La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historiador

Los bayoneteros de Bazuelo

A finales del siglo XVIII se trasladaron las fábricas de armas desde el País Vasco a Asturias, una de ellas a Mieres, por el miedo a los franceses

Los bayoneteros de Bazuelo

La existencia de una fábrica de bayonetas en la zona de Bazuelo en el Mieres anterior a la Guerra de la Independencia es una de esas noticias que ha pasado de generación en generación sin que hasta el momento se haya estudiado seriamente. Hace décadas la Gran Enciclopedia Asturiana aportó algunos datos que ahora parecen cuestionables: "cuando en 1794 se instaló en Oviedo la Real Fábrica de Armas Portátiles de Guerra, el gremio de bayoneteros se estableció en Mieres y aldeas próximas y dio trabajo a centenares de familias? más tarde los bayoneteros se concentraron en Trubia y luego en Oviedo".

Según esta publicación, la industria de fusiles de Placencia se trasladó en ese año por Decreto Real a la capital del Principado y los fabricantes de armas de Éibar, Elgóibar y Érmua vinieron a Asturias en gran número. "Así se estableció la Fábrica de Armas de Oviedo, en esta ciudad quedaron los llaveros, aparejeros y cajeros; en Mieres se asentaron los bayoneteros y en Grado los cañonistas. De estos talleres salían entonces fusiles, pistolas de chispa, de llave con pie de gato y pedernal, y bayonetas".

Lo cierto es que el 7 de marzo de 1793 la Francia revolucionaria que había ejecutado al rey Luis XVI y la España de Carlos IV se enzarzaron en una guerra en cuyo curso el ejército galo cruzó la frontera incendiando varias ciudades y tomando la mayor parte de Guipúzcoa, provincia donde se concentraba la industria armera del país.

El conflicto se solucionó el 22 de julio de 1795, día en que se firmó la Paz de Basilea, pero la monarquía española, escarmentada, decidió alejar de la frontera pirenaica aquellos talleres estratégicos para evitar que pudiesen caer en manos enemigas.

Después de sopesar otros lugares, se eligió Asturias para continuar esta actividad y atender las necesidades del Ejército y de la Armada Real, porque aquí abundaban la madera, el hierro y el carbón. Seguramente también influyó el contacto que mantenía Jovellanos con Juan Esteban de Bustindui, un famoso armero de Éibar al que había visitado en 1791 y al que acabó encargando en 1796 una escopeta, dos pistolas y un cuchillo de monte para regalar a su amigo Arias de Saavedra, que las calificó de "obra perfecta".

Dicen que trescientos vascos con sus familias viajaron a pie durante cinco semanas soportando las inclemencias del invierno hasta llegar a Oviedo, trayendo con ellos a sus propios cirujanos, parteras y, por supuesto, curas que predicaban en euskera, la lengua en que se entendían; aunque en una relación fechada el 17 de agosto de 1797 solo figuran en la plantilla de la Fábrica de Armas 106 maestros armeros llegados desde Guipuzcoa, pero lo indudable es que en este movimiento se encuentra el origen de la Real Fábrica de Armas de Trubia.

A nosotros nos interesa hoy conocer lo que ocurrió en Mieres, donde no queda ninguna huella material de este interesante capítulo. Por eso, cuando el otro día un vecino de La Villa me avisó de que un derribo había dejado a la vista en un solar una gran piedra con sus bordes trabajados y señales de haber servido para afilar algún material, no tardé en ir a verla pensando que podía tener alguna relación con el asunto.

No saqué nada en claro y entonces recurrí a la opinión de Artemio Mortera, mierense y autor de varios libros e innumerables artículos sobre estos temas, quien, a pesar de estar considerado como uno de los mejores especialistas en historia del armamento y fortificaciones de España, aquí pasa desapercibido para nuestros gestores culturales.

Volvimos juntos a ver la piedra de La Villa y me convenció de que no tenía nada que ver con la fabricación de armas, pero prolongamos el paseo hasta el molino que se emplaza un poco más arriba de la capilla del Carmen y bajamos convencidos de que, por su proximidad a lo que entonces era el núcleo más habitado de Mieres y su cercanía a la carretera que facilitaba el transporte de las manufacturas hasta Oviedo, puede ser el mencionado en dos de las referencias que él ha recogido sobre esta industria.

