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La diáspora alcanza a las barriadas

Numerosos pisos de los barrios mineros están en venta a bajos precios al emigrar sus propietarios e incluso algunos poblados como el de La Cotá, en Aller, ya no existen

Estado actual del barrio de La Cotá, en el entorno de Boo, en Aller. J. R. SILVEIRA

José Antonio Fernández Castañón camina a diario cuatro kilómetros por pronunciadas pendientes y caminos desgastados. Es el recorrido que separa su casa, en la localidad allerana de Boo, del monte de La Cotá. Allí arriba, en ese solar en el que ahora Castañón escucha la radio casi todas las mañanas, estaba su casa en los años sesenta. La suya y la de los otros trescientos vecinos con los que llegó a contar esa barriada, habitada principalmente por inmigrantes que llegaban desde Galicia y Extremadura para trabajar en la mina. "Aquí hubo mucha vida, esto me da una nostalgia que no la puedo ni explicar", dice Fernández Castañón. La Cotá es ahora un pueblo fantasma que dejó la mina. Y no es el único. Según el nomenclator del Instituto Nacional de Estadística (INE) del año 2015, las Cuencas suman 679 pueblos deshabitados: más del cuarenta por ciento del total de la región (1.637). La despoblación no afecta solamente a los pueblos de la zona rural. En los cascos urbanos, muchas barriadas mineras, otrora repletas de familias, están viendo como muchos de sus pisos están vacíos o a la venta. De hecho, algunos inversores ya se han interesado por estas construcciones para comprarlas a bajos precios, como sucede en el barrio de la Joécara, en Sama.

La familia Castañón fue de las primeras en llegar a La Cotá, a aquellos edificios que se veían altos para la época (tres pisos) y que en unos años estaban abarrotados. "Había una media de seis vecinos por vivienda, las familias eran muy numerosas", señala José Antonio Fernández. La suya era grande y todos mineros. Su padre trabajaba en una bocamina cercana a La Cotá, era la época de máximo apogeo del sector. En el año 1962, cuando Fernández Castañón era un niño, cerró un primer grupo. Después, la mina La Cuneta.

Pero nadie se preocupaba. "Parecía que esto (la minería del carbón) nunca se iba a acabar", explica el allerano. Si le hubiesen dicho con quince años que La Cotá desaparecería, no se lo hubiera creído: "Para mí esto era todo, había mucha vida". "Los vecinos estábamos muy unidos, es una relación que ahora no sé explicar porque ya no existe. Eran también tu familia", explica con una nostalgia que le retuerce la voz.

Cuando alguien tenía un problema, era un problema comunitario. Una unión que se extendía hasta otros barrios, como el de La Pena. Allí se construyó un bloque de pisos de idéntica envergadura y también reservado para trabajadores de la mina. Llamaban a las viviendas "los cuarteles" porque estaban preparadas para servir como escondite para los fugados de la Guerra Civil. "Cuando se deshizo La Cotá, encontraron agujeros que estaban preparados para resguardar a personas si había registros", señala Aurora Fernández. Su padre llegó desde Galicia en el año 1949, pero no pudo encontrar casa hasta dos años después: "Había tal masificación de gente que las familias tenían que compartir vivienda, como si fueran estudiantes", explica. En 1951, su padre se mudó a una casa que quedó libre en La Pena.

Trabajaba en una mina cerca del monte de Carabanés, La Pena era la barriada que quedaba más cerca. Con el cierre de minas, en los años setenta, empezó a vaciarse La Pena. La población de La Cotá también cayó en picado. En 1975, José Antonio Fernández Castañón empezó a trabajar en el pozo Santiago (Moreda, Aller). Aquello que diez años antes le había parecido impensable, ocurrió: "Éramos la única familia que quedaba en La Cotá, el pueblo se deshizo en cuestión de pocos años", afirma el allerano.

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