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La lógica difusa abandona Mieres

Los ocho últimos trabajadores del centro de Soft Computing echaron el cierre tras diez años

Diez años y aproximadamente once días. Es lo que ha durado en el campus de Mieres el centro europeo de Soft Computing, que ayer echaba el cierre mientras la Universidad en pleno celebraba en Oviedo la festividad de Santo Tomás. Del medio centenar de trabajadores que contaba hace unos meses esta entidad, que ha llegado a ser un referente internacional, ayer sólo quedaban ocho. El resto ya había sido cesado a lo largo del mes para que el cierre se hiciese poco a poco, aunque sus trabajadores aún no saben a ciencia cierta si podrán cobrar las indemnizaciones pactadas con los liquidadores de la entidad.

Entre los encargados de echar el cierre se encontraba David Fernández, que era uno de los representantes de la plantilla y estaba a cargo de los sistemas informáticos. Su función ayer era la de dejar todo preparado para que los liquidadores o los patronos, no lo sabía a ciencia cierta, pudiesen recoger el equipamiento del centro. "Tengo que hacer copias de seguridad, apagar los sistemas?, igual tengo que venir la próxima semana para decirle a los liquidadores dónde están las cosas, pero no lo sé", explicaba. Para él y sus compañeros fue "un día triste, sobre todo porque aquí teníamos un proyecto ilusionante en el que se ha invertido mucho dinero y se han hecho cosas muy interesantes". También estaba apenado por sus compañeros, aunque no por su futuro laboral. "Los investigadores no tendrán problema en encontrar trabajo, los informáticos tampoco, quizá los administrativos, pero sigue siendo una pena que todo esto se haya ido al garete por la falta de confianza e incentivos económicos".

Con el cierre del centro de Soft Computing, el campus de Mieres se queda huérfano. La entidad, "que ha puesto a Mieres en el mapa", como habían asegurado en más de una ocasión desde la Corporación de Mieres y que volvieron a repetir esta semana al conocer que no había vuelta atrás y que el centro desaparecería. Su grave situación económica fue el detonante. La Fundación Bancaria Cajastur, uno de sus principales patronos e impulsor, decidió el año pasado cortar el grifo y dejar de abonar las cantidades que hasta ahora estaba invirtiendo en el centro. También el Principado, su otro gran patrono, obligó a al centro a devolver casi 800.000 euros por unas ayudas previamente concedidas, pero que al final rechazaron porque incumplían las normas. Aún así, el consejero de Empleo, Industria y Turismo, Francisco Blanco, había defendido en la Junta General del Principado que el Gobierno seguía apostando por la entidad y que incluso estaba dispuesto a hacer un esfuerzo económico para garantizar su viabilidad. De nada sirvió, la salida de Cajastur no ayudaba y, aunque se aludió a la posibilidad de encontrar un nuevo patrono que sustituyese a la fundación bancaria, tampoco fue posible. Queda ahora conocer si los liquidadores cumplen con el compromiso que alcanzaron con los trabajadores a finales de año y estos últimos reciben sus correspondientes indemnizaciones. Un temor que tiene la plantilla y que esperan confirmar la semana que viene.

David Fernández explicó que, durante el proceso de cierre, "ni siquiera hemos tenido carta de despido, sólo nos reunimos con los liquidadores y pactamos la salida paulatina de la plantilla, tampoco conseguimos nunca reunirnos con la Fundación Bancaria Cajastur".

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