En la primera de estas citas se aclara que la ubicación de los talleres estaba muy próxima a este molino: "...se paga por la Real Hacienda quinientos reales al año por el terreno que ocupa la máquina de desbastar y afilar las bayonetas (contigua al molino harinero en que se hallan establecidas la máquina de barrenar los cañones de fusil que se construyen en la villa de Mieres)..."

Y en la segunda se evidencian los problemas que presentaba este lugar para adaptarse a la actividad industrial, algo que a pesar de la transformación que han sufrido sus alrededores en los últimos cien años, aún puede adivinarse: "...se evitarían los gastos que ocasionan en Mieres las frecuentes recomposiciones que es preciso hacer en la presa, canal y edificio en que se hallan establecidas dichas máquinas; proviniendo esto de la naturaleza de aquellos molinos y su presa y canal, que continuamente es necesario estar reparando con tepes para que no falte el agua..."

Les ahorro buscar que la palabra tepe en el diccionario. Yo lo he hecho: se llaman así los pedazos de tierra cubiertos de césped y muy trabados con las raíces de esta hierba, que servían para hacer paredes y malecones.

Pueden ver que ya es incuestionable la existencia de estos bayoneteros (o bayonetistas, si lo prefieren) en el Mieres anterior a la industrialización, pero en la Real Fábrica de Armas de Trubia convivían junto a este gremio otros cuatro más: llaveros, cajeros, aparejeros y cañonistas y Artemio ha encontrado también en sus investigaciones la presencia de estos últimos en nuestra villa.

La prueba está en un contrato firmado en agosto de 1897 por tres de ellos: Lucas Antonio Osoro, Francisco del Coro y Joaquín Aguirre, llegados por aquella Real Orden desde la provincia de Guipúzcoa y que se comprometieron a realizar mensualmente al menos ochenta cañones de fusil cada uno, que luego se probaban y examinaban antes de ser admitidos bajo las reglas que estaban establecidas en las Reales Fábricas de Plasencia.

El contrato consta de doce puntos y resulta muy interesante porque, además de las condiciones económicas que se convienen entre las partes, proporciona más detalles que nos aclaran algo sobre las instalaciones, que en este caso sí podían situarse en Bazuelo. Así se dice "que el hierro y el carbón que se les administre mensualmente para la construcción de cañones será de los almacenes que tiene la fábrica en la villa de Mieres, respecto a establecerse y avecindarse en ella los dichos maestros cañonistas".

Y también "que en atención a la distancia de tres leguas que dista de Oviedo dicha villa de Mieres en donde por las circunstancias del país ha sido preciso colocar por ahora los obradores y barrenas para forjar y barrenar los cañones, se satisfará por parte de la fabrica el transporte de los cañones que presenten para la prueba y examen en la Casa de la Fábrica en Oviedo; pero que si en lo sucesivo se aproximasen a esta ciudad, sea por cualesquiera motivo será de su cuenta hacer la conducción de los cañones al probadero de la expresada fábrica".

Vemos a partir de este texto como los armeros que estaban avecindados en Mieres no solo disponían de talleres con el equipamiento preciso para realizar su labor, sino que también contaban con almacenes para el hierro y el carbón vegetal obtenido a partir de la madera de castaño, puesto que el contrato especifica en otro de sus puntos que si en algún momento se decidiese utilizar "el carbón de piedra de buena calidad que abunda en este Principado" se rebajaría el precio del cañón en razón al menor valor del mineral.

Existe además otro escrito en el que se hacen unas consideraciones económicas sobre el gasto que suponía el trasladar hasta aquí las bayonetas forjadas en Oviedo para desbastarlas y afilarlas y retornarlas ya terminadas junto con las que se fabricaban en Mieres, de donde se deduce que también había bayonetistas que trabajaban en la capital aunque carecían de la piedra de amolar, que se había instalado en la villa del Caudal.

Con estos mimbres aún no podemos aventurar cuantos armeros vascos trabajaron en las inmediaciones de La Villa, pero nos consta que algunos se casaron aquí y formaron sus propias familias.

Como ven, esta es otra de esas historias apasionantes que aún está por hacer, pero ahora gracias al trabajo de Artemio Mortera empezamos a conocer un aspecto inédito de Mieres: el de una población prospera y preindustrial en el siglo XVIII, una época que hasta que ahora nos identificábamos con una sociedad exclusivamente rural.

Compartir el artículo

stats