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Catorce historias truncadas por el grisú

Una explosión a 400 metros de profundidad se llevó a un grupo de trabajadores españoles y checos, entre los que había dos exfutbolistas, un radioaficionado y un antiguo ferroviario

Traslado de uno de los fallecidos en el accidente del pozo Nicolasa.

Pasaban las tres de la mañana del día 31 de agosto de 1995. Una jornada más en el pozo San Nicolás de Mieres. Los trabajadores del turno de noche seguían extrayendo carbón como lo hicieron los de la tarde y también los de la mañana. Nadie sabía todavía que aquel turno iba a ser fatal para catorce mineros y, por extensión, para sus catorce familias. Una explosión provocada por una fuga de grisú en la capa octava, entre las galerías cuarta y quinta, se llevaba por delante la vida de catorce personas. A 400 metros bajo tierra, en un ambiente angustioso, el rescate de los cuerpos de aquellos mineros se extendió durante horas.

Cuentan las crónicas de hace veinte años que el caos en Nicolasa fue absoluto. Había dudas sobre cuántos mineros habían perecido en el accidente. Los medios de comunicación lo iban narrando: primero eran tres, luego cinco. Ocho, nueve. Doce. Las escenas de dolor, rabia e indignación, en la plaza del San Nicolás, eran constantes. Familiares y vecinos compartían lágrimas e impotencia. Tardaron mucho en rescatar los dos últimos cuerpos. Habían quedado atrapados en un derrabe provocado por la explosión y la Brigada de Salvamento tuvo muchas dificultades para llegar hasta los cadáveres. Finalmente fueron catorce los trabajadores, de entre 29 y 49 años, que dejaron su vida en las entrañas de la tierra.

Tras el accidente, las hipótesis sobre las causas, sobre los fallos de seguridad o sobre las responsabilidades provocaron un arduo y largo proceso entre las familias mineras y Hunosa. Se vinculó lo ocurrido con una anomalía en un electroventilador. Otra hipótesis apuntó a unos restos de dinamita que habían quedado sin explotar. También una chispa causada por la maquinaria. Ningún informe fue concluyente. Tampoco la Comisión parlamentaria que se convocó para tratar el caso.

Hay una verdad innegable en la que coinciden todos. La minería asturiana estaba entonces en pleno proceso de cambio por el aumento de la mecanización en los pozos. Se acababa de poner en marcha un nuevo método de extracción denominado "soutirage" (una fórmula que facilita la extracción mediante disparos de dinamita y que se utilizaba en aquella capa del San Nicolás). . Tras el accidente, las medidas de seguridad se endurecieron. Buena prueba fue la implantación de la norma de disparar con todos los trabajadores retirados a la zona de embarque.

Son las huellas del dolor de un accidente fatal, que aún no se han borrado en los pozos ni en las familias. Poco o nada se habla sobre el accidente de Nicolasa. No es un tema tabú, pero pocos quieren rememorar la tragedia. Hablar sobre aquel día provoca una calma tensa. Un silencio incómodo. Las familias también rehúyen aquellos recuerdos, aunque llevan bien adentro la pena por sus hijos, padres o hermanos, que perdieron la vida en aquel accidente.

Aquellos catorce hombres, duros como robles, porque como narraban las crónicas de entonces, en Nicolasa no entraba cualquiera, dejaron a sus familias destrozadas. Todavía hoy, veinte años después de lo sucedido, intentan reponerse del golpe. En la capa octava se quedaron catorce historias de vidas truncadas por el grisú.

Luis Antonio Espeso Mencía. Nació en 1960 en Mieres pero pronto se fue a vivir a Gijón, donde hoy residen sus hijos y su viuda. Trabajaba en Minas Llamas pero el destino le jugó una mala pasada. Los días previos al accidente había pasado a Nicolasa por un cambio de turno. Estaba casado y era padre de tres hijos: Tamara, de 15 años, Sheila, de 13 y un pequeño, Luis Antonio, de dos. Conocido como "El Zape", tenía categoría de maquinista de tracción y, cuando entró en la mina aquella noche fatídica, estaba contando los días para quedar de vacaciones. Su hija mayor, Tamara Espeso, trabaja hoy en el mismo pozo donde murió su padre. Sus otros dos hijos se han alejado de la mina. La familia sigue viviendo en Gijón.

Eugenio Martín Curieses. Nacido en 1953 en Sueros, vivía en el barrio mierense de Vega de Arriba. Había entrado en Hunosa con 19 años, con la categoría de ayudante minero. Ya siendo oficial sondista, llegó a Nicolasa procedente del pozo Barredo. Eugenio había sido jugador del Caudal, y había perdido un cuñado en otro accidente en el mismo pozo. Su suegro también había muerto en las entrañas de una mina. Se fue casado y siendo padre de un hijo, Iván, que hoy trabaja también en la explotación de Ablaña.

Francisco Javier González Merino. Tenía categoría de tubero. Era natural de Valencia de Don Juan (León), donde nació en 1955, pero se consideraba asturiano. A los 40 años, cuando falleció, vivía en Moreda (Aller). Trabajaba en Nicolasa desde que se había incorporado a Hunosa, en 1973, y le faltaban tres años para prejubilarse. Tenía mujer, Emilia, y dos hijos: Javier y David. Los dos entraron a trabajar en la mina, pero el primero lo dejó. David aún sigue en los talleres del pozo San Nicolás. Dicen que era un hombre de apariencia seria, pero que tenía un humor socarrón que sólo notaban los que mejor le conocían. Lo sacaba a relucir, a veces, a través de la emisora. Era un gran radioaficionado, una afición que compartía con su mujer.

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