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Historiador

Ecos de sociedad

El hijo de Alejandro Pidal y Mon y la hija del dueño de Fábrica de Mieres se casaron en 1892 en el enlace más sonado de la comarca

Ecos de sociedad

Un periódico es bueno cuando sabe llevar a los lectores las noticias de actualidad sin aliñarlas con la tendencia política de sus editores, para que cada cual pueda sacar sus conclusiones libremente; pero esto es casi imposible, porque desde el nacimiento de la prensa escrita las cabeceras siempre se han identificado con el pensamiento de sus accionistas. Además, también es necesario que las secciones que llenan las otras páginas sean interesantes y estén cuidadas.

Conozco compañeros que sin sentir el menor aprecio por el fútbol han trabajado haciendo crónicas deportivas de éxito, lo que no debe sorprender porque supongo que quienes se encargan de los sucesos tampoco disfrutan con las desgracias que tienen que ver a diario. Todo es cuestión de proponérselo y tratar las cosas con profesionalidad y supongo que yo podría hacer lo mismo en estos dos casos. Sin embargo tengo mis dudas sobre como abordar otros asuntos, por ejemplo comentarios sobre arte contemporáneo o gastronomía, donde siempre se barajan los mismos adjetivos. Y lo que nunca haría -ya lo he dicho en otras ocasiones- sería crítica literaria, por el respeto que le tengo a todo aquel que decide exponer lo que escribe, sea bueno o malo, a los demás.

Sin embargo, como entretenimiento, me gustaría intentar hoy un "eco de sociedad". Si me lo permiten voy a ello, aunque siento decirles que como conozco más a los personajes de la crónica rosa de hace cien años que a los de ahora, tengo que llevarles una vez más hasta aquel tiempo. De modo que para seguir leyendo pueden empezar por sentarse a la sombra y servirse una limonada fresca dejando en una esquina de la mesa un libro de Campoamor o una obrita de Vital Aza dando ambiente.

Ahora prepárense a conocer los detalles de la boda más rumbosa que se ha vivido en la historia de la Montaña Central y tal vez en toda la de esta santa región: la de don Pedro, hijo de Alejandro Pidal y Mon, presidente del Congreso y conocido por su poder como "el Zar de Asturias", con la bella y simpática señorita Jacqueline, hija del acaudalado propietario de la Fábrica de Mieres, don Ernesto Guilhou.

La ceremonia se celebró el lunes 10 de octubre de 1892 sin reparar en gastos para que la riqueza de los contrayentes se reflejase en todos los detalles. Asistieron al acto 500 invitados entre los que se contaban todas las autoridades civiles y militares de la provincia, diputados, senadores y representantes de la prensa madrileña. Para no llenar esta hoja con la relación de invitados que podrían ser citados les diré que no faltaba nadie: los títulos nobiliarios se contaron por docenas y estuvieron presentes todos los banqueros y capitalistas de la región y muchos de otras partes de España que ya habían llegado a las grandes ciudades asturianas en los días anteriores.

Para llevarlos hasta Mieres se habilitó un tren especial, dotado con un elegante salón preparado al efecto y se preparó una estación provisional en las cercanías de Ablaña. El convoy, con los viajeros vestidos de etiqueta, salió desde Gijón a las ocho de la mañana y paró en Oviedo a las nueve y media para recoger también a los invitados venidos desde otros concejos.

Cuando los viajeros descendieron de los vagones, los trabajadores de la Fábrica los recibieron dando vivas a los novios, a Asturias y a Mieres, al señor Pidal y a la reina y grupos de niñas se encargaron de cubrir de flores el camino hasta la capilla de la empresa, que estaba tapizada de raso blanco con guirnaldas de dalias y camelias y elegantes reclinatorios de raso azul dispuestos para los novios y su comitiva. Como su tamaño no permitía entrar a todos los asistentes se prolongó con un toldo artísticamente trazado y una tribuna para cuatrocientas personas.

En la ceremonia, la madrina oficial fue la Reina Regente, representada por la señora de Guilhou que llevaba un vestido de terciopelo heliotropo y sobrepuestos de oro. El padrino, como no podía ser de otra manera, fue el todopoderoso Alejandro Pidal y Mon, quien llevaba uniforme de ministro de la Corona y sobre él las medallas de la Academia española y de las Ciencias morales y políticas, las bandas y condecoraciones de San Gregorio el Magno, Concepción de Villaviciosa de Portugal, Gran Cordón del Sol y el León de Persia y la Gran Cruz del León Neerlandés de Bélgica.

También Ernesto Guilhou llevaba la Gran Cruz de Isabel la Católica y otras extranjeras; por su parte, la madre del novio vistió un traje de raso verde con encajes negros y valiosos prendidos y la novia eligió un traje de raso blanco con una corona de flores de azahar.

Bendijo la unión el Obispo de Oviedo Ramón M. Vigil, quien dirigió a los novios una notable y sentida plática y les dio la bendición en nombre de Su Santidad el Papa. Cuando concluyó la misa los contrayentes se desplazaron desde la capilla hasta el chalet donde la novia residía en las cortas temporadas que pasaba en Mieres, pisando una alfombra blanca y azul que cubría los cuatrocientos metros distantes entre las dos construcciones.

A la una comenzó el banquete que se sirvió en mesas preparadas en el extenso parque y los jardines de la Fábrica, mientras para los 300 invitados más destacados se levantó un elegantísimo pabellón guarnecido de ricas telas azules y amarillas adornadas con guirnaldas de flores y laurel, con el suelo cubierto con lujosas alfombras y lujosas colgaduras en los intercolumnios.

En la gran mesa presidida por el señor Obispo, dispuesta con forma de herradura y adornada con exquisito gusto había macizos almohadillados de flores y las plantas exóticas del mejor gusto se repartieron por todas partes. El menú fue extraordinario y la comida estuvo amenizada por un selecto sexteto que luego se encargó de un lucidísimo baile al que La Época se refirió con un párrafo que les ruego lean con atención porque resume el lujo del momento al definir el ambiente: "iluminado con lámparas de arco voltaico que derramaban su luz sobre los encajes y el raso hormigueando los más variados destellos en las facetas de los brillantes que lucían en los tocados de las señoras".

Mientras tanto, entre los corpulentos castaños, la gente del pueblo bailaba la Danza Prima y se escuchaba la música tradicional de Mieres al son de la gaita.

A los postres, el señor Juan Menéndez Pidal, diputado conservador por Ribadeo leyó una poesía en bable compuesta para la ocasión por el poeta local Teodoro Cuesta. Menéndez Pidal era hermano del pintor Luis y del filólogo Ramón y estaba entonces trabajando en la monografía sobre el concejo de Lena que figura en la obra Asturias, de Octavio Bellmunt y Fermín Canella; más tarde sería gobernador civil de Pontevedra, Guadalajara y Burgos, director del Archivo Histórico Nacional y miembro de número de la Real Academia de la Lengua

Tras su lectura se hizo público un telegrama del ministro de Gracia y Justicia comunicando que por deseo de la reina se iba a conceder a los novios un título de Castilla, que aún estaba por determinar entre el de marqués de Villaviciosa o el de conde de Mieres.

El novio Pedro Pidal sería finalmente marqués de Villaviciosa y también diputado y senador por el Partido Conservador. Pasó a la historia como uno de los primeros políticos interesados por la ecología en nuestro país, aunque también a su manera, puesto que una de sus aficiones, común entre los aristócratas de todas las épocas, fue la caza mayor, acompañando en numerosas ocasiones a su amigo el rey Alfonso XIII. Su puntería era tan notable que obtuvo como tirador la primera medalla española en las Olimpiadas de París en 1900.

A él se debe la aprobación de la primera Ley de Parques Nacionales y la creación de los de Covadonga y Ordesa en 1918. También fue un experto montañero, pionero del alpinismo y el primero en llegar a la cumbre del Naranjo de Bulnes acompañado de Gregorio Pérez "El Cainejo". La protección de la naturaleza ocupó todo su tiempo y hoy esta labor es reconocida por todos, aunque debemos decir que para los mierenses se convirtió en una preocupación, puesto que como consecuencia de esta afición abandonó con frecuencia la gestión de la Fábrica, pero hoy no nos toca tocar ese asunto.

Por su parte, el nombramiento de conde de Mieres fue el primero que se concedió en el siglo XX en Asturias. Durante la regencia de María Cristina y el reinado de Alfonso XIII se crearon en España 214 nuevos marquesados, 167 condados, 30 vizcondados y 28 baronías, pero nuestro condado tuvo que esperar hasta el 16 de marzo de 1911 cuando recayó en Manuel Loring tras su boda con Marta, la otra hija de Ernesto Guilhou.

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