El general Miguel Primo de Rivera, dictador con el consentimiento de su majestad Alfonso XIII, tuvo su propio partido, la Unión Patriótica, que fue durante su mandato el único que pudo actuar libremente en el país, siguiendo la norma de los regímenes autoritarios. Pero la organización no sobrevivió a su fundador, ya que don Miguel falleció el 3 de abril de 1930 a los dos meses de haber dejado su mandato y el mismo día del entierro sus hombres más próximos firmaron el manifiesto de la Unión Monárquica Nacional, donde se reunieron muchas de las figuras que acabarían teniendo un papel protagonista en los acontecimientos que pocos años después iban a sacudir España. Entre ellos, su hijo José Antonio y el diputado José Calvo Sotelo.

La nueva estructura nació para aglutinar a los partidarios del rey cuando el avance de los republicanos ya era imparable. Por ello, conociendo que el ansia de liderazgo de algunos de sus iniciadores podía enfrentarlos y dar al traste con el proyecto, el general dejó dispuesto que el jefe del partido debía ser un hombre más moderado y apreciado por la Casa Real: el ingeniero sevillano Rafael Benjumea Burín, I conde de Guadalhorce, quien tenía un magnífico historial y había realizado una gran labor en las obras públicas como ministro de Fomento en el directorio civil desde 1926 hasta su final, ampliando y mejorando la red de carreteras.

En el mes de septiembre de aquel 1930, el conde, se desplazó al noroeste del país acompañado por la flor y nata de su partido, para consolidarlo en Asturias y Galicia. Poco antes había fallecido en San Sebastián doña Isabel Loring, su suegra, la mayor de las hijas de los marqueses de Casa Loring, esposa y a la vez sobrina de Ricardo Heredia y Livermore. La conducción del cadáver tuvo el aspecto de una manifestación alfonsina, con numerosos aristócratas, afiliados a la Unión Monárquica y muchas autoridades de esta idea presidiendo el duelo, junto al obispo de Málaga y la familia de la finada, el marqués de Silvela, el duque de Miranda, el duque de Luna, el conde de Guadalhorce y el conde de Mieres.

Este último era uno de los hombres fuertes del partido y encabezó la comisión que fue acompañando al ministro en su recorrido por las diferentes sedes locales. Llegó el día 27; pasó por Oviedo; comió en el Club de Regatas de Gijón, donde se celebró una comida con más de trescientos asistentes, entre los que estaban las representaciones de la Patronal y de las empresas mineras y metalúrgicas; habló en Mieres y se fue el 29 rumbo a la Coruña, acompañado por José Antonio Primo de Rivera y Calvo Sotelo.

Como supongo que les interesan los detalles de lo que hizo en la villa del Caudal, se lo voy a contar brevemente antes de aclarar algunas cuestiones.

Aquí, el día de la visita estuvo acompañado por bandas de música que recorrieron las calles mientras se disparaban cohetes y salvas, aunque el visitante en vez de dirigirse directamente al Ayuntamiento, hizo que la Corporación fuera a buscarlo a él hasta la casa del conde de Mieres. Así lo hicieron todos los concejales, presididos por el alcalde accidental, por encontrarse ausente el titular Manuel Martínez Díaz. Luego, la comitiva se dirigió rodeada por el público hasta una de las principales calles de la villa para descubrir la lápida que le daba el nombre del aristócrata.

Lo más interesante es que la ceremonia se completó con la lectura por parte del secretario del Ayuntamiento del acuerdo por el que se le declaraba hijo adoptivo de esta población basándose en que "en todos los momentos difíciles para la industria hullera y en que la gravedad de la situación económica presentaba cuadros de dolor y de tragedia, acudió presuroso a facilitar las soluciones necesarias para cada caso, disponiendo el inmediato comienzo de las obras de encauzamiento del río Caudal, en donde pudieron trabajar cientos de obreros parados".

A renglón seguido, el alcalde accidental leyó unas cuartillas mostrando la gratitud del pueblo al conde de Guadalhorce por estos beneficios y el diputado provincial Méndez Trelles, quien entonces presidía el Orfeón de Mieres, se expresó en análogos términos abrazando al homenajeado en nombre del vecindario, que -según las crónicas- prorrumpió en una ovación ensordecedora, oyéndose vítores al ilustre visitante. Este a su vez, visiblemente emocionado, pronunció breves pero elocuentes palabras, dando las gracias por este inolvidable día que se cerró con un lunch servido en el Ayuntamiento.

Es conveniente aclarar que Rafael Benjumea Burín, nacido en una familia de la propietarios agrarios de ideología conservadora fue un ingeniero impecable, número uno de su promoción, especializado en la construcción de obras hidráulicas, sobre todo en Málaga y por estos méritos en septiembre de 1921 el rey Alfonso XIII le había otorgado el título de conde. En aquella ciudad andaluza se había casado en octubre de 1901 con una aristócrata, Isabel Heredia Loring-Bebel, la primera de los dos doce hijos nacidos del matrimonio entre Ricardo Heredia Livermore, I Conde de Benahavís, e Isabel Loring Heredia.

Y aquí llega su relación con la Montaña Central, cuando sabemos que el segundo de aquellos doce hermanos no era otro que Ricardo Heredia Loring, II conde de Benahavis, casado a su vez en 1905 con Marta Guilhou Georgeault, una de las dos hijas de Ernesto Guilhou, entonces propietario de Fábrica de Mieres

La Fábrica tenía entonces agencias en el nº 3 de la calle de Hortaleza, en Madrid y en el nº 22 de Marqués de San Esteban, en Gijón. Don Ernesto, silla habitual en el tapete del casino de Bayona y residencia en Boucau, un bello pueblo de los Pirineos franceses donde poseía una lujosa mansión, que también servía para albergar su fantástica colección de antigüedades.

En esta casa nació doña Marta en 1884, quien iba a fallecer el 14 de enero de 1942, en la mismísima Gerencia de Fábrica, siendo condesa de Mieres, puesto que tras enviudar de Ricardo Heredia y Loring, se casó de segundas con Manuel Loring y Martínez, el I conde de Mieres del Camino. No sé si es preciso decirles que deben reparar en que los dos maridos de la condesa eran de la misma sangre, pero ya habrán notado más arriba la endogamia de la Casa Loring, al ver a la suegra del conde de Guadalhorce casada con su propio tío.

Ahora ya sabrán por qué don Rafael no dudó en echar una mano cuando se le pidió que hiciese algo desde su ministerio para solucionar el grave problema de paro que se estaba viviendo en la villa tras el final de la I Guerra Mundial, un acontecimiento magnífico para el mundo, pero que supuso el cierre de muchos negocios mineros asturianos que se habían aprovechado del cese de actividad en otros países.

La paz hizo que nuestras Cuencas perdiesen de golpe miles de puestos de trabajo y fue necesario recurrir a cualquier estrategia. Un ejemplo está en dos disposiciones de plenos municipales celebrados en 1919, citadas por Félix Martín Vázquez en ese libro indispensable que es "Mieres?y su camino". En mayo se acordó publicar en la prensa de Madrid una nota informativa con el objeto de anunciar la escasez de trabajo de este municipio y evitar que continuasen llegando diariamente obreros en busca de ocupación y en diciembre, teniendo en cuenta el considerable numero de obreros sin trabajo, por el paro de algunas minas de Fábrica de Mieres, la Comisión Permanente tomó el acuerdo de destinar 15.000 pesetas para el arreglo de caminos "para que el hambre, que llama ya a las puertas, se aleje por una temporada hasta la vuelta a la normalidad tras la actual crisis de trabajo".

En este contexto, el conde de Guadalhorce, dispuso que se comenzase a encauzar el río Caudal, una obra fundamental para el desarrollo urbano y la seguridad de Mieres, que le hizo ganar el respeto de este pueblo.

El caso es que la actual calle "La Vega", que entonces se denominaba "Vizconde de la Dehesilla", pasó a ser "Conde Guadalhorce". Luego, con la caída en desgracia de la monarquía, se llamaría "Capitán Galán" y de nuevo "Conde Guadalhorce" en cuanto los vencedores pudieron pasear (en el buen sentido) por ella en 1937.

El conde siguió también una suerte parecida a la de su calle: tras la proclamación de la República, se exilió voluntariamente primero en Francia y desde 1933 en Argentina, donde pudo dirigir las obras del ferrocarril subterráneo que se construía en Buenos Aires. Ya con el franquismo, el dictador lo premió nombrándolo presidente del Consejo de Administración de RENFE. También su hermano Joaquín, conde de Benjumea, llegó a ser ministro de Franco y su sobrino Javier siguió engrosando la fortuna familiar fundando la empresa Abengoa.

Murió en Málaga en 1952 a los 75 años de edad llevándose a la tumba el título de hijo ilustre y predilecto de la ciudad de Málaga. También el de hijo adoptivo de la villa de Mieres. A lo mejor no lo sabían.