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Historias heterodoxas

Un menú de maíz

Un menú de maíz

En el corazón del verano leo en este mismo diario la denuncia de Xulio Concepción: al parecer, a pesar de sus reiterados avisos a quienes están obligados a cambiarlo, un panel explicativo de la vía romana de La Carisa sigue informando a los visitantes de que los astures consumían allí maíz, obviando que este cereal no llegó a Europa hasta el descubrimiento de América. El querido y admirado investigador lenense insiste inútilmente en su queja y me uno a su lamento; pero hoy no quiero cargar más las tintas sobre la colección de despropósitos que rodean a este yacimiento, lo que pretendo es aprovecharme del melón que ha abierto Xulio y contarles de qué productos disponían realmente en su dieta nuestros antepasados hace dos mil años.

Como norma general podemos aceptar que el predominio de la agricultura y la ganadería en esta zona apenas se vio alterado por la gran actividad minera que sí transformó el paisaje del occidente asturiano y siguió desarrollarse según la clásica división entre sexos de los pueblos prerromanos, que hacía a las mujeres ocuparse de la tierra y de la casa y a los hombres de la guerra y las razzias, que en esta caso se lanzaban sobre las aldeas del otro lado de la cordillera.

La abundancia de algunos recursos naturales y la facilidad para su obtención hicieron que la forma de explotar la tierra casi no sufriese variación desde los inicios del neolítico ni en la siembra ni en la recolección. De hecho, siempre se ha mantenido que una de las novedades que trajo consigo la romanización fue la introducción de técnicas y aperos más modernos, pero aquí estos tuvieron que adaptarse tanto a las características del terreno montañoso como al pequeño tamaño de las parcelas que se podían disponer para el cultivo alrededor de los castros. Las características del suelo en la Montaña Central y la cicatería de la Administración con estos temas hacen difícil cerrar un registro de semillas o polen que nos permita conocer cuales fueron los cultivos más desarrollados y no nos queda más remedio que recurrir al paralelismo con lo que se ha hecho en otras zonas próximas y a la comparación con las actividades agrícolas mejor documentadas para el final de la Edad Media e incluso los inicios de la Edad Moderna en el Nalón y el Caudal. Basándonos en este conocimiento parece que podría estar extendido el sistema de rozas, documentado en la Asturias medieval, que consiste en quemar el monte para cultivar después utilizando las cenizas como abono, y así lo indican los estudios que se han hecho últimamente y que certifican su empleo desde época alto-imperial

A partir de aquí, sabemos que lo más extendido sería el centeno, que precisa pocos cuidados y tiene la doble utilidad de proporcionar paja para el ganado y para la techumbre de las cabañas. Otros cereales que se cultivaron en la economía castreña fueron la escanda y la cebada en los castros emplazados a mayor altura y la avena y el mijo en los más bajos; también eran abundantes los guisantes y las habas y posiblemente algunas especies de uva autóctona.

En cuanto al trigo, algunos investigadores mantienen que no se cultivaba y en cualquier caso no se hacía pan con él, ya que éste lo obtenían únicamente de las bellotas, basando su opinión en un texto del geógrafo griego Estrabón. Para él, la forma de vida de todos los pueblos del Norte de Hispania era similar y se basaba en la recolección de frutos silvestres. La opinión de otros, entre los que se encontraba el malogrado arqueólogo José Luis Maya, es sostener su abundancia en el occidente de Asturias a partir del hallazgo en Portugal y Galicia de depósitos de grano dentro de algunas cerámicas, pero esta circunstancia es más difícil de aceptar para el clima de las Cuencas.

Seguramente los pueblos del norte vivían la mayor parte del año de estas bellotas que trituraban y después molían para hacer pan que conservaban largo tiempo. El hallazgo de molinos que avalan esta hipótesis es relativamente frecuente en los castros asturianos y precisamente en el territorio que nos ocupa contamos con un magnífico ejemplo, el del castro de El Bescón, que yo mismo he estudiado y que apareció en el caserío de ese nombre, a la altura de Mieres y a unos 270 metros de altitud sobre la ladera izquierda del río Caudal.

Se trata de la parte inferior de un molino circular (un catillus) que se conserva en el Tabularium Artis Asturiensis de Oviedo: tiene un diámetro de 0´35 m y una perforación central de 0´22 con un agujero lateral destinado a recibir el enmangue y su originalidad estriba en que presenta su perímetro decorado con un dibujo poligonal complementado con dobles círculos labrados en franja horizontal, lo que lo convierte en una pieza escasa en Asturias, junto a otra procedente de La Picona, de Ricabo (Quirós) y un par de ejemplares de Coaña.

En el mismo lugar -una cuadra cercana al castro o torre prerromana de Peña Tayá- también he localizado otra pieza circular, sin decoración, que aún sirve de sustento a un poste de madera y que puede tratarse de otra de estas piezas. De ser así, incidiría en la importancia de la molienda en el mismo hábitat; además, en otro castro cercano, La Llana´l Rebuyu, se ha encontrado una piedra caliza con perforación única, que Maya relacionaba con otra del nivel romano de La Campa Torres, en la costa gijonesa.

La toponimia, tan valiosa para estudiar algunos aspectos de la historia, en este caso debe tomarse con precaución ya que son multitud los nombres de aldeas, prados, montes y lugares de todo tipo que se relacionan con los productos agrícolas que les he citado hasta ahora, pero a veces podemos llamarnos a engaño, ya que por ejemplo fueron los romanos quienes nos trajeron la pera (La Peruyal); la cereza (La Cerezal); la nuez (La Nozal) e incluso nos sorprende conocer que un producto tan familiar y querido por los ilustrados como la avellana (Ablaneo) no llegó a España hasta la Edad Moderna.

En cuanto a la ganadería, es conocido que la base de la alimentación de los astures era la carne, muchas veces obtenida por una actividad ganadera que, al contrario de lo que ocurría con la agricultura, si alcanzó un gran desarrollo, teniendo siempre en cuenta que la trashumancia fue habitual entre los astures, que hasta el siglo I de nuestra era se movían por los montes cercanos a su hábitat en busca de pastos para el ganado.

La caza se practicaba aquí sin grandes complicaciones, dada la abundancia de toda clase de piezas (aves, conejos, zorros, lobos, osos?) y parece que únicamente con el objetivo de aportar comida a los núcleos familiares, aunque acabaría convirtiéndose en una actividad de recreo para los invasores romanos.

Estrabón escribe también sobre la importancia de la carne de cabra en los pueblos montañeses, vinculándola con un ritual de sacrificios religiosos y cita la calidad que tenían los jamones cantábricos, seguramente obtenidos de nuestra raza autóctona. Parece que también fue frecuente la cría de jabalíes, de los que se sacaba la grasa para sustituir al aceite, mucho más apreciado y difícil de conseguir; además se criaban vacas, que aportaban leche, carne y pieles; ovejas nativas de las que se también se aprovechaba su lana para los sayos, que eran la vestimenta más común, y aves de corral. El ganado se alimentaba, lógicamente además del pasto libre, con las bellotas y el centeno que a la vez servía a la dieta de las personas.

Aunque la primera representación animal que conocemos en la Montaña Central es un pequeño becerro de bronce encontrado en Peña Rubia, Riaño (Langreo), fundido ya en época romana, el caballo asturcón fue sin duda el animal más querido por los astures. La ausencia de restos óseos equinos en los castros parece indicar que no se consumían como alimento y este respeto tal vez llegó a tener en ocasiones un carácter religioso, como queda de manifiesto por su presencia en las estelas funerarias de uno de los pueblos astures, los vadinienses, en el siglo III.

Luego, los romanos vieron a estos animales con otros ojos y parece que incluso los exhibieron en Italia en alguna ocasión dentro de aquellos juegos populares que tanto gustaban a los ciudadanos del Imperio.

Otra actividad complementaria sería la pesca, favorecida también por la amplia red hidrográfica de la zona y la abundancia de buenos ejemplares, sobre todo, como supondrán, de salmones. Aquí, como siempre, dada la carencia de excavaciones en nuestros castros, debemos limitarnos a suponer que sucedía lo mismo que en otras zonas, y asumir el paralelismo con Coaña o Mohías, donde son frecuentes los hallazgos de restos de espinas, aún teniendo en cuenta que se usarían diferentes técnicas por la proximidad a la costa de estos asentamientos

Como no queda más espacio, acompañen los platos que puedan sacar de aquí con sidra y no le añadan arroz, ni tomate, ni patatas, ni, por supuesto, maíz y verán que no se corresponde con los que se ofrecen en alguna fiesta como "menús astures" y que en ocasiones rematan con un postre de castañas y? ¡piña!

La próxima semana, si les parece, ya puestos, les contaré como eran las primeras actividades económicas de nuestros ancestros.

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