sistema según el cual, un picador a destajo, si avanzaba un metro, le daban tanto; pero si avanzaba dos, el segundo lo pagaban el doble; así que en vez de 7 horas, muchas veces hacías 9 si querías ganar más, y hacía falta el dinero", relata en el libro. Otro testimonio también destacado en la publicación es el de Julio Villa Vigil que, a pesar de ser vigilante, representaba a sus compañeros en el comité de empresa: "Creo que sabía pedir y siempre estuve con los trabajadores